La izquierda diario
Sobre los múltiples consensos y el liberalismo “progresista”. China, Vietnam, la ruta de las top y los movimientos en reversa. Apple, Boeing y los tamberos norteamericanos. ¿Reformar la globalización? |
La defunción del
nonato Tratado Transatlántico, el retiro de Estados Unidos del TPP, la
–por ahora– comedia de Trump con Peña Nieto por el muro y el NAFTA, las
medidas xenófobas promulgadas –luego frenadas por la Justicia– y las
acaloradas discusiones sobre el “impuesto fronterizo”, hablan por sí solos tanto de los límites de la “globalización” como de los obstáculos para cercenarla. Señalamos desde esta columna
que el choque entre “éxitos” y desventuras de la globalización dibujaba
el terreno más escabroso que tendría que transitar el novel presidente
norteamericano. Y, efectivamente, si Wall Street recibió su asunción con
una cálida bienvenida superando la barrera de los 20 mil puntos,
la firma del decreto que suspendía temporalmente el programa para
aceptar refugiados y limitaba el ingreso de ciudadanos de siete países
de mayoría musulmana, no tuvo igual acogida. Wall Street mostró su peor caída en un año.
Es que Wall Street habla y en un sentido parece estarle diciendo a
Trump que se cuide con el nivel arancelario para importaciones mexicanas
y chinas… Discúlpesenos la digresión pero Trump también respondió
decretando el inicio del proceso de revisión de la ley Dodd Frank –una
regulación financiera débil implementada en 2010 por la administración
Obama- y adelantó luego que anunciaría rebajas impositivas. Las bolsas volvieron a subir…Hay ahí un diálogo sintomático e imperdible.
En
cuanto al decreto xenófobo, las estrellas chispeantes de Silicon Valey
pero también Goldman Sachs –origen del flamante Secretario del Tesoro-,
la Ford Motors, la General Electric, la Boeing, Nike y otras “no
tecnológicas”, salieron inmediatamente a repudiarlo. Incluso las que
como Ford están negociando a cuenta gotas sus planes de deslocalización
empresaria, le están avisando a Trump que no se meta demasiado con la
globalización –o por lo menos que no se pase de la raya. A causa del
decreto, el CEO de Uber tuvo que renunciar a su cargo de asesor
económico del gobierno mientras el mayor impulsor de los autos
eléctricos prefirió permanecer dentro del consejo –del que entre otros
también forman parte los directivos de las súper “globals” innovadoras
Tesla, Space X, IBM y la cadena de ventas internacionales Wal-Mart
Stores- para así poder influir en la opinión de Trump, según sus
palabras…Los organismos y élites “globales” políticas y económicas
internacionales incluyendo desde la ONU hasta Mutter Ángela –como
retrató a Merkel hace no mucho tiempo el influyente semanario alemán
Der Spiegel- jugaron su carta filantrópica defendiendo a refugiados y
migrantes a quienes –de más no está recordar- dejan morir por miles a
diario en las aguas del Mediterráneo, segregan en campos de
concentración o –en el “mejor” de los casos- usan como mano de obra
barata.
El asunto es que “globalización” y baratura de la mano de
obra extranjera –cuestión para la cual la inmigración representa un
potente símbolo- son aspectos inescindibles y resultan “la” sustancia
mediante la cual el capital reestableció su dominio tras el fin de las
condiciones excepcionales de los años de posguerra. Y esta sustancia es
–nada más ni nada menos- que lo que hoy está en cuestión. Donald Trump
es el símbolo más cabal de un proceso que durante los últimos 8 o 9 años
fue perdiendo –moderadamente, hay que remarcarlo- su dinámica económica y que en ese curso fue horadando con mayor virulencia el pilar de los mecanismos políticos
que le daban sustento. Este movimiento complejo reúne en la figura de
Trump gran parte de los difíciles interrogantes sobre el derrotero
próximo de la economía capitalista.
Sobre glorias y paradojas
Señalamos reiteradamente desde esta columna
la dualidad entre éxito y fracaso del neoliberalismo que, en lo
fundamental, puede distinguirse temporalmente. Para decirlo
sintéticamente: la más amplia libertad al movimiento de capitales
–incluida la conquista de nuevos espacios para la acumulación- y
una “libertad” restringida y opresiva al movimiento de personas,
acompañada del creciente retroceso de las condiciones de existencia de
las clases trabajadoras de los países centrales, constituyó la esencia de las décadas de moderado crecimiento neoliberal
que siguieron a la crisis de los años ’70. Este trípode que alentó la
instauración de una nueva división mundial del trabajo y se erigió en
garantía de continuidad del liderazgo norteamericano tras la ruptura del
“pacto social” de posguerra, no estuvo exento de la creación de
elementos de nuevos “consensos”. El lugar del crédito como estímulo al
consumo, máscara del estancamiento salarial y pérdida de beneficios de
amplias franjas de trabajadores en los países centrales –Estados Unidos
es un paradigma- fue escalando posiciones.
