Los actos relacionados con la fobia, por razones de sexo, ideológicos o étnicos aumentan un 226% en los lugares donde el presidente estadounidense focalizó su campaña en 2016. En 2017, este tipo de criminalidad repuntó un 17%, admite el FBI. |
Las conclusiones del
informe científico que suscriben los investigadores de la Universidad de
North Texas (Regina Branton, Valerie Martínez-Ebers y Ayal Feinberg)
revelado por Washington Post, dejan constancia de la relación
directa entre las consignas incendiarias que Donald Trump articuló en la
campaña presidencial de 2016 en torno a su doctrina de Make America
Great Again (que se ha labrado el apelativo de MEGA, acrónimo del
término que sirvió de lema electoral al dirigente republicano), y la
escalada de este tipo de criminalidad.
Entre otras
razones, porque los actos de carácter delictivo que llevan aparejado
odio (homofobia, xenofobia o supremacía ideológica, en esencia) se han
cuadruplicado en los territorios que sirvieron de semillero electoral de
Trump y en los que arraigaron sus soflamas, porque albergaron actos de
campaña del entonces candidato republicano. Si se comparan con los
enclaves a los que no acudió la caravana del America, first a la que contribuyó el llamado Grand Old Party (GOP), admiten sus autores.
El
informe analiza condados, la primera división territorial de los
estados de la unión en los meses posteriores a la asunción del cargo de
Trump, y añade datos precisos al dato genérico aportado en noviembre
pasado por el FBI sobre crímenes de odio en el conjunto del territorio
federal y que asegura que el repunte fue considerable. Del 17%, en 2017,
respecto al año precedente.
Los propios
investigadores recalcan que los discursos de campaña del presidente
republicano “podrían haber alentado” a la comisión de estos delitos.
Para lo que utilizaron una herramienta a la que llaman la Liga
Anti-Difamación, un mapa interactivo que mide los actos de violencia y
su comparación entre condados y que también incluye parámetros como la
porción de población minoritaria, su localización o la actividad de
grupos que promueven el odio.
El repunte de criminalidad no refleja
que la única causa sea la retórica de Trump, pero constata que no es una
‘fake news’ como dice la Casa Blanca
“Examinamos
estas cuestiones porque muchos expertos y políticos acusan a Trump de
haber envalentonado a los movimientos nacionalistas blancos, a los
supremacistas”, afirman Branton, Martínez y Ebers a Washington Post.
Para quienes su estudio -reconocen- “no refleja como cierto” que la
retórica empleada por Trump sea la única causa de este repunte. Pero
echan por tierra la sugerencia de que el incremento de los crímenes de
odio en determinadas latitudes de la Unión era una fake news. Como han
tratado de transmitir con insistencia los asesores presidenciales y el
propio jefe de la Casa Blanca.
“Es un método
utilizado como arma política para hacer disminuir los peligros que
llevan aparejados este tipo de criminalidad”, matizan antes de convenir
que su investigación “muestra, cuanto menos, que los delitos de odio no
están precisamente en la escala baja de la estadística de actos
punitivos” del país. Aunque también relegan del efecto Trump a una parte
de esos crímenes que también se incluyen en la estadística federal (la
que aporta el FBI), como los de vandalismo, intimidación o asalto. Desde
el año 2016.
Acusaciones desde las filas demócratas
Desde
las filas demócratas se ha incidido, sobre todo en los últimos meses,
en que la dialéctica de Trump ha enarbolado la bandera del patriotismo
exacerbado, de grupos supremacistas que habían estado en estado latente
en los últimos años. El presidente, sin embargo, siempre se ha
desmarcado de tales acusaciones.
El último ejemplo de este cruce dialéctico se presenció con motivo de los tiroteos en dos mezquitas en la ciudad neozelandesa de Christchurch,
en los que murieron 50 personas. El autor de la matanza, Brenton
Tarrant, de nacionalidad australiana, se auto-declaró en los
interrogatorios posteriores a su detención como un supremacista blanco y
en ellos mostró su obsesión por las batallas entre cristianos y
musulmanes. En especial, las que se emprendieron en los Balcanes contra
el Imperio Otomano. Lo hizo en vídeo, en manifiestos y en mensajes
inscritos en el arma automática que usó para cometer su doble acto
criminal.
