La soberbia del
secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis
Almagro, y su accionar desesperado contra Venezuela y otras naciones de
la Patria Grande, lo llevarán a convertirse en el enterrador de esa
entidad, históricamente al servicio de Washington.
El golpe de
Estado institucional protagonizado este lunes contra Bolivia y Haití,
países que asumieron la presidencia y vicepresidencia de turno del
Consejo Permanente de la OEA, respectivamente, violó todas las normas y
reglamentos del bautizado “ministerio de las colonias” estadounidense.
Almagro, con la complicidad de representantes de gobiernos derechistas
latinoamericanos, convocó, sin en el consentimiento de Bolivia y Haití, a
una reunión de esa organización con en el único propósito de condenar a
Venezuela.
El uruguayo actual jefe de la OEA tiene manía con la
Revolución Bolivariana, a la que insiste en cercar de cualquier manera
por mandato bien remunerado de la Casa Blanca, el Pentágono y la Agencia
Central de Inteligencia (CIA).
La más reciente actuación de
Almagro no tiene precedentes en la bien conocida triste historia de la
organización que ahora él preside, y que financia y mangonea desde su
fundación Estados Unidos.
Lejos de conseguir su objetivo de
ilegitimar la democracia en Venezuela y así allanar el terreno para una
eventual intervención extranjera en la Patria de Hugo Chávez, el
cabecilla del “ministerio de las colonias” de Washington terminará por
enterrarlo definitivamente.
La credibilidad de la OEA siempre ha
estado en tela de juicio porque no ha representado los verdaderos
intereses de los pueblos de Nuestra América, sino todo lo contrario, los
propósitos hegemónicos imperiales norteamericanos en nuestra región.
Y es precisamente eso lo que hace hoy su secretario general sin en el
menor escrúpulo, con total impunidad y violando todas leyes que rigen
las relaciones internacionales.
La conducta de Almagro, sin
respeto alguno por los gobiernos legítimos de la Patria Grande, es muy
similar a la otrora época de las colonias, cuando las metrópolis
nombraban un “capitán general” extranjero para imponer por la fuerza su
dominio en los países de esta región.
En su afán injerencista,
el susodicho personaje uruguayo parece olvidar que vivimos en otros
tiempos y que la América Latina y el Caribe decidieron independizarse de
una vez por todas y dejar de ser el traspatio de Estados Unidos.
Pero además, en la actualidad existen otras entidades regionales
integradoras, como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños
(CELAC), la Unión de Naciones del Sur (UNASUR) y la Alianza Bolivariana
para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), en el seno de las cuales las
naciones pueden debatir, dialogar y resolver en paz sus discrepancias,
sin la imposición de Washington.
La CELAC, UNASUR y el ALBA están
llamadas a reemplazar a la OEA, que agoniza desde hace mucho tiempo pese
a que intentan revivirla con “oxigeno imperial”, y equivocadamente con
quien será su sepulturero.
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