La ilusión de la “democratización de las finanzas”
alcanzó su máximo impulso con las hipotecas subprime en los años 2000.
En paralelo, la inversión de capital se fue localizando en regiones y
países que adquirían la fisonomía de “talleres industriales” como el
Sudeste Asiático, México, la India y luego China y Europa del
Este. En el mismo proceso en el que el capital foráneo usufructuaba
altos estándares de explotación de la mano de obra, incorporaba a
millones –muchos de los cuales pasaban de la miseria absoluta a un
ingreso miserable- al mercado de trabajo y de consumo capitalista. Al
calor de la industrialización de algunas regiones periféricas
particulares surgieron tanto sectores de trabajadores especializados y
mejor pagos, como nuevas clases medias numerosas que -como en los casos
de China o México- tuvieron roles protagónicos en el desarrollo del
proceso “consumista”. En síntesis crédito y consumo –como formas
derivadas de un capital ficticio creciente- resultaron las estrellas más
brillantes de las últimas décadas neoliberales, a la vez que la
desigualdad crecía a ritmos desconocidos desde fines del siglo XIX.
Pero no sólo de raigambre económica fueron los elementos de lo que podría llamarse un “consenso” frágil. En un interesante artículo, la intelectual feminista estadounidense, Nancy Fraser,
habla de un neoliberalismo “progresista” al que define como “alianza de
las corrientes principales de los nuevos movimientos sociales
(feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos de los LGBTQ),
por un lado, y, por el otro, sectores de negocios de gama alta
‘simbólica’ y sectores de servicios (Wall Street, Sylicon Valey y
Hollywood).” Agrega Fraser que “En esta alianza las fuerzas progresistas
se han unido efectivamente con las fuerzas del capitalismo cognitivo,
especialmente la financiarización. Aunque maldita sea la gracia lo
cierto es que las primeras prestan su carisma a este último.”
Quizás
lo más significativo –al menos para el asunto que estamos tratando-
resulte que el antirracismo –o la antidiscriminación, da igual- le haya
“prestado su carisma" a aquellos cuyas ganancias se encuentran
“ontológicamente” asociadas a la superexplotación –sujeta en múltiples
oportunidades a prácticas aberrantes e incluso “ilegales”- de
mano de obra extranjera tanto migrante como en su lugar de origen. Hoy
las multinacionales cognitivas –y las que no lo son no tanto- están
embanderando ese “carisma” para defender las bases de una producción
“globalizada”, el secreto de su ascenso.
El desencanto
El asunto
es que el armado de aquellos múltiples consensos neoliberales sufrió un
shock tras la caída de Lehman y comenzó a hacer agua al calor de las
débiles condiciones de recuperación que le siguieron. Como explicamos en
diversas oportunidades no existió “tierra arrasada” durante el pos 2008
–cuestión que en parte se debió la puesta en escena de una relativa
coordinación interestatal. La recuperación económica resultó lo
suficientemente “sólida” como para aventar el fantasma de los años ’30
pero lo suficientemente débil –y este es el núcleo del “estancamiento secular”-
como para demoler los frágiles consensos internos conquistados hasta
entonces. En el curso de esos años la carroza se fue transformando en
calabaza… el hechizo del crédito estaba roto y amplios sectores de las clases trabajadoras
–fundamentalmente de los países centrales- empezaron a sentir el peso
de las conquistas perdidas en décadas previas –incluyendo entre ellas,
empleos de buena calidad.
Y ¿qué hay del “neoliberalismo
progresista”? Dice bien Fraser que “la victoria de Trump no es solamente
una revuelta contra las finanzas globales. Lo que sus votantes
rechazaron no fue el neoliberalismo sin más, sino el neoliberalismo
progresista.” Y se explica: “Clinton fue el principal ingeniero y
portaestandarte de los ‘Nuevos Demócratas’ (…) en vez de la coalición
del New Deal entre nuevos obreros industriales sindicalizados,
afroamericanos y clases medias urbanas, Clinton forjó una nueva alianza
de empresarios, suburbanitas, nuevos movimientos sociales y juventud.” Y
agrega que “Durante todos los años en los que se abría un cráter tras
otro en su industria manufacturera el país estaba animado y entretenido
por una faramalla de ‘diversidad’, ‘empoderamiento’ y ‘no
discriminación”. Y resulta que fue “Fue esa amalgama la que desecharon
in toto los votantes de Trump (…) Para esas poblaciones, al daño de la
desindustrialización se añadió el insulto del moralismo progresista que
se acostumbró a considerarlos culturalmente atrasados. Rechazando la
globalización, los votantes de Trump repudiaban también el liberalismo
cosmopolita identificado con ella.”
