El pasado viernes 24, en un poblado
de Kansas, tuvo lugar un lamentable hecho que ha causado consternación
entre millones de migrantes en Estados Unidos. Dos ingenieros de origen
indio charlaban tranquilamente en un bar cuando un individuo les gritó
que se largaran de ese país, al que eran ajenos. Respondiendo al asombro
de los comensales, el encargado del lugar ordenó al rijoso que se fuera
de inmediato. El individuo salió y a los pocos minutos regresó con una
pistola, y epítetos racistas por delante disparó contra los indios,
matando a uno e hiriendo al otro. La FBI definió el atentado como
crimen de odio. (NYTimes 25/2/17). Sobra decir que la comunidad de India ha manifestado su horror ante este crimen, y el propio gobierno de ese país ha expresado su preocupación por la suerte de muchos de sus ciudadanos que viven en territorio estadunidense.
Desafortunadamente, el hecho no es nuevo. Aunque sin los ribetes
trágicos de lo sucedido en Kansas, hay cada vez más denuncias sobre
agresiones verbales y físicas en contra de personas provenientes de
otras naciones. Esta situación afecta especialmente a los originarios de
México y Centroamérica, blanco frecuente de quienes se hacen eco de la
retórica xenófoba y racista que Donald Trump ha venido utilizando desde
que inició su campaña por la presidencia. Con sus expresiones, Trump se
ha encargado de abrir la puerta de las catacumbas donde
por
años habían anidado miles de fanáticos no diferentes al asesino de
Kansas. Estos individuos se han visto vindicados por una retórica de
odio que ha cristalizado en una ola de agresiones a lo largo y ancho de
Estados Unidos.
A esta situación ahora hay que agregar la angustia que han
causado las redadas indiscriminadas ordenadas por el presidente contra
todo aquel cuyo perfil étnico sea diferente al de los blancos. A diario
se reportan casos de padres o madres que salieron a trabajar o a dejar a
sus hijos a la escuela y no regresan a su hogar porque fueron detenidos
por la patrulla fronteriza, que se ha embarcado en una orgía de caza
marcada por la ilegalidad y la violación de derechos humanos.
La respuesta a esta grave situación la están dando ya las propias
comunidades agredidas, que en concurso con decenas de organizaciones
defensoras de los derechos humanos están construyendo una gran coalición
para exigir al huésped de la Casa Blanca el cese esta política inmoral y
de su retórica, más a tono con la que caracterizó a los abominables
integrantes del Tercer Reich.
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