Leonardo Boff *
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump,
a su llegada a Palm Beach, FloridaFoto Afp
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Ya hace años se
notaba, un poco en todas partes del mundo, la ascensión de un
pensamiento conservador y de movimientos que se definían como de
derechas. Con eso se apuntaba a un tipo de sociedad en la cual el orden
prevalecía sobre la libertad, los valores tradicionales se imponían a
los modernos y la supremacía de la autoridad se sobreponía a la libertad
democrática.
Este fenómeno se deriva de muchos factores, pero principalmente por
la erosión de las referencias de valor que daban cohesión a una sociedad
y proporcionaban un sentido colectivo de convivencia. El predominio de
la cultura del capital con sus propósitos ligados al individualismo, a
la acumulación ilimitada de bienes materiales y principalmente a la
competición, dejando de hecho escaso espacio para la cooperación,
contaminó prácticamente a toda la humanidad, generando confusión
ético-espiritual y pérdida de pertenencia a una única humanidad,
habitando una casa común. Emergió la sociedad líquida, en el lenguaje de
Bauman, en la cual nada es sólido, a lo que hay que añadir el espíritu
posmoderno del every thing goes, del vale todo, en la medida en
que lo que cuenta es realizar el objetivo buscado por cada uno, de
acuerdo con sus preferencias.
Ante esta dilución de estrellas-guía surgió su opuesto dialéctico: la
búsqueda de seguridad, orden, autoridad, normas claras y caminos bien
definidos. En la del conservadurismo y de la derecha en política, ética y
religión se encuentra este tipo de visión de las cosas. Está a un paso
del fascismo, como se verificó en la Alemania de Hitler y en la Italia
de Mussolini.
En Europa, América Latina y Estados Unidos estas tendencias han ido
ganando fuerza social y política. En Brasil este espíritu conservador,
derechista, fue el que moldeó el golpe de clase jurídico-parlamentario
que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff. Lo que siguió ha sido la
implantación de políticas claramente de derechas, antipueblo, negadoras
de derechos sociales y retrógradas en términos culturales.
Pero esa tendencia conservadora ha alcanzado su dimensión más
expresiva en la potencia central del sistema-mundo, Estados Unidos,
confirmada por la elección de Donald Trump como presidente de ese país.
Aquí el conservadurismo y la política de derechas se muestran sin
metáforas y de forma descarada e incluso áspera.
En sus primeros actos, Trump ha empezado a desmontar las conquistas
sociales alcanzadas por Obama. Nacionalismo, patriotismo,
conservadurismo y aislacionismo son sus características más claras.
Su discurso inaugural es aterrador:
De hoy en adelante una nueva visión gobernará nuestra tierra. A partir de este momento Estados Unidos será lo primero. Lo
primero(first) aquí debe ser entendido como “sólo (only) Estados Unidos va a contar”. Radicaliza su visión al término de su discurso con evidente arrogancia:
Juntos haremos que Estados Unidos vuelva a ser fuerte. Haremos que Estados Unidos vuelva a ser próspero. Haremos que Estados Unidos vuelva a ser orgulloso. Haremos que Estados Unidos vuelva a ser seguro de nuevo. Y juntos haremos que Estados Unidos sea grande de nuevo.
Subyacente a estas palabras funciona la ideología del
destino manifiesto, de la excepcionalidad de Estados Unidos, siempre presente en los presidentes anteriores, inclusive en Obama. Es decir, Estados Unidos posee una misión única y divina en el mundo: llevar sus valores de derechos, de la propiedad privada y de la democracia liberal al resto de la humanidad.
Para él, el mundo no existe. Y si existe es visto de forma negativa.
Rompe los lazos de solidaridad con los aliados tradicionales como la
Unión Europea y deja a cada país libre para eventuales aventuras contra
sus contendientes históricos, abriendo espacio al expansionismo de
potencias regionales, incluyendo eventualmente guerras letales.
De la personalidad de Trump se puede esperar todo. Habituado a
negocios tenebrosos, como son, de modo general, los inmobiliarios
neoyorquinos, sin ninguna experiencia política, puede desencadenar
crisis enormemente amenazadoras para el resto de la humanidad, como por
ejemplo una eventual guerra contra China o Corea del Norte, en las que
no se excluiría la utilización de armas nucleares.
Su personalidad denota características psicológicas desviadas, narcisista y con un ego superinflado, mayor que su país.
La frase que nos asusta es esta: de hoy en adelante una nueva visión
gobernará la tierra. No sé si está pensando sólo en Estados Unidos o en
la Tierra. Probablemente las dos cosas, para él, se identifican. Si
fuera verdad, tendremos que rezar para que no ocurra lo peor para el
futuro de la civilización.
* Teólogo y filósofo.
Texto publicado originalmente por ALAI
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