Cabe agregar –otra vez- que
aquella amalgama “liberal progresista antidiscriminatoria” constituyó la
base de una potente operación ideológica destinada a ocultar la
discriminación de los trabajadores chinos o mexicanos cuyos salarios
resultan, para el último caso, entre 6 y 10 veces menoresque
aquellos de sus pares norteamericanos. Trabajadores estos últimos que
por supuesto y a la vez, también fueron “discriminados” con la pérdida
de sus empleos, viéndose sometidos luego a múltiples formas de
precarización. Pero al producirse esa especie de movimiento en reversa
en el que tienden a desarmarse múltiples consensos, las cosas aparecen
invertidas de resultas que un lado de las víctimas –la mano de obra
barata- emerge como victimaria, como quienes “robaron” el trabajo a los
“locales” que integran, por supuesto, la otra parte de las víctimas. Y
en ese perverso juego de cambio de roles –que tuvo una contraparte
poderosa en el voto a Bernie Sanders y en sectores de los electores de
Trump que al parecer se oponen a las políticas antiinmigrantes- las
empresas “globales” especializadas en explotación de mano de obra
extranjera, asoman como los “progres”, defensores/salvadores de quienes
son en realidad sus víctimas directas.
China y Vietnam: consensos en “deconstrucción”
Si
bien el fenómeno de desencanto y repudio a las élites políticas y
económicas está localizado primordialmente en los países centrales, hay
quienes están hablando de elementos de un proceso similar en China,
una suerte de “The end of the chinese dream” –con todas las
limitaciones que se le deben reconocer al “chinese dream”.
Contrariamente a lo sucedido en Estados Unidos y en el “centro”, durante
los últimos años y por esas cuestiones de la “demanda”, los miserables
salarios chinos devinieron bastante menos miserables. El asunto bastó
para que comenzaran las deslocalizaciones…hacia Vietnam –donde el
salario básico oscila entre los 150 y 200 dólares mensuales contra un
promedio de 650 en China (ver Le Monde diplomatique, febrero 2017)-,
Bangladesh, Birmania e incluso…México. Nike, Adidas, Puma, Lacoste,
Foster, Samsung, Foxconn, Apple, Cannon, son algunas de las empresas
filantrópicas que se están retirando de China hacia localizaciones más
“económicas” (Idem).
Mientras el desarrollo tecnológico avanza en
China, parece estar adquiriendo cierto peso un sector de trabajadores
cuya fuerza de trabajo no resulta lo suficientemente barata ni posee los
perfiles tecnológicos requeridos. Cuestión que a su vez se encuentra
íntimamente relacionada al hecho de que China no puede continuar
sosteniendo –también debido a la debilidad de la recuperación mundial-
el modelo exportador que construyó el consenso chino-americano de las
últimas décadas. Un consenso que –vale aclarar- se sostuvo sobre sus
pies en los años pos Lehman y empezó a exteriorizar debilidades a partir
del año 2014. Para seguir pensando derivaciones de la “deconstrucción”
de los consensos, los límites al modelo exportador chino y su tortuosa
–y necesaria- lucha por convertirse en algo más que la segunda economía
mundial, están transformando al gigante asiático de un soporte para el
modelo anglosajón en una amenaza potencial.
Hay ahí una suerte de diálogo profundo entre la economía y la política, al que venimos haciendo referencia hace ya tiempo.
Si Donald Trump –por solo hablar del más shockeante de los fenómenos
recientes- es el resultado de las características económicas
particulares de la recuperación posterior a la crisis de 2008, la
defunción del Tratado Transpacífico es una consecuencia
-previsiblemente- derivada del ascenso de Trump.
Y el fin del
Tratado Transpacífico, entre otras cuestiones de alto calibre como las
aún inciertas consecuencias geopolíticas y económicas sobre la relación
chino-norteamericana, le está cortando el aliento a países que, como
Vietnam, se imaginaban como el “segundo taller del mundo” (ver Le
Monde…) tras el encarecimiento de la mano de obra china y el cerco
económico que se le dibujaba al gigante asiático si se concretaba el
tratado. Es decir que la pretensión de eventuales “nuevos consensos”
internos y externos, parecería estar quedando relegada al mundo de la
ilusión.
Comienzan a ponerse en juego variados factores que como
mínimo delinean una tendencia hacia la ruptura de los múltiples
consensos construidos durante las últimas décadas, algunos de ellos
prorrogados con bastante habilidad –como el chino-norteamericano- o
forjados –como los elementos de coordinación interestatal- en el
escenario pos Lehman.
