por Alfredo Serrano Mancilla |
4 min. lectura
En
un reciente artículo, el premio Nobel de Economía Paul Krugman usó el
término “fanatical centrists” (centristas fanáticos) para identificar a
los políticos que buscan situarse en el justo medio entre dos extremos
opuestos. Lo interesante de este enfoque es que afirma que los
centristas fanáticos no ocupan verdaderamente el centro ideológico,
debido fundamentalmente a que las propuestas conservadoras están mucho
más escoradas que los planteamientos progresistas. Dicho de otro modo:
si la extrema izquierda representa el 0 y la extrema derecha el 10, los
políticos conservadores realizan propuestas habitualmente en valor
promedio 9 y, en cambio, los políticos progresistas se sitúan más
próximos al 3. De tal manera que el justo medio deja de estar en el
valor 5 para convertirse en el 6, es decir, algo más a la derecha que el
verdadero centro ideológico.
Si miramos hacia Argentina y buscamos
ubicarnos en el “centro”, entre la política económica de Mauricio Macri y
del kirchnerismo, seguramente nos encontraremos más escorados hacia la
derecha de lo que creemos. Es decir, opciones encabezadas por Sergio
Massa o Roberto Lavagna no constituyen ningún centro, sino que son el
resultado de una polarización asimétrica en la que la propuesta de
Cambiemos está mucho más inclinada hacia el extremo neoliberal de lo que
el kirchnerismo está en el sentido inverso. Por ejemplo, en el caso de
la deuda: el macrismo endeudó mucho más de lo que se pudo desendeudar en
la “época K”; si observamos con la industria, ocurrió algo similar: el
macrismo destruye a mayor velocidad de lo que se pudo ir
industrializando en la anterior gestión; en términos financieros, el
macrismo giró más a la derecha de lo que el kirchnerismo pudo hacer
políticas progresistas en esa dirección. Así que colocarse en el medio
de estas dos opciones dominantes en Argentina es posicionarse más cerca
de un extremo que del otro, esto es, carece de la imparcialidad de la
que presumen las nuevas propuestas centristas.
Algo similar ocurrió con Lenín Moreno en
Ecuador, que se autopresentó como apaciguador en tiempos de
confrontación. Nuevamente, esta supuesta equidistancia acabó
desembocando en un proyecto más derechizado de lo imaginado. La
ambigüedad inicial de Lenín no fue, en absoluto, una buena consejera
para fungir como equilibrista entre una derecha que cada día se
radicaliza más en sus planteamientos morales y un progresismo que
propone (y propuso) todo lo que fue posible en un mundo en el que los
límites están marcadísimos por superestructuras internacionales y por
medios de comunicación que imponen matrices conservadoras. Se demostró
así, también en Ecuador, que el centrismo fanático de Lenín camufla una
posición económica más acorde con el neoliberalismo del Fondo Monetario
Internacional y más que regresiva en términos de derechos para la
ciudadanía.
Lo sucedido en Argentina y en Ecuador no
son excepciones. La regla general es la emergencia de este centrismo
fanático en Latinoamérica, que retoma y actualiza aquello que en su
momento fue considerado como “tercera vía”. Cualquier exponente de este
centrismo fanático goza del apoyo mediático. Siempre son presentados
como candidaturas amigables en base a la idea-fuerza de la no
polarización, de estar supuestamente en el centro. Así ocurre con
Lavagna-Massa en Argentina o Lenín en Ecuador, Julio Guzmán y George
Forsyth en Perú, Carlos Mesa en Bolivia, Henry Falcón en Venezuela o el
actual presidente Nayib Bukele en El Salvador. Incluso lo hicieron con
Juan Manuel Santos en Colombia. En realidad, tienen un cierto aire a
Poncio Pilatos: se lavan las manos ante cualquier conflicto y llegan
hasta a condenarlo, como si la política no fuera eso, conflicto y
confrontación de ideas.
La consecuencia directa de este
centrismo fanático es la reordenación del campo de la política,
inclinando la cancha hacia el extremo conservador, transformando la
geometría política y resituando el justo medio en un lugar cada vez más
alejado de los principios más progresistas y posneoliberales. De esta
manera, muchas veces se corre el peligro de creer que estamos ante
propuestas equilibradas de centro cuando en verdad son más propias del
paradigma conservador, aunque no sean tan radicales. Los centristas
fanáticos son de facto una fórmula política que ha llegado para
quedarse. El objetivo es sustituir a los extremos para inclinarse más
hacia el neoliberalismo y conservadurismo en detrimento del progresismo y
las propuestas posneoliberales.
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