Somos un Colectivo que produce programas en español en CFRU 93.3 FM, radio de la Universidad de Guelph en Ontario, Canadá, comprometidos con la difusión de nuestras culturas, la situación social y política de nuestros pueblos y la defensa de los Derechos Humanos.

miércoles, 9 de enero de 2019

20 años de dolarización en Ecuador: ¿es sostenible?


Este 2019 se cumplen 20 años del feriado bancario en Ecuador, el saqueo más grande de la época contemporánea y epílogo de un modelo oligárquico-neoliberal que dominó el país durante todo el siglo XX. El 12 de marzo de 1999 el Gobierno neoliberal de Jamil Mahuad y el Partido Social Cristiano anunciaban la subida del precio de los combustibles en 169%, el IVA del 10% al 15%, un impuesto del 4% a los vehículos y el congelamiento de los depósitos de los ecuatorianos. Lo que hoy pocos recuerdan es que ante de terminar su intervención Mahuad sentenciaba que el paquete económico “sentará las bases para implementar una futura convertibilidad, o directamente la dolarización de la economía”[1] La dolarización fue una decisión de las élites tomada en 1999 a espaldas del pueblo y que no fue anunciada hasta el 9 de enero del año 2000. 

Hay que entender que existieron dos dolarizaciones. La primera, para la oligarquía, fue en el año 1999. Los ricos con información privilegiada, ya sabían en 1999 de la dolarización y tuvieron meses para cambiar sus depósitos en sucres a un dólar preferente (7 mil sucres). Esta demanda por dólares presionaba aun más el tipo de cambio que, cuando fue anunciada oficialmente, la cotización llegaba a los 25 mil sucres por dólar. Mahuad fue derrocado el 21 de enero del 2000, días después del anuncio. De poco sirvió. La oligarquía había llegado antes y se había quedado con los dólares. Los dólares que sobraron, se entregaron a la sociedad para que viva como pueda. 

Hoy la dolarización de la economía es, tal vez, el único pacto entre clases. Por un lado, las oligarquías se sienten pletóricas al hablar de los logros de ésta, pues nunca supieron cómo manejar la economía, y tampoco la receta neoliberal fue capaz de contener la inflación. Por otro lado, la dolarización garantizó a las clases populares un poder adquisitivo mínimo y éstas tampoco están dispuestas a renunciar a ella: de hecho, desde el año 2000 las rentas del trabajo recuperaron su participación en el PIB gracias a la convergencia de los precios. A partir de 2007, con la Revolución Ciudadana y el proceso de redistribución del ingreso, la clase media se expandió, a la par que crecía el tamaño de la economía: en 10 años la economía ecuatoriana en términos nominales se duplicó y todos los indicadores sociales tuvieron avances sin precedentes. En este sentido, la dolarización parte de un gran acuerdo nacional y le resguarda un mantra de perennidad. Así encontramos una sociedad amortiguada y anclada a un proceso que, si bien genera estabilidad, deja muchas dudas sobre su sostenibilidad a futuro. 

La dolarización se decretó en una economía de 37 mil millones de dólares; hoy la economía es 90% más grande y está mejor distribuida. Por ende, demanda una cantidad cada vez mayor de divisas para ese tamaño y cada vez más ciudadanos se ven incluidos en un régimen de consumo más democratizado. ¿Es la dolarización un camino a perpetuidad? ¿Qué condiciones garantizan su permanencia? Después de dos décadas vale la pena reflexionar sobre uno de los experimentos monetarios más arriesgados del siglo XXI. 
Receta para el desastre: importamos más, exportando lo mismo 

Hay que entender que un país no puede vivir de forma perpetua con déficit de cuenta corriente sin que las condiciones macroeconómicas se deterioren. Cuando este déficit no es financiado con la entrada de divisas por la cuenta de capitales (deuda, inversión extranjera, etc.), tarde o temprano causa una anemia de divisas y una crisis del tipo de cambio, devaluándose la moneda y afectando al nivel general de precios y el salario de los trabajadores. En una economía dolarizada el tipo de cambio no se deteriora, pero eso no le exime que pueda caer en una crisis del régimen monetario. Todo lo contrario, sin tipo de cambio la economía no tiene mecanismo automático de ajuste que prevenga la pérdida de reservas. De hecho, una crisis puede estar cocinándose en silencio y explotar de un día a otro sin previo aviso, con consecuencias devastadoras. 

Como es usual, la economía neoclásica culpa del déficit de cuenta corriente al Estado por su gasto público excesivo (teoría de los déficits gemelos). Por ende, la única forma de corregir el sector externo es mediante la minimización del Estado. A Rafael Correa lo acusaron de ser el causante de la pérdida de divisas producto del excesivo gasto público que, supuestamente, empujaba a un incremento de las importaciones. El gráfico 1 demuestra las mentiras construidas alrededor del gasto público y cómo el pensamiento neoclásico subvalora el papel de los multiplicadores fiscales; las importaciones no crecieron respecto al PIB en los últimos 11 años como la teoría neoclásica sugiere, de hecho, éstas vienen reduciéndose respecto al tamaño de la economía. El gasto público amplió la demanda interna sin desequilibrar las importaciones. Esto demuestra que los multiplicadores fiscales en la economía ecuatoriana son mayores a lo que podría suponerse. 

Como muestra el gráfico 1, la economía entró en una adicción a la importación mucho antes de la Revolución Ciudadana: primero entre 1965 y 1980, producto del boom petrolero y luego entre 1999-2007, como consecuencia de la dolarización. Ese nivel de importación sólo pudo sostenerse gracias a que la economía era pequeña y el consumo estaba muy mal distribuido, con lo cual las exportaciones tradicionales eran capaces de sostener la pérdida recurrente de divisas producto de la fiesta importadora de un grupo selecto de la población: entre 1988 y 2007 las exportaciones superaban a las importaciones (gráfico 1). 
Desde 2007, el modelo fortaleció la demanda interna a través de la inversión pública y ocasionó que las exportaciones perdieran peso dentro de la demanda agregada. Por su parte las importaciones no se aceleraron; de hecho, también vinieron perdiendo peso dentro del PIB desde el año 2009. No obstante, el proceso de redistribución del correísmo dio un nivel de vida a capas sociales que hasta ese momento estaban orilladas por el modelo económico. Así, con una demanda democratizada, sin tipo de cambio y sin una expansión en la producción privada, el nuevo modelo social instaurado en Ecuador presiona por más divisas para la importación. Esto ocasionó que desde 2008 las importaciones superasen de manera recurrente a las exportaciones –en % del PIB-. 

En los últimos 10 años esta tensión permanente se gestionó con control a las importaciones, pero siempre sabiendo que el único que podía sostener —con divisas— el nuevo patrón de consumo era el sector exportador (privado y público). No obstante, el modelo de exportación siguió siendo primario, esclavo de los precios internacionales y con nula transformación, lo que impidió que ingresaran más divisas en relación con el tamaño de la economía. Desde el año 2007 las exportaciones traen cada vez menos divisas como proporción del PIB. Para 2018, ante una economía más grande, democratizada e históricamente carente de entrada de flujos externos por IED, el modelo de exportación vigente ya no es capaz de sostener al infinito un régimen de demanda importada. La dolarización, con un régimen de exportación que no ha mutado desde el siglo XX, no podrá perdurar en el tiempo. 
¿Cuál es el futuro de la dolarización? 

¿Eso quiere decir que la dolarización puede acabar? No necesariamente, pero es seguro que el régimen de crecimiento, consumo e importación no aguanta más en las condiciones actuales. Las circunstancias exigen que la dolarización deba buscar un nuevo equilibrio, en un contexto donde la sociedad ya no es aquella de los ’90; ahora disfruta de niveles de vida –consumo- más equitativos. Por ende, hay un descalce entre los objetivos sociales y las condiciones materiales del sistema de dolarización. En este sentido se avizoran tres caminos posibles: 
El camino neoliberal: regresar la economía a un tamaño “sostenible” para que los niveles de vida de la población se ajusten a los niveles de divisas disponibles. Esta significa desinflar la economía mediante un ajuste social: reducción del tamaño del Estado y flexibilización del mercado laboral. Ambas medidas empujarán a la baja el salario y el tamaño de la economía. El problema es que el ajuste no se dará por igual en todos los sectores. La correlación de fuerzas está dada para que el ajuste lo paguen aquellos que están en la base de la pirámide de empleo y aquellos con menores oportunidades (baja educación e informales). Los de arriba, al contrario, se beneficiarán, pues existirá una puja para que el salario de mercado se reduzca por dos canales: (i) un aumento del ejército de reserva y (ii) la desregularización laboral, que hasta ahora había garantizado que los empleadores paguen los justo. Ante mercados oligopólicos, la tasa de ganancia de los dueños del capital se garantizará y habrá una redistribución del ingreso de pobres a ricos por los mecanismos del mercado. Por eso es que el FMI oficialmente ha declarado la necesidad de flexibilizar el mercado laboral en Ecuador pues, sin tener tipo de cambio, es la única vía para ajustar la economía reduciendo los salarios de mercado y así equilibrar el sector externo y el sector fiscal. En economías con moneda, la forma más simple de ajustar es devaluando la moneda. En Ecuador el ajuste neoliberal exige crear desempleo para deprimir el salario de la economía. 
El segundo camino, diferente al primero, será llevar adelante el ajuste sobre el nivel de importaciones para que éstas se reduzcan a niveles sostenibles, priorizando aquellas más productivas: materias primas y bienes de capital. Esto —junto con endeudamiento e impuestos a los más ricos— fue lo que garantizó durante 2015 y 2016 la sostenibilidad del sistema monetario y evitó un ajuste de los salarios de los trabajadores. En economía política este ajuste golpea a la tasa de ganancia de los grandes importadores y va cerrando el déficit fiscal y comercial al mismo tiempo. Rafael Correa lo sabía, y decantó por una postura a favor de las mayorías. Desde nuestra opinión este es el único camino sostenible, en el corto plazo, para sostener la dolarización y precautelar, al mismo tiempo, la política social en un contexto en que el volumen de exportación no es capaz de sustentar los niveles de importación. Evidentemente esto disgusta a la alta burguesía, que invierte importantes recursos en grupos de lobby para desmontar los aranceles y los impuestos bajo la promesa de una reconversión productiva (la solución estructural). Desde los ’60 se discute el estímulo industrial vía impuestos, pero ¿cuánto tiempo más debemos esperar que el sector productivo decida transformarse? Mientras eso ocurra, este segundo camino es el único sostenible para las mayorías. 
Finalmente, existe un tercer camino y es el que hasta hoy ha tomado el Gobierno: liberar importaciones, garantizar la sostenibilidad monetaria vía deuda externa y seguir aplazando el ajuste salarial del sector público en un clarísimo cálculo político. Es decir, irresponsablemente este camino intenta garantizar tasas de ganancias a los importadores con la nueva deuda externa y también sostener el salario. En economía política, no se puede contentar a todos, y el modelo está empujando la dolarización hacia el precipicio de la insolvencia en la reserva monetaria (en % del PIB la segunda más baja en los 20 años). Este camino es imposible de lograr sin deuda externa, como ha sido la tónica de los últimos 20 meses. El Gobierno actual está creando las condiciones propicias para un escenario de crisis de la deuda como los ’80 a pesar de tener muchos mejores precios de petróleo que en 2015-2016. La tensión dentro del Gobierno es evidente, pues la mayoría de su gabinete puja por el primer camino –neoliberal- y el presidente, por su cálculo político, no quiere transparentar una agenda contraria a la que dice defender. Mientras tanto, sigue comprando tiempo con deuda y con un precio del petróleo que hasta hace poco estuvo al alza (el precio del petróleo volvió a reducirse en las últimas semanas). El FMI ya está a la puerta de tutelar -oficialmente- la economía y por ende el 2019 será, con casi absoluta certeza, el año del esperado ajuste neoliberal. 
Un modelo legitimado, pero insostenible 