Ser o no ser global…
Si Trump tiene el
objeto de mostrarse a sí mismo como el representante del más radical de
todos los cambios, lo cierto es que enfrenta la ímproba tarea de
intentar conformar a sus electores –a quienes prometió el oro y el
moro…- sin atacar demasiado las bases de la internacionalización del
capital. Justamente una de las contradicciones actuales más flagrantes
–venimos insistiendo sobre este asunto- es aquella que muestra
que no es la catástrofe económica sino las derivaciones políticas de una
crisis potencialmente catastrófica, el fenómeno que está colocando en
el centro al “nacionalismo” y al –por ahora- discurso proteccionista.
Pero
el tipo de “protección” al que pueden aspirar en las condiciones
actuales las grandes empresas de origen norteamericano es naturalmente
muy distinto al que pueden ansiar los hombres y mujeres -trabajadores
comunes- para los cuales el “sueño americano” se está transformando en
pesadilla. Aunque dicho un poco esquemáticamente, si la “protección” que
persiguen los primeros tiene básicamente la forma de los mal llamados “Tratados de libre comercio” –una práctica habitual de las últimas décadas asentada en pactos sobre los derechos internacionales de los inversores-,
la que buscan los segundos está asociada a una –difícilmente
imaginable- reindustrialización de Estados Unidos. Un tercer sector
-parte fundamental de los electores de Trump- lo integra la pequeña y
mediana empresa naturalmente interesada en exenciones impositivas y un
crecimiento del consumo interno, aunque a la vez estrechamente
dependiente –en múltiples oportunidades, al menos- del trabajo súper
barato de los inmigrantes ilegales.
Pero cuando Trump envía
señales del carácter pretendidamente “real” de su discurso, sugiriendo
que frenará la inmigración e impondrá fuertemente las importaciones,
“amigos” y enemigos le saltan a la yugular. Por solo dar dos ejemplos,
el iPod de Apple viene con un sello que dice “Hecho en China,
diseñado en California” y la propia Boeing –la mayor empresa exportadora
de bienes manufacturados de Estados Unidos- produce una porción
significativa de las piezas de avión en Méxicodesde donde además
importa –entre otros productos- cocinas para los aviones, sistemas de
cableado, aires acondicionados, timbres y mantas de aislamiento. Pero no
sólo las “top” estarían en problemas, sino también los empresarios
tamberos…Las deportaciones podrían provocar la desaparición de más de7000 tambos que no tendrían quién les trabaje…
Más allá de negociaciones parciales -como en el caso de Carrier, Ford o
Boeing, entre otros- Trump no puede modificar cualitativamente una
estructura de cadenas de valor diseñada para aprovechar múltiples
ventajas en diversos rincones del planeta y construida con tanto
“esmero” durante los últimos cuarenta años. Estructura que –de más no
está repetir- constituyó la esencia de la salvación del capital
posterior a la crisis del ’70. Es difícil imaginar cuál podría ser la
nueva “gran empresa” capitalista que sustituya el armado neoliberal.
En
el terreno que podríamos llamar “financiero” vale dejar planteado como
interrogante –aunque no vamos a desarrollar el asunto aquí- si la
previsible liquidación de la ley Dodd Frank y la resurrección de los
proyectos de construcción de los polémicos oleoductos de Keystone XL y
Dokota Access, implican una apuesta de Trump al armado de alguna nueva
burbuja petrolera. Cuestión que empero nacería rodeada de múltiples
contradicciones como la muy probable revaluación del dólar que
–sin ser el único factor que lo determina- repercutirá negativamente
sobre el precio de las materias primas incluido, por supuesto, el
petróleo.
Con toda la incertidumbre que sigue sobrevolando la
escena, lo cierto es que las políticas de Trump apuntarán como mínimo a
una “reforma” de la globalización, asunto que –amén de las formas
políticas, es claro- tiene elementos de contacto con las sugerencias de
distintos liberales “aterrados” o neokeynesianos pro global, como Paul Krugman.
El problema es que la idea de “reformar la globalización” con medidas
proteccionistas –aunque sean débiles- tiene aroma a contrasentido y es
muy probable que en su intento derrame crisis de todo tipo. En el plano
interno, profundizando grietas en las alturas que tenderán a
combinarse con la crisis de consenso latente. En el plano internacional,
incrementando las fricciones –cuestión que ya es evidente- y tal como
observamos desde esta misma columna, estableciendo un límite
estricto a la “coordinación interestatal” que cumplió un rol tan
destacado en la contención de la crisis durante los últimos años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario