El indigenismo como
corriente sociopolítica consiste en la defensa que se hace del indígena
vencido frente a sus vencedores. Esta corriente posiblemente nació, a
inicios del siglo XVI, con los frailes dominicos Antonio Montesinos y
Bartolomé de las Casas, defensores de indígenas.
Los indigenistas,
sean blancos o con fenotipos y ropaje indígena, no necesariamente
buscaban, ni buscan, la liberación u autodeterminación de los pueblos
indígenas. En muchos casos, por sus dispositivos paternalistas, miran en
el indígena a un “vencido para siempre”, incapaz de ser sujetos de su
historia, de tener voz y decisiones propias. Para el indigenista el
indígena es un sujeto de caridad que inexplicablemente porta una idílica
herencia comunal que se debe salvaguardar.
En la segunda mitad
del pasado siglo, ante la evidente complicidad de los indigenistas con
el sistema de dominación, emergió la corriente indianista basada en los
idearios teórico políticos del legendarios binomio Túpac
Katari-Bartolina Sisa.
El indianismo plantea la liberación y
autodeterminación de los pueblos indígenas como sujetos y actores de sus
propias historias.
El o la indianista no opta por el indígena,
sino es un indígena que ha resistido a la domesticación cultural y
política del sistema hegemónico. Que ha despertado y despierta
(aguijonea) a sus hermanos y hermanas desde las comunidades con
perspectivas plurinacionales, pluriregionales y globales, hacia su
liberación como pueblos.
Mientras los indigenistas (académicos o
no) se enorgullecen de ser apolíticos (sin organización política), los
indianistas promueven caminos sociopolíticos como herramientas de lucha y
disputa colectiva por el poder. Conviven en sus comunidades impulsando
procesos de decolonización.
La academia de ropaje indígena como recurso para la despolitización de los movimientos indígena campesinos
Ante
los simultáneos e imparables procesos de resistencias territoriales que
el sistema capitalista neoliberal está activando en los pueblos
indígenas, los agentes del sistema-mundo-occidental ensayan todos los
métodos posibles para desmovilizar y evitar “se repitan fenómenos
sociopolíticos de Bolivia y Ecuador” en otros país latinoamericanos.
Promueve
becas de estudios en el extranjero para indígenas “victimizadas”. Los
reúnen en programas doctorales “especializados” en estudios indígenas.
Luego de titularlos y promoverlos como “nuevos intelectuales indígenas
cualificados”, los contrata como consultores y/o conferencistas.
Con
dichas insignias de poder (títulos y consultorías), los indigenistas
reingresan a las comunidades y pueblos indígenas en resistencia para
anunciar el mensaje salvífico del nuevo adoctrinamiento: “Nosotros como
auténticas comunidades indígenas, no debemos meternos en política. No
necesitamos participar/disputar el poder político nacional... Somos
apolíticos. No somos de ni de la derecha, ni de la izquierda. Somos
seres superiores. Estamos por encima de la política”.
Con este
mensaje, el agente indigenista termina desmovilizando y despolitizando a
las comunidades indígenas en resistencia. En especial cuando algunos
dirigentes/lideres comunitarios conoce/gusta de los viajes, desayunos o
almuerzos pagados en los hoteles…
Ataque indigenista contra cualquier intento de la consolidación de incómodos gobiernos “progresistas”
Los
indigenistas, sean como becarios o como consultores, organizan y
participan en congresos, foros y diálogos sobre pueblos indígenas,
incluso llevándose consigo a algunos “dirigentes” indígenas, como
“evidencia creíble” de su espiche, y propagan la elucubrada idea
académica de: “Los pueblos y comunidades indígenas no necesitamos del
Estado”. “Las comunidades indígenas somos de origen milenario, y
superiores al Estado”, por tanto “no estamos de acuerdo con ninguna
propuesta de construcción o refundación del Estado, mucho menos de
Estados Plurinacionales, porque no es nuestra idea”. “Esas ideas de
refundación o fundación del Estado Plurinacional son intromisiones de
ideas de gobiernos corruptos de Bolivia y de Ecuador”, suelen repetir.
Y,
para afinar el ataque a los incómodos gobiernos progresistas propagan
falacias como: “Evo Morales es un gobierno corrupto y dictador”. “Los
gobiernos progresistas mataron a los movimientos sociales y son enemigos
de las comunidades organizadas” “En los gobiernos progresistas no hay,
ni libertad de organización, ni libertad de opinión” “Los gobiernos
progresistas son malos ejemplos que debemos evitar”…
Así azuzan a
sus lectores y auditorios desde testeras académicas internacionales
integradas por indigenistas también becados o consultores provenientes
incluso de los países de gobiernos progresistas.
Caso patético
es lo que ocurre con muchos estudiantes y ex estudiantes del doctorado
que dirige la Sra. Raquel Gutiérrez (ex pareja sentimental del actual
Vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera) que hipnotizó a muchos
indigenistas con su investigación sobre “entramados comunitarios
autogestionarios en Bolivia”. Así resurgieron las y los comunalistas que
ahora ven idílicas e intangibles “tramas comunales” por todas partes de
Latinoamérica indígena.
“Teorización” idílica de la
comunalidad indígena como recurso para desactivar cualquier intento de
construcción genuina de estados soberanos.
A las anteriores
consignas, se suma el slogan de: “Las comunidades indígenas fuimos y
seremos esencialmente comunidades armoniosas autogestionarias. No
necesitamos de ninguna estructura estatal o supra estatal”.
Estas son, aunque el lector no lo crea, algunas conclusiones de tesis doctorales que hacen feeling
con las nuevas prioridades financieras de la cooperación y con algunas
tácticas de las corporaciones transnacionales toreadas por gobiernos
progresistas y/o resistencias locales.
Al capital del
sistema-mundo-occidental le conviene la comunalización atomizada de los
incómodos indígenas que viven en áreas de su interés geográfico. Mucho
más si éstas son “apolíticas”.
A muchos dirigentes indígenas les
motiva que los presenten y paseen en eventos internacionales como
representes de “de la idílica reserva social, moral y ecológica” de la
humanidad. Aunque en los hechos, ellos y nosotros, sabemos que los
indígenas no somos ni dioses, ni demonios, sino sólo humanos. Humanos
con huellas ecológicas, y también configurados por el capitalismo
colonial que nos habita aún. Eso sí, con sueños por mundos mejores, en
muchos casos.
Pero, esos sueños de mundos nuevos (Sumaj Kawsay,
decimos en quechua) se construyen peldaño a peldaño con procesos de
organización, concientización, movilización y construcción de nuevas
relaciones de poder. De abajo hacia arriba.
Los folclorismos
“apolíticos” o “antiestatales” de las comunalidades o de las nostálgicas
identidades del “buen salvaje”, son idealizaciones socioantropológicos
con fines de perpetuar la permanente colonización de los pueblos y sus
territorios.
No podemos decir que defendemos el agua o la vida
en la comunidad, y al mismo tiempo promover la despolitización o
antiestatalidad en las comunidades. Esto no es lo que exactamente
plantean John Holloway, Boaventura de Sousa o José Carlos Mariátegui.
Hará bien releer las persuasiones que, en el pasado siglo, hiciera
Guillermo Bonfil Batalla a los indigenistas.
La Vida y el sistema tierra están en riesgo. No hay tiempo para utilizar como escalera “novedosas” modas literarias para el seelfie
o sólo para “subir”, luego patear la escalera, y así evitar que el
resto de indígenas también “suban”, porque no hay “huesos”, ni espacio,
para todos en el banquete neoliberal.
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