En la imagen, un artista grafitero en Irak presenta a Trump como una bestia que lo embiste todo.
foto/AFP
Este ha sido el caso de Donald Trump como candidato y presidente.
Ahí está su exitosa lucha contra los Tratados de Libre Comercio con
México y Canadá durante su campaña. Un asunto que lo ha alejó del núcleo
conservador en el seno del partido republicano, mientras lo colocaba en la
misma frecuencia de las poderosas centrales sindicales, consideradas como el
músculo y las correas de transmisión del partido demócrata.
Pero, al mismo tiempo, Donald Trump ha compartido la misma causa de los
extremistas, de los supremacistas blancos y las bases conservadoras del partido
republicano cuando insiste en su promesa (o amenaza) de construir un Muro y
lanzarse contra los inmigrantes de origen mexicano y las minorías de confesión
musulmana.
Por esta razón. Por su monstruosa dicotomía oportunista, Donald Trump no
es un auténtico elefante republicano. Sino un rinoceronte que cruza las cercas
ideológicas a conveniencia, de la misma forma que lo haría un populista sin
escrúpulos.
Como buen experto en mercadotecnia, Trump cambia de discurso de la misma
forma que cambia de etiqueta al producto que le interesa promover o destruir
ante los ojos del incauto cliente o el electorado.
Un factor adicional que lo convierte en un rinoceronte, es su tendencia
a embestir contra todo aquello que se le cruza en el camino, o que se niega a
obedecer sus órdenes sin rechistar.
Su habitual tendencia a poner la pata sobre el cogote del empleado, del
subalterno, o de sus adversarios es el precio a pagar. Su bien ganada fama como
“bully” pendenciero, que disfruta humillando y atropellando lo mismo a sus
amigos que a sus enemigos, es parte de esa naturaleza de rinoceronte atrabiliario.
Personajes como el presidente de México, Enrique Peña Nieto, han sido
objeto de estos ataques y embestidas. Han probado la hiel de sus engaños y sus
ataques emboscados.
Como por ejemplo, la última sugerencia grosera para mandar sus tropas y
resolver así de una vez por todas el problema de los carteles:
"Tienen
ustedes a hombres bastante malos en México, por lo que tal vez necesitan ayuda.
Nosotros estamos dispuestos a ayudarlos en grande, pero hay que ponerlos fuera
de combate. Ustedes no han hecho un buen trabajo poniéndolos fuera de
combate", le dijo Trump a Peña Nieto según la transcripción obtenida por
CNN.
Donald Trump se ensañó también con Sally Yates, la fiscal general
interina que se negó a acatar y defender las polémicas órdenes ejecutivas que
emitió Trump para “defender a EU de la amenaza terrorista”, mientras desataba
un caos en los aeropuertos, vulneraba los derechos de miles de refugiados que
no pudieron entrar al país y sometía a humillantes interrogatorios a residentes
legales con interrogatorios de más de 12 horas.
En su escrito, dirigido a los fiscales que dependen del Departamento de
Justicia, Sally Yates les pidió no defender unas órdenes ejecutivas que atentan
contra la Constitución. Yates, estaba en lo correcto. Desde hace medio siglo,
el Congreso declaró anti constitucional la discriminación de inmigrantes por
cuestiones de fe o de origen.
Pero a Donald Trump no le gustó que la Fiscal General interina le
desafiara públicamente. La acusó de “traicionar” al Departamento de Justicia y
ordenó su inmediata remoción, para designar a un fiscal más obsecuente en la
aplicación de sus órdenes ejecutivas.
A Chuck Shumer, el líder de la minoría demócrata en el Senado, quien se
conmovió hasta las lágrimas cuando compareció al lado de un grupo de refugiados
que buscaban su protección, el presidente Trump le acusó de ser un falsario.
De derramar “lágrimas falsas” mientras le acusaba de atentar contra la
Constitución, contra los derechos humanos de miles de inmigrantes y refugiados
y contra los valores que ha defendido Estados Unidos desde su fundación.
A los más de 900 funcionarios de carrera del Departamento de Estado, que
cuestionaron la legalidad y la eficacia de unas órdenes ejecutivas, por
considerar que “son cobardes y contraproducentes”, su polémico portavoz, Sean
Spicer, les amenazó con el despido fulminante.
En la tradición del Departamento de Estado, siempre ha existido la
tradición del denominado “dissent chanel” en la formulación de políticas que se
aplican en distintas partes el mundo. Es decir, el canal del disenso o de la
crítica de los diplomáticos de carrera contra medidas que pueden resultar
peligrosas o contraproducentes, como han sido con la serie de órdenes
ejecutivas de Trump para impedir el ingreso a EU de ciudadanos de Libia, Irán,
Irak, Siria, Somalia, Sudán, y Yemen.
En todos estos casos, Donald Trump se ha comportado como un rinoceronte
de piel ligera que embiste a la menor provocación. Que pisotea a quien se
atreve a cuestionarlo o a criticarlo. Que reacciona con excesiva aprensión ante
las burlas o ante la sola posibilidad de una humillación.
Es el rinoceronte que ha llegado para embestir contra la Constitución,
contra los derechos civiles de millones de sus ciudadanos. Contra el legado de
Barack Obama. Contra el futuro de millones de inmigrantes indocumentados.
Contra los intereses y la seguridad de naciones amigas como México.
Contra el bien y la seguridad en común de
millones de ciudadanos en todo el planeta y contra más mínimo sentido de la
igualdad, de la justicia y la decencia.
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