Sin moneda — y sin la herramienta del tipo de cambio— es insostenible que las importaciones sean mayores a las exportaciones; un recurrente déficit de cuenta corriente pone en peligro el régimen de dolarización. Hoy la economía se sostiene en base a un agresivo endeudamiento para garantizar una tasa de ganancia a los importadores. El FMI sabe que la austeridad y la precariedad social rápidamente corrigen el déficit de cuenta corriente y van sobre ello. Sólo basta ver los ejemplos recientes de Argentina y Turquía. ¿Qué le ofrece el FMI a cambio al presidente de Ecuador? Un esfuerzo social que corrija los macroequilibrios para lograr prosperidad. ¿Qué ofrecen los ministros de Economía y Comercio Exterior al presidente? “Millonarias” inversiones para salvar la maltrecha economía. En Carondelet confían, mientras el resto sabe que las promesas son sólo eso, promesas. 

Mientras las baratijas de ofertas decantan en Carondelet, la sociedad no advierte que se cocina una crisis subyacente de graves consecuencias. Aunque con una diferencia respecto a la crisis del año 1999: ésta es silenciosa y no avisará cuando llegue. Sin tipo de cambio no hay forma de que la sociedad perciba el desequilibrio en inflación. La crisis simplemente llegará de un día a otro. Lo peor de este panorama es que los 20 años de dolarización y la adicción a la importación han construido una legitimidad sobre el sistema de importación. En la última encuesta de CELAG para Ecuador se preguntó si la liberalización de las importaciones es buena o mala para el país. Estos fueron los resultados: 


Un 44% dice que son buenas para el país, un 34% dice que no son ni buenas ni malas y sólo un 22% dicen que perjudican a la situación económica. En otras palabras 8 de cada 10 ecuatorianos no problematizan a las importaciones: es una termita que roe la dolarización de manera silenciosa. La liberalización del sector externo está socialmente aceptada y población se siente satisfecha de encontrar perchas abarrotadas de productos de consumo final importados. Vehículos, bienes suntuarios y de consumo masivo han proliferado. También la informalidad se nutre de bienes de contrabando que no hacen más que socavar el régimen monetario. Al mismo tiempo, la liberalización de importaciones de Lenín Moreno es una nueva dosis para el rentismo importador, tan arraigado en la cultura empresarial ecuatoriana. 

La fiesta importadora acabará pronto. El ajuste se llevará el salario y la capacidad de consumo. Sólo aquellos que tienen la suerte de haber nacido en la parte alta de la pirámide social podrán disfrutar de esa economía excluyente, pero “sostenible”. 

[1] Lucas, K. (2015). “Ecuador cara y cruz: Del levantamiento del noventa a la Revolución Ciudadana” 

No hay comentarios: