“La
destrucción de las civilizaciones precolombinas, el genocidio de la
población autóctona, la esclavización de la fuerza de trabajo en las
minas y en las encomiendas, y la conversión forzosa a una religión
extraña, son episodios constatados de la historia de la humanidad.
¿Tanto nos cuesta decir que sentimos aquélla siniestra epopeya
protagonizada por nuestros antepasados directos?”
(Paco Rodríguez de Lecea)
“Muchas
veces, de modo sistemático y estructural, los pueblos indígenas han
sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado
inferiores sus valores, su cultura y sus tradiciones. Otros, mareados
por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de
sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué
tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y
aprender a decir: ¡perdón! El mundo de hoy, despojado por la cultura del
descarte, los necesita”
(Papa Francisco)
“Es
verdaderamente perturbador el grado de derechización al que se ha
llegado en el debate y entre la opinión pública española (que en este
sentido no hace sino encaminarse por la senda emprendida por la mayoría
de sociedades occidentales en el último periodo). La banalidad, la
zafiedad, el cinismo y la indigencia intelectual están llegando a tal
punto que empiezan a ser incompatibles incluso con la existencia de una
democracia formal en España”
(Jorge Sancho)
Recientemente
hemos asistido a la polémica suscitada por el requerimiento del
Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, al Rey de España,
para que pida perdón por los agravios que el Imperio Español de entonces
ejecutó contra los pueblos y tribus nativas mexicanas durante el
período de su conquista, hace ahora cinco siglos, concretamente entre
1519 y 1521. En 2021 se cumplirán 500 años de la caída de Tenochtitlán y
200 años de la Independencia de México, y en la celebración de dicha
efeméride enmarcaba López Obrador dicha solicitud hacia España. Estoy de
acuerdo con dicha pretensión del presidente mexicano, pero pienso que
debe ser un “perdón” matizado, referido no tanto (que también) al
reconocimiento de los agravios, atrocidades y aberraciones que cometimos
allende los mares, sino y sobre todo, la petición de perdón debe
centrarse, a mi juicio, sobre la propia versión de la Historia que
nosotros, desde España, hemos divulgado y exportado. Bastaría con que se
difundiera la verdadera labor que nuestra España Imperialista de
entonces ejecutó sobre los pueblos nativos latinoamericanos, y que por
tanto, en vez de un mensaje de altivo “descubrimiento”, heroico y
venturoso, “por la gloria de la patria”, se difundiera la auténtica
versión de la historia, que no es otra que una historia de sometimiento.
El relato dominante nos ha contado una historia de grandeza
épica de nuestros conquistadores, de hazaña memorable, cuando la verdad
es que hubo masacre, invasión, y colonización brutal. Muchos autores,
profesores e investigadores insisten en que los hechos históricos de
hace cinco siglos no pueden evaluarse ni juzgarse con los ojos de hoy, a
la vista actual de los acontecimientos. Es cierto. Pero es una
afirmación que habría que matizar bastante, porque por la misma
regla…¿Tampoco podemos evaluar la Inquisición como un crimen contra la
humanidad perpetrado por la Iglesia Católica (bajo la instigación, la
connivencia y el mandato de la España Imperial)? ¿No podemos tampoco
evaluar los tremendos sufrimientos que fueron causados a moriscos,
judíos y sobre todo gitanos, que fueron expulsados en sucesivas oleadas
históricas mediante diversas pragmáticas, comenzando por la de Medina
del Campo en 1497? Los sucesivos reinos desde entonces no sólo
expulsaron de nuestras tierras a todos ellos, sino que además publicaron
contra ellos salvajes leyes que intentaban eliminar su memoria
histórica, su identidad, su cultura, su derecho a ser y a existir, y que
abrían la veda para que contra los gitanos de la época se pudieran
ejecutar los más perversos tormentos. Es cierto que toda la legislación
de la época era cruelmente salvaje, pero este hecho histórico no anula
la perversidad de tales leyes.
