En Ecuador el domingo
se sabrán los resultados de la campaña presidencial en la que se
enfrentan principalmente dos fuerzas capitalistas: la de la vieja
derecha, con sus partidos corruptos y con el dinero de los hombres más
ricos del país y el sector neodesarrollista y “progresista” dirigido por
el actual presidente Rafael Correa su partido Alianza País, cuyo
candidato es Lenín Moreno, sin duda mucho mejor que sus adversarios y el
favorito en las encuestas pues el gobierno de Correa hizo bastantes
cosas buenas.
La campaña ha sido gris y no entusiasmó ya que la
izquierda ecologista, feminista, obrera e indigenista -que se separó
hace rato de Correa- no pudo presentar un candidato con posibilidades
reales y la derecha ni siquiera logró unificarse y espera sobre todo de
su control de los medios de información.
Pero, como lo
demuestran los ejemplos de Argentina, Brasil, Venezuela, Ecuador,
Bolivia, Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa mismo y hasta Lula y
Néstor Kirchner llegaron a la presidencia teniendo a todos esos medios
en contra y sólo posteriormente sus propios errores y sus propias
limitaciones políticas les fueron dando credibilidad a los ladridos de
esa jauría.
Es obvio decirlo, pero en estas elecciones
presidenciales en Ecuador se dirime la relación de fuerzas entre los
principales bloques capitalistas del país, con la intervención oculta,
como siempre, del Departamento de Estado y de las Transnacionales y con
una izquierda social muy golpeada y desilusionada por el gobierno de
Correa y que no está en condiciones de ser protagónica. Sobre todo ahora
que Correa no pensó nada mejor en épocas electorales que ocupar
militarmente el territorio de los indígenas shuars para obligarles a
aceptar instalaciones petroleras en su territorio y asestó así un golpe
simultáneo a la defensa del ambiente y a la autonomía de los pueblos
indígenas, ambos derechos constitucionales fundamentales.
Sin
embargo hay analistas que escriben y vuelven a escribir muy orondos que
en Ecuador se está librando una nueva batalla de Stalingrado.
Como se sabe, Ecuador tiene apenas 16 millones de habitantes, es decir,
sólo ocho veces la cantidad de muertos en Stalingrado. Como se sabe
también, entre agosto de 1942 y principios de 1943 en Stalingrado Hitler
perdió cientos de miles de sus mejores tropas y oficiales, su imagen de
invencibilidad y la iniciativa en la guerra, que terminó con la
ocupación soviética de Berlín.
En 1937 Stalin había decapitado
al ejército. El pacto Molotov-Ribbentropp le permitió ocupar media
Polonia, pero sin oficiales capaces fracasó en la ocupación de Finlandia
frente a fuerzas muy menores. Confiado en la alianza con Hitler, perdió
casi toda la aviación –que estaba en tierra y sin camuflage- y más de
un millón de hombres cuando inició la ocupación alemana. Pero el pueblo
soviético resistió heroicamente y venció.
La fuerza de un país
reside en la voluntad de lucha de su pueblo, no en su gobierno el cual,
como mucho, es sólo uno de los factores que inciden en la relación de
fuerzas. ¿Acaso Cuba era más débil en los años en que estuvo radiada de
la OEA –precisamente los de mayor apoyo a su revolución en todos los
países latinoamericanos- que hoy, cuando se desvanecieron los
principales gobiernos “progresistas”?
Los soviéticos, pese a
Stalin salvaron la democracia en el mundo y a los eslavos y los pueblos
asiáticos de la esclavitud que les preparaba el nazismo. Son los pueblos
los que establecen la relación de fuerzas y no sus direcciones
transitorias.
Hay gente que juzga al revés y, acostumbrados a
servir toda la vida a diversos gobiernos “progresistas” o no, ven las
hojas, no los rábanos y confunden una elección presidencial con un nuevo
Stalingrado porque, según ellos, quien resiste hoy a la derecha agente
del imperialismo no es el pueblo ecuatoriano sino Rafael Correa.
En mi opinión, va a ganar Lenín Moreno y las cosas van a quedar como
están. O sea, sin soluciones de fondo, porque Correa ni eliminó la
dolarización de la moneda ecuatoriana ni aplicó las propuestas de la
comisión Olmos, de excelente nivel, después de la auditoría de la deuda
externa –que sigue pagando- ni defiende el medio ambiente. Si ganase la
derecha, por supuesto que la situación se agravaría, pero el pueblo
ecuatoriano no dejo de existir y ya derribó con su movilización a los
presidentes Abdalá Bucaram, Jamil Mauad y Lucio Gutiérrez e impuso
finalmente la Revolución Ciudadana de Rafael Correa.
No son los
equipos “progresistas” los que resisten (muy poco y muy mal) al
imperialismo y a la derecha sino que es la presión popular la que moldea
y cambia a exmenemistas, como los Kirchner, en defensores del mercado
interno o militares como Hugo Chávez, partidarios originalmente de un
socialcristianismo a la Maduro, en organizadores de poder popular con
una línea anticapitalista. La altura de los dirigentes depende de la
altura de la ola social sobre la cual surfean y, si caen o evolucionan
mal eso no se debe al oleaje sino a su impericia. ¿Quién obliga a Evo
Morales, por ejemplo, a construir un museo Morales donde se exhibe como
trofeo una camiseta de Neymar o a presentarse para una tercera
reelección anticonstitucional?
En la visión de las elecciones
presidenciales ecuatorianas, con toda su importancia, que no les
quitamos, no hay sólo una ridícula exageración sino, sobre todo, un
enfoque conservador, desde los gobiernos, de los procesos históricos. Si
quieres medir a los de arriba, mira lo que están dispuestos a hacer los
de abajo sobre los cuales aquéllos se sostienen.
Estos
consejeros de los gobiernos son muy malos porque no son capaces ni
siquiera a posteriori de preguntarse sobre el por qué de las derrotas de
aquéllos, que atribuyen a la ultraizquierda o, peor aún, a la negra
ingratitud tanguera de los que cambiaron de opinión y de frente y
convirtieron, por ejemplo, a Cristina Kirchner, con su 54 por ciento de
votos, en una perdedora.
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