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miércoles, 19 de octubre de 2016

Grab ’em by the pussy



Claudio Lomnitz
Grab them by the pussy. Es la frase, aho­ra célebre, del candidato del Partido Republicano a la presidencia de Estados Unidos, presumiéndole a Billy Bush (primo del ex presidente) sobre lo que acostumbra hacer a las mujeres sin su consentimiento, ya que, como es una gran estrella, ellas se lo permiten. Desde que se filtró esa grabación, 12 mujeres han presentado quejas contra los acosos de Trump, varias de ellas con testigos. Manoseadas unas, besuqueadas otras, contaminadas todas por los toqueteos e insinuaciones de un pelucón lascivo y depredador.
Ayer la esposa de este muy republicano sujeto, Melania, quien como muchos de los trabajadores que construyeron la Trump Tower empezó su  carrera de migrante cobrando como indocumentada, lo defendió. La conversación entre su marido y Bush –explicó la modelo ante las cámaras–, no era sino boy talk. Además, en todo caso la culpa la tuvo Billy, por darle alas a su marido. Como tantas mujeres jóvenes y guapas que optan por casarse con hombres viejos y ricos, a Melania le gusta hablar de su marido como si fuese un niño, travieso pero inofensivo, y cuando Anderson Cooper, el entrevistador, objetó que Trump tenía 59 años cuando presumió sus propensiones violatorias, Melania asintió como diciendo ¡claro!, a veces tengo a dos niños en casa: mi hijo (Barron, de 11 años) y mi marido.
Si Trump llegara a la presidencia, el mundo tendría que vérselas con la misoginia desatada y desenfrenada de un plebeyo megalomaniaco. La inmovilidad de rostro de Melania –su falta de expresión, reminiscente del blue steel-look del modelo idiota actuado por Ben Stiller en la película Zoolander– es la que cualquier acosador desearía para una esposa: una cara de tolerancia infinitamente indiferente frente a la mentira como hecho cotidiano. El aborrecimiento a Hillary, por otra parte, es el odio a la mujer que se responsabiliza por quien es, un rechazo instintivo que comparten no sólo los hombres que quisieran ser como Trump, sino también las mujeres cuyo sometimiento matrimonial es un secreto a voces, como Melania; las que transan su personalidad por la seguridad del matrimonio, y se consuelan pensando que sus amos son como niños y que ellas sí saben manejarlos y controlarlos (muy a su modo).
La competencia electoral de Estados Unidos se ha transformado en un referendo acerca del acoso sexual, por una parte, y la responsabilidad y autoridad femenina por la otra. Lo interesante del caso, más allá del morbo, es que el tema parece haber conseguido fracturar la opinión y el voto de los evangélicos, que han votado de manera unificada desde la formación de la llamada moral majority, durante la primera elección de Ronald Reagan (1980). Así, según la agencia Pew, sólo 63 por ciento de los evangélicos apoyarán a Trump en esta elección, frente a 79 por ciento que votaron por Romney hace cuatro años.
Hoy se notan divisiones generacionales y en ocasiones también de género respecto de las prioridades políticas de los cristianos. Así, en la evangélica Liberty University, fundada por el pastor de megaiglesias y creador de la moral majority Jerry Falwell senior, hubo una inaudita protesta estudiantil contra el rector, Jerry Falwell junior, en que los jóvenes exigieron que el rector adoptara su postura política a título personal, y no en nombre de toda la comunidad universitaria. Donald Trump –decían– promueve enérgicamente las prácticas que nosotros como cristianos debemos rechazar. En la misma tónica, Samuel Rodríguez, presidente de la National Hispanic Christian Leadership Conference, que agrupa a cerca de 40 mil congregaciones, se negó a formar parte del consejo evangélico reunido en torno de la candidatura de Trump.
Es cierto que el sector evangélico que apoya a Trump es aún mayoritario; sin embargo, la comunidad evangélica está pasando verdaderos problemas de conciencia en esta elección, que se notan en diferencias y debates dentro de las familias mismas, así como en divergencias y distancias en el liderazgo. Usualmente, el apoyo que sí recibe Trump viene sin entusiasmo alguno por su personalidad moral, y viene dado a cambio de una transacción política: Trump ha prometido nombrar un conservador a la Suprema Corte, y los evangélicos temen que si triunfa Hillary nombrará un liberal, y será ya imposible echar atrás la legislación sobre el aborto o el matrimonio gay.
Sólo que aun en ese punto la hipocresía y el abuso del poder de Trump están generando fisuras, porque en la generación más joven de evangélicos hay mucha preocupación por la justicia social –por apoyar cristianamente a los migrantes, por ejemplo, o por la defensa del medio ambiente– y la idea de tener a un presidente antinmigrante, que no cree en el calentamiento global y cuyos actos no se puedan siquiera discutir  frente a jóvenes estudiantes de la primaria o secundaria, parece estarse convirtiendo en una verdadera objeción de conciencia entre muchos.

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