Imagine que nació en donde la mayoría de niñas y niños aterrizan en
este planeta: una choza humilde con piso de tierra y un techo que cada
invierno sale volando. Unos padres frustrados, cansados y carentes de
las herramientas educativas capaces de ofrecerle una salida a sus
múltiples problemas. Un sistema de gobierno orientado a favorecer a un
grupo pequeño de políticos y empresarios cuyos objetivos están cada vez
más alejados de las urgentes necesidades suyas y de su núcleo familiar.
Sus requerimientos de alimentación, vestuario y atención sanitaria,
obviamente, serán insatisfechos y, al haber nacido de una madre
malnutrida y sin idea alguna sobre los pasos necesarios para llevar
adelante una crianza adecuada, sus opciones de salir bien librado de esa
primera etapa de su vida son bastante escasas. Pero supongamos que ya
pasó ese valladar y tiene edad para asistir a la escuela. En su
vecindario, asentamiento, caserío o como se llame el sitio en donde
vive, ese lujo no existe. Para recibir clases deberá emprender una larga
caminata afrontando riesgos desconocidos, como sufrir un accidente o
ser capturado por alguna de las numerosas bandas delictivas dedicadas al
tráfico de personas.
Al llegar a la escuela -de haber tenido
la fortuna de superar el temor y la travesía- se encuentra con un
escenario nuevo, un espacio parecido a su propio hogar: piso de tierra,
techo volátil. Una maestra o maestro impotente para satisfacer, dada la
pobreza de recursos didácticos, las necesidades de un alumnado lleno de
expectativas. Y así pasan los años de una niñez considerada en cada
período de campaña "el futuro de la Patria", "la esperanza del
porvenir", "la nueva generación de líderes".
Esta "nueva
generación de líderes ", sin embargo, ya ha perdido un alto porcentaje
de su potencial intelectual y físico debido a la falta de una correcta
alimentación desde el momento de la concepción. Los nutrientes
indispensables para el desarrollo de su cerebro, músculos y huesos no
figuran en la frugal dieta a la cual se acostumbró su pequeño cuerpo, un
menú reducido de acuerdo a las escasas posibilidades económicas,
agravado por falta de información sobre nutrición y un ambiente poco
propicio en términos de higiene y sanidad. Este cuadro ya tiene nombre,
se llama "desnutrición crónica" y también ha sido profusamente analizado
y publicado en sesudos informes de expertos contratados por poderosas
organizaciones. También se refleja en una estadística que aumenta cada
año a pesar de los "importantes avances" publicitados por los diversos
ministerios e instituciones creadas ad hoc.
Imagine ahora cómo
un país, cuya joven población sufre semejante abuso, podría algún día
alcanzar el desarrollo. No hay que ser tan ambicioso y esperar un
desarrollo tipo europeo, eso ni pensarlo. Quizás, aspirar a un
desarrollo modesto capaz de proporcionar un bienestar mínimo al grueso
de la niñez y juventud, con énfasis en la satisfacción de sus
necesidades nutricionales y educativas. Nada imposible para una sociedad
consciente y responsable, con visión suficiente como para comprender en
dónde están sus prioridades.
El drama de la niñez y la
juventud no tiene visos de terminar en países gobernados por una casta
de políticos, cuya consigna es sacar el máximo provecho del poder para
afianzar los privilegios de sus financistas y así asegurar el futuro
económico de sus próximas generaciones. En tanto sea ese el objetivo y
no exista una visión de nación con la voluntad firme de cambiar esa
perspectiva, el colapso general será inevitable.
Blog de la autora http://www.carolinavasquezaraya.com
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