Entrevista al economista Claudio Katz
Viento Sur
Hablamos con
Claudio Katz, uno de los exponentes más destacados de la teoría marxista
de la dependencia en América Latina, sobre el contexto abierto en el
continente con la elección de Bolsonaro y las perspectivas políticas en
una Argentina sumida de nuevo en la crisis.
Nos
encontramos con Claudio Katz en el Hotel Bauen, un hotel recuperado por
los y las trabajadoras después de la crisis argentina de 2001. El día de
la entrevista, Buenos Aires se preparaba para la cumbre del G20, un
hito que para Macri tenía que ser el espaldarazo hacia su gestión
neoliberal, pero que ha encontrado al país sumido en una profunda crisis
económica y política. La entrevista se realiza después de la
presentación de su último libro en el marco del Foro Mundial del
Pensamiento Crítico del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales
(Clacso).
Juliana Hernández y Júlia Martí: Acabas de
publicar el libro Teoría de la dependencia, 50 años después. ¿Qué
elementos de esta teoría siguen válidos para entender el contexto actual
en América Latina?
Claudio Katz: La teoría de la
dependencia ha resurgido como una concepción importante para explicar lo
que está ocurriendo en América Latina y en otras regiones de la
periferia. Es un enfoque que surgió en los años 60-70 y tuvo gran
predicamento al calor de la revolución cubana. Luego siguió los avatares
de esa gesta. Creció con su expansión y declinó con sus adversidades.
En la última década, la teoría reapareció frente a las distintas
contingencias que enfrentó el ciclo progresista.
Es una
concepción muy importante para explicar las transformaciones que ha
registrado nuestra región. Da cuenta del extractivismo, la primarización
y la especialización en exportaciones básicas, en un marco de gran
regresión industrial. Al mismo tiempo esclarece por qué la deuda externa
es una pesadilla recurrente, junto a las crisis intensas, frecuentes y
periódicas que padece la región. Como las contradicciones de las
economías subdesarrolladas salen a flote de forma constante, es
importante contar con una teoría clarificadora de esos desequilibrios.
Además,
América Latina sufre un gran desgarro social. Basta caminar por Buenos
Aires para notar la pobreza, la informalidad laboral o la deserción
escolar. Hay una violencia creciente y resultante de la desigualdad. Yo
creo que la teoría de la dependencia nos aporta elementos para
comprender ese dramático escenario. Se gestó, además, en una época de
dictaduras y evaluó los problemas de la coerción. Ahora estamos
atravesando una fase de retorno, no a las dictaduras clásicas, pero sí a
modalidades de brutal autoritarismo.
En el libro incluyo
homenajes, pero mi propósito es evaluar la teoría de la dependencia a la
luz del escenario actual. Salta a la vista que el capitalismo del siglo
XXI es muy diferente al que imperaba hace 50 años. Como el
neoliberalismo es la contracara del keynesianismo de posguerra, las
viejas interpretaciones requieren significativos ajustes. Uno de los
temas que abordo es la bifurcación económica con el sudeste asiático. En
los años 70, Corea del Sur y Argentina o Brasil se ubicaban en un plano
semejante y ahora existe una brecha descomunal. China no influía en la
economía mundial y ahora es la segunda potencia del planeta. En el texto
aporto algunas ideas sobre estas mutaciones y sobre todo evalúo
vigencias y cambios en conceptos claves de la teoría de la dependencia,
como el ciclo dependiente, la superexplotación o el subimperialismo.
J.H.
y J.M.: ¿Qué análisis haces del contexto actual en América Latina?
¿Podemos hablar de un fin de ciclo o se trataría de un ciclo aún en
disputa?
C.K.: Estamos en el medio de una compleja
situación y no es fácil definirla. El acontecimiento clave ha sido el
triunfo de Bolsonaro en el país que signa la evolución de toda la
región. El excapitán introduce un cambio importante, no solo porque
inaugura la llegada de la ultraderecha a gobiernos de la región, sino
porque se impuso en elecciones completamente anómalas. Arribó a la
presidencia con la detención de Lula, el descarado soporte del poder
judicial y el protagonismo de los militares.
No sabemos si
Bolsonaro se estabilizará o no. Su gestión contiene todas las
contradicciones de un improvisado que alcanzó la primera magistratura.
Deberá lidiar con muchas tensiones en el plano económico. Tendrá que
mediar entre los sectores del agronegocio que quieren abrir la economía,
el polo paulista que intenta preservar al Mercosur y los grupos
financieros que se lucran con altas tasas de interés. Si implementa todo
lo que dice en materia de política exterior, introducirá cambios
terribles. Consumaría un alineamiento total con Estados Unidos que nunca
tuvo Brasil. La gran pregunta es si lo hará. ¿Arriesgará la pérdida del
mercado chino? ¿Se embarcará en aventuras militares contra Venezuela?
En
cualquier caso, lo más importante será la resistencia popular.
Recordemos que el golpe del año 64 inauguró en Brasil un ciclo de
dictaduras en toda la región. ¿Se repetirá un proceso análogo? La clave
para impedirlo se localiza en la reacción por abajo. Ya hubo movimientos
de gran impacto como Ele Não y luchas sindicales significativas.
Tenemos que ver cómo evolucionan ese tipo de acciones.
Recordemos
igualmente que a escala regional se registró también la victoria de
López Obrador en otro país clave en la región. Todos se preguntan en qué
medida podría retomar elementos del ciclo progresista, en un contexto
donde se observaron interesantes resultados del centro-izquierda en dos
países –Colombia y Chile– que operan como bastiones de la restauración
conservadora. Además, los procesos de Venezuela, Bolivia y Cuba
continúan y esa persistencia coloca un límite al ascenso de la derecha.
J.H. y J.M.: Más allá de las perspectivas de futuro, ¿cuál crees que sería el balance de los gobiernos progresistas?
C.K.:
Es muy importante hacer ese balance porque existe la tentación de
rehuir el debate. Algunos describen lo ocurrido en Brasil omitiendo el
papel del PT. Olvidan que la derecha ganó porque hubo un fuerte
desengaño previo. Esa desilusión se acentuó con Dilma y el resurgimiento
de Lula no alcanzó para compensar la decepción. El voto de la derecha
fue muy significativo en zonas que anteriormente sostenían al PT.
J.H.
y J.M.: En este balance de los gobiernos progresistas, ¿cuál crees que
ha sido el peso de los elementos externos y cuál el de los elementos
internos para llegar a la situación actual?
C.K.: Hay
un razonamiento que escuchamos estos días en el foro de Clacso. Se dice
que hubo una mejora del consumo de sectores que salieron de la pobreza y
que la única falla de los gobiernos progresistas fue su inacción
político-cultural en esas franjas. Se afirma que esa ausencia afectó la
valoración popular de las mejoras logradas, lo que a su vez facilitó la
victoria de la derecha. Me parece que esa interpretación es superficial.
Sugiere que quienes inicialmente votaban al PT tenían un nivel de
conciencia que simplemente perdieron cuando cambiaron su preferencia
electoral. Y retratan ese cambio con total independencia de la
experiencia con las gestiones de Lula y Dilma.
Es evidente que el
PT no desarrolló una batalla ideológica. Supuso que si la gente
mejoraba su consumo continuaría sosteniendo electoralmente al mismo
gobierno. Mantuvo una falsa creencia socialdemócrata, que además no se
aplica a un país carente de provisiones sociales básicas. En Brasil, las
mejoras duran poco y la clase media no se ensancha significativamente.
El repunte del consumo no altera las enormes desigualdades sociales.
El
gobierno del PT nunca comenzó la transformación económico-social
requerida para disminuir esa desigualdad, cambiar la concentración de la
propiedad de la tierra o eliminar los enormes privilegios de los
banqueros. El PT no actuó sobre la conciencia popular porque tampoco lo
hizo sobre la estructura económica. Y la derecha aprovechó esa
impotencia para crear el clima que le permitió llegar al gobierno.
La
elección se perdió mucho antes en la calle. En general, en América
Latina la correlación de fuerzas se dirime primero en ese plano y luego
se proyecta al ámbito electoral. Lo que se conquista en la lucha directa
después se traduce en los votos. El contraejemplo es Venezuela. Allí
existe una crisis económica indescriptible y la derecha no logra
ascender porque fue derrotada en la lucha callejera.
Recordemos,
además, que en todas las sociedades hay sectores políticos activos y
otros relegados, que acompañan a quienes exhiben mayor fuerza, decisión y
capacidad para actuar. Cuando la derecha muestra ese perfil suele
lograr el comando de la clase media. Si la izquierda no plantea una
lucha en los mismos términos es barrida por su oponente. Y este dato nos
obliga a considerar una estrategia muy distinta para el próximo
período. La consigna del PT de volver a ser felices fue una muy ingenua.
Para lograr esa gratificación debería primar otro escenario de altas
materias primas, equilibrio político, desorientación de la derecha,
medios de comunicación cautelosos, es decir, un contexto muy diferente
al imperante en la actualidad.
Hay que tomar conciencia de que
todas las conquistas democráticas van a estar en gran peligro, y hay que
prepararse para una lucha dura. En cada país de forma distinta, con
diferentes características, pero a nivel general es así. Siempre hay que
combinar una acción institucional con la acción en las calles, pero el
marco actual nos obliga a enfatizar este último plano.
J.H. y J.M.: ¿Cómo trasladas este análisis más en términos de estrategia política, especialmente en Argentina?
C.K.:
Argentina es un país con rasgos muy específicos en comparación al resto
de la región. Por ejemplo, tiene fuerzas armadas debilitadas, como
resultado de los juicios a los genocidas y una configuración represiva
afectada. Los militares no cumplen el mismo rol que en otros países. En
el movimiento popular se han reciclado tradiciones de lucha de varias
generaciones, en procesos de movilización muy significativos. Desde el
fin de la dictadura se realizaron 40 paros generales y con Macri fueron
cuatro. Han sido huelgas con alto nivel de acatamiento, en un marco de
elevados niveles de sindicalización. Las organizaciones sociales han
alcanzado un peso muy llamativo entre los sectores más humildes y la
calle define el curso de la política en forma muy directa. Este grado de
movilización determinó los límites que afrontó Macri para estabilizar
su programa.
El trasfondo estructural de este escenario es más
complejo. La economía argentina fue la más próspera de América Latina y
quedó más desajustada que otras por la mundialización neoliberal. Esa
contradicción no se ha resuelto. Hay una clase media educada en la
escuela pública, con un nivel de conciencia democrática que obstruye la
reconfiguración regresiva exigida por los capitalistas. El país se
empobrece, pero gran parte de la población se imagina ajena a ese
destino. Estas peculiaridades determinan la continuada vigencia de
escenarios convulsivos. Cuando la derecha gobierna, suele agravar todos
los problemas porque no logra recomponer el proceso de acumulación.
Cuando gobierna el progresismo la derecha le hace la vida imposible, en
contexto de movimientos sociales afianzados.
Ahora atravesamos
otra crisis terrible con la seria posibilidad de afrontar una nueva
cesación de pagos. A Macri le concedieron el G20 para mostrar a la
Argentina como ejemplo en el mundo neoliberal. Pero si se hubieran
imaginado que el país iba a estar en semejante pozo, nunca hubieran
realizado esa cumbre en Buenos Aires. Macri pensaba que sería el momento
de las grandes inversiones y terminó mendigando préstamos para evitar
el default. Ahora intentará copiar el giro de Brasil. Pero no es tan
sencillo encontrar una salida ultraderechista para la crisis de un
gobierno derechista.
J.H. y J.M.: ¿Cómo está posicionada la Argentina hoy, a diferencia de 2001?
C.K.:
Existe un gran temor en las élites a la repetición de 2001. Muchos
funcionarios se despiertan temiendo esa reiteración. Por ese pánico,
luego de pagar la deuda el gobierno destina gran parte de su presupuesto
a los alimentos y a planes sociales. Pero para priorizar esa contención
descarga un ajuste mayor sobre la clase media y los sectores
asalariados.
A nivel popular existe un nivel de organización muy
superior a 2001. No hay asaltos a los supermercados y los barrios están
más organizados. Los movimientos sociales cumplen un papel de contención
y al mismo tiempo plantean un fuerte desafío al gobierno. También
influye mucho la expectativa electoral y la idea de aguantar hasta
octubre, para lograr una victoria electoral contra Macri.
J.H. y J.M.: ¿Qué elementos se repiten o cambian en el actual desembarco del FMI en el país?
C.K.:
El préstamo es mucho más condicionante que todos los anteriores.
Actualmente, el FMI otorga préstamos de socorro a pocos países y
Argentina figura al tope de esas excepciones. Los planes de ajuste en
marcha no están en sintonía con lo ocurrido en otros lugares y esa
anomalía los torna más frágiles. Al mismo tiempo, hay una situación muy
distinta a los años 90. Atravesamos la era Trump y el discurso
neoliberal clásico de libre comercio afronta grandes problemas. Al
gobierno le resulta muy difícil demostrar que Argentina repite lo que se
hace en el resto del mundo. Para colmo, el país ha quedado muy
involucrado con China, que es el gran comprador de insumos. Macri actúa
en las tinieblas, sin ningún barómetro estratégico.
J.H. y J.M.: Estos días hay un tema candente en Argentina, que es la estrategia electoral.
C.K.:
Lo importante es notar que Cristina no se encuentra en la misma
situación que Lula, ni terminó su mandato en las condiciones de Dilma.
Al contrario, mantuvo un gran apoyo que reaparece ahora en todas las
encuestas. No se sabe si aceptará la candidatura, pero si lo hace
determinará una gran polarización. Un ballotage entre Cristina y Macri
sería un acontecimiento regional de primer orden y clave para el rumbo
del país. Muchos sectores de la izquierda sabemos que Cristina y Macri
no son de ninguna manera lo mismo y es importante explicitar esa
distinción desde ahora.
Ese posicionamiento también incluye
señalar las numerosas diferencias con el programa, los candidatos o los
asesores de Cristina. Tomemos dos divergencias, que se vieron el otro
día [en el discurso de inauguración de Clacso]. La primera fue su
afirmación de que no hay ni izquierda ni derecha. Es un planteo
inconsistente. La izquierda y la derecha son las configuraciones básicas
de cualquier ordenamiento político. Para colmo, no se entiende por qué
razón esa distinción sería obsoleta, mientras se postula la invariable
vigencia de la identidad peronista. El otro tema fue el del aborto y su
llamado a la confluencia de los celestes con los verdes, descalificando
la gran lucha de las mujeres de este año. Además, añadiría que el
principal problema del kirchnerismo es su posición frente al FMI.
Sugieren que aceptarán el pago de una deuda que desangra al país. A lo
sumo hablan de renegociar ese pasivo, omitiendo que no hay salida
progresista para el desastre económico actual avalando lo acordado con
el FMI.
Por estas razones existe en la izquierda un intenso
debate sobre la posición frente al kirchnerismo. Yo entiendo que tenemos
que exponer nuestras ideas y no rehuir ninguna discusión sobre las
divergencias. Pero, al mismo tiempo, subrayo que debemos tener mucho
cuidado con tratarlos con la misma vara que al gobierno o al peronismo
federal cómplice del ajuste. Me aterra escuchar que Cristina y Macri son
lo mismo, o que nos resultaría indiferente el gobierno de uno u otro.
Me parece que esa postura ilustra un nivel de ceguera e infantilismo con
graves consecuencias.
J.H. y J.M.: ¿Qué margen de influencia
crees que puede tener la izquierda en una candidatura de Cristina para
plantear cambios respecto a los gobiernos anteriores?
C.K.:
Todo dependerá de la construcción política que podamos hacer. La
izquierda más reconocida, que es el FIT [Frente de Izquierda y de los
Trabajadores], mantiene por ahora una postura indefinida. Han llamado a
votar contra Bolsonaro, pero no está claro qué pasaría en un ballotage
aquí. Todavía no se discutió, no hay posición ni debate abierto.
Yo
considero indispensable que la izquierda presente sus propios
candidatos y consiga una importante representación en el Parlamento. Es
la corriente que no transará, ni aceptará lo que dicte el FMI. Me parece
un gran error la disolución dentro del kirchnerismo porque tiende a
reproducir los problemas de la década pasada. Pero al mismo tiempo
necesitamos tender puentes con esa formación, no solo en la lucha social
sino en múltiples terrenos, sabiendo que en un eventual ballotage
votaríamos contra Macri.
Juliana Hernández forma parte de los grupos de investigación Amerika Latina Parte Hartuz (Bilbao) y el Llano en Llamas (Córdoba, Argentina) y Júlia Martí forma parte del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) y del Consejo Asesor de viento sur
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