"Creo que un pequeño grupo de
personas tienen un muy serio problema”, aseguró Trump en defensa de
estas embestidas demócratas. “Los medios de las fake news están
trabajando todo el tiempo para tratar de ofenderme y responsabilizarme
por los terribles ataques de Nueva Zelanda. Están insistiendo mucho para
probar esta conexión. Es ridículo”, puntualizó. Aunque Tarrant tuvo no
pocos contactos con movimientos de extrema derecha en Austria y visitas a
Francia, Italia y, de forma continuada, en siete provincias, a España.
Gran parte de las informaciones de la prensa norteamericana incidían en la urgente medida de restringir la venta de armas de fuego que avanzó de inmediato la primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern,
y que el Parlamento del país acaba de dar forma de ley. En
contraposición a la nueva fase de permisividad que, desde la Casa
Blanca, se está promoviendo en favor del uso y la tenencia de armas que
se ampara en la Segunda Enmienda constitucional, y que está detrás de
las matanzas indiscriminadas que se han sucedido en EEUU en los últimos
lustros.
El
presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, habla en la cena anual
de primavera del Comité del Congreso Nacional Republicano, en
Washington. REUTERS / Joshua Roberts
O, durante la campaña electoral del midterm, en noviembre pasado, cuando un reconocido seguidor ultra de Trump, de nombre César Sayoc,
envió cartas bomba a críticos del líder republicano como los Clinton,
los Obama, el financiero George Soros o el actor Robert de Niro -entre
otros-, mientras los medios conservadores que protegen a Trump lanzaban
tesis conspiranoides que señalaban a la rivalidad entre dirigentes
demócratas como origen de estos intentos de homicidio.
Supremacismo e islamofobia
El
perfil del supremacista es similar, en su operativa, al lobo solitario
islamista. Así actuó Tarrant que compró por sí mismo el arsenal que
utilizó en su doble atentado. También dejó claro en su manifiesto,
titulado El Gran Reemplazo, la conspiración que juramentan los
grupos de extrema derecha: ningún inmigrante musulmán o ajeno a la raza
blanca debe invadir países occidentales. En EEUU, además, han
protagonizado los mayores ataques.
De 263 actos terroristas en EEUU entre 2010 y 2017, 92 fueron perpetrados por la extrema derecha y 38 por yihadistas
Según Global Terrorism Database de Washington Post,
de los 263 actos terroristas en territorio estadounidense entre 2010 y
2017, 92 los perpetró la extrema derecha y 38 por yihadistas. En Europa,
por contra, el terrorismo islamista es el predominante. Expertos como
Peter Singer, de New America Foundation, advierte que las réplicas de
Trump de que se trata de grupúsculos, que son acciones de baja
intensidad delictiva o su negativa a aceptar el carácter trasnacional de
este tipo de actos, no contribuyen a eliminar la lacra. De hecho, los
vínculos entre la extrema derecha de ambos lados del atlántico salieron a
relucir en la manifestación ultra en Charlottesville, en la que un
supremacista blanco dirigió su coche contra una reunión contraria a la
protesta, matando a un activista, en 2017.
La islamofobia también surgió en las midterm de
noviembre, en la que surgieron debates en la cadena Fox News sobre si
la doctrina islámica era o no contraria a la Constitución de EE.UU. En
línea con la idea de Trump, en campaña presidencial, de que “el Islam
nos odia”. Islamofobia que también se aprecia en la política exterior y
que está detrás del acercamiento a Israel, país al que acaban de
conceder el reconocimiento estadounidense de los Altos del Golán, en un
acto tildado por observadores de injerencia sin precedentes en favor de
la reelección de Benjamín Netanyahu como primer ministro en las
inminentes elecciones en el Estado hebreo.
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