En general, ante el asunto de la
conquista de América Latina, asistimos desde hace siglos a un claro
negacionismo de los verdaderos hechos históricos que ocurrieron. Al
igual que con el relato de la II República, de la Guerra Civil y de la
posterior dictadura franquista, el pensamiento dominante ha dejado su
distorsionada versión de los hechos, y de ahí que, por ejemplo, aún
estemos con el asunto de la exhumación del dictador pendiente, a más de
40 años de su muerte. Precisamente aún arrastramos la celebración de la Fiesta Nacional el 12 de Octubre, como una reafirmación de nuestro papel en aquéllas tierras,
una jornada festiva que debería ser erradicada, pues como decimos, no
hay nada que celebrar. Enseguida vendrá la derecha recalcitrante y
“patriótica” a argumentar que les dimos la lengua (como si los pueblos
indígenas fueran todos mudos), la conciencia moral (como si las tribus
indígenas no tuvieran de eso), la democracia (como si eso hubiera
existido durante la España Imperial), y la libertad, pero no dicen nada
de las numerosas masacres que ocurrieron, del expolio al que sometimos a
dichos pueblos, o del tratamiento que dábamos a los negros africanos
que “exportábamos” al Nuevo Mundo. El Gobierno del PSOE se limitó a
decir con soberbia y altanería que “Felipe VI no tiene que pedir perdón a
ningún país”. Absolutamente lamentable. Quizá el más beligerante ha
sido el escritor Arturo Pérez Reverte, quien tildó por vía Twitter al
Presidente mexicano de “imbécil” y de “sinvergüenza”. Por su parte, el
Nobel de Literatura , Mario Vargas Llosa, también negó el genocidio
americano (porque también existen personajes ilustres y académicos
ignorantes).
Es además incomprensible tanto revuelo político,
mediático y social, cuando López Obrador únicamente solicitaba en su
carta que “…el Reino de España exprese de manera pública y oficial el
reconocimiento de los agravios causados y que ambos países acuerden y
redacten un relato compartido, público y socializado de su historia
común…”, es decir, que tampoco era una declaración de guerra. Tan
sólo se pretende que acabemos de una vez con el relato dominante, con el
relato de las bondades imperiales, porque es un relato falso, que
situemos los hechos en su justo lugar, que les concedamos una valoración
ajustada a la realidad. Y en cualquier caso, y podemos extrapolarlo a
otros muchos asuntos, el Gobierno y la oposición se han arrogado la
representación de todo el país sin consultar a la ciudadanía, porque…¿no
sería el conjunto del pueblo español el que debería manifestarse sobre
si debemos o no pedir perdón a otros pueblos por los hechos acaecidos
durante la conquista? Si es un acto de país, es evidente que todo el
país debería manifestarse ante tales hechos, y la respuesta que debe dar
el Estado, y no el Gobierno de turno. Lo que ocurre es que estamos muy
poco acostumbrados a la democracia.
El problema fundamental es
el relato que nos han contado. Y, por supuesto, nos lo han contado los
dominadores. Porque ese relato es falso. Nuestra educación nos ha
transmitido, a través ya de muchas generaciones, un consenso
nacionalcatólico en el que estos hechos históricos se nos presentan como
hazañas épicas de nuestros “conquistadores”, y en el que la destrucción
de las civilizaciones y culturas americanas más antiguas fue solo un
“mal necesario” para la construcción de nuestra “Hispanidad”. Día de la
Raza se llamaba al 12 de Octubre, luego Día de la Hispanidad, y
últimamente Fiesta Nacional. Todavía, en pleno siglo XXI, usamos
conceptualizaciones con una evidente carga semántica, tales como
“Reconquista” o “Descubrimiento”, cuando es absolutamente palmario que
no “reconquistamos” ni “descubrimos” nada. Todas esas culturas ya
existían con anterioridad, y poblaban aquellos territorios desde mucho
antes que los “españoles” que llegaron después. Por ejemplo, el 2 de
enero (fecha a la que Vox pretende traspasar el actual Día de Andalucía
del 28F), no “reconquistamos” Granada, únicamente finalizamos nuestra
expulsión de los musulmanes, mejor dicho, de los andaluces que habitaban
Granada, desde mucho antes que los actuales andaluces. Nosotros
llevamos cinco siglos, ellos llevaban ocho.
Los conquistadores
castellanos no llegaron a ningún Nuevo Mundo, ni a una tierra
desconocida ni vacía, ni tampoco habitada por salvajes que esperasen a
recibir las culturas más avanzadas, las civilizaciones más iluminadas.
Las Américas ya eran habitadas desde miles de años antes por multitud de
tribus, de pueblos y de culturas que se extendían desde Alaska hasta
Tierra de Fuego, presentando todo un ecosistema humano rico y diverso.
Allí ya se encontraban civilizaciones avanzadas, con ciudades, comercio,
y un alto grado de organización social. Nosotros solo llegamos para
hacer más grande nuestro Imperio, y para imponerles nuestra lengua,
nuestra cultura y nuestra religión, por la fuerza. El Imperio Español de
entonces, ese donde “nunca se ponía el sol”, ejecutó la destrucción
deliberada de pueblos enteros, a las órdenes de nuestros “héroes”
Pizarro, Hernán Cortés, Núñez de Balboa o Cristóbal Colón. El historiador Jorge Sancho nos lo explica con claridad: “En
todo caso, es innegable que tomando en consideración el conjunto del
proceso (que se extendió durante más de un siglo y a escala continental)
la catástrofe demográfica fue de unas dimensiones apocalípticas. En
términos absolutos murieron decenas de millones de personas, algo
comparable solo con las Guerras Mundiales o las conquistas de los
mongoles en Asia. En términos relativos el impacto fue aún mayor, dado
que las estimaciones más conservadoras situarían la pérdida de población
en el Nuevo Mundo en al menos un 75% de la población continental entre
los años 1500 y 1650, cuando empezó una lenta recuperación. Este
probablemente sea el proceso demográfico más relevante en tiempo
histórico ya que alteró de manera decisiva el equilibrio demográfico
entre los continentes”. Es algo de lo que, sencillamente, no podemos estar orgullosos.
La
invasión española fue, por tanto, una clara guerra de rapiña, de
expolio, de saqueo y de apropiación violenta e ilegítima de las riquezas
de aquellas culturas indígenas. Nos apropiamos de territorios, de
personas, de recursos, todo ello disfrazado de “cruzada civilizadora y
evangelizadora”. Aquellos pueblos no nos habían pedido evangelizarlos,
no solicitaron nuestra inestimable “colaboración” para ser tránsfugas de
sus culturas ancestrales, y adquirir la nuestra, ni para aborrecer su
fe y adherirse a la nuestra. Como consecuencia, la guerra, el hambre, la
peste y la muerte asolaron durante decenios aquellas tierras. Este es
el relato adecuado. Y ante tamaña realidad, sólo nos queda condenar los
horrores de aquélla “Conquista”. Cualquier intento de justificarla es
únicamente seguir participando de aquella barbaridad. Ello no obsta para
admitir que los españoles no fueron los únicos bárbaros de la Historia,
pues a lo largo de la misma se han dado muchos otros episodios
cruentos, protagonizados por muchos otros pueblos. Serán ellos los que
también tengan que disculparse. No es deshonroso, por tanto, asumir la
reparación moral de toda aquella barbarie, y pagar esa factura pendiente
con las comunidades indígenas. Más bien al contrario, sería un gesto de
una altura de miras envidiable, realmente ejemplar.
Sin
embargo, difundir un relato incorrecto, alejado de la realidad,
convirtiendo en épicas hazañas lo que realmente fueron horrendos
crímenes, como llevamos haciendo durante cinco siglos, es mucho más que
una mentira: es un crimen contra la humanidad. Y cuando aprendamos a
contemplar el verdadero relato, a la luz de los verdaderos
acontecimientos, cuando lo asumamos y lo difundamos como realmente fue,
entonces el perdón estará prácticamente implícito. Porque se nos deberá
caer la cara de vergüenza en nombre de nuestros antepasados, esos
“españoles” que llevaron la Cruz y la Espada a cientos de pueblos
extranjeros, para obligarlos a que tuvieran una nueva fe, una nueva
cultura (ya no se discute sobre si más avanzada o menos), y una nueva
identidad. Y esta actitud debe extrapolarse a todo acto cruel, genocida o
salvaje de cualquier pueblo contra cualquier o cualesquiera otros. Por
ejemplo, por poner un ejemplo más cercano en el tiempo, pienso que el ex
Presidente estadounidense Barack Obama debió pedir perdón en nombre de
su país a Hiroshima y Nagasaki (a Japón en realidad) cuando visitó
dichas ciudades niponas en el último año de su mandato, aunque Obama ni
siquiera había nacido cuando su país hizo estallar las dos bombas
atómicas en 1945. Cientos de ejemplos más podemos tomar como referencia.
De esta forma, extenderemos la cultura de la reconciliación y
contribuiremos a una mayor confraternización entre todos los pueblos.
¿Dónde
está el límite, por tanto? El límite entiendo que debemos situarlo en
todas aquellas afrentas, sucesos, acontecimientos y hechos históricos
que, a la luz de la proclamación de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos (1948), y de sus documentos anexos posteriores
aprobados por la ONU (y refrendados por la inmensa mayoría de los
países), constituyan crímenes de lesa humanidad, que no prescriben, y
que podamos perfectamente identificar a las víctimas y a los verdugos de
dichos crímenes. No podemos extenderlo a los tiempos de Carlo Magno, ni
al Imperio Romano, simplemente porque el mundo de aquellas épocas no
era igual al mundo de hoy. La configuración de países, reinos y
continentes era significativamente diferente a la de hoy día, como era
diferente, por ejemplo, el mundo en que vivieron Ulises, Agamenón,
Menelao y Aquiles. No podemos identificar entonces a víctimas y a
victimarios. Pero en todos aquellos casos donde se cumplan estas
premisas, entiendo que la práctica del reconocimiento del agravio, y del
ofrecer una visión correcta de la Historia, siempre será un gesto
deseado y bienvenido. Un gesto de justicia, y la humanidad está bastante
necesitada de ella.
Blog del autor: http://rafaelsilva.over-blog. es
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