La Jornada
Hacer predicciones en
el corto plazo es la más traicionera de las actividades. Normalmente
trato de no hacerlas. En cambio, trato de analizar lo que está
ocurriendo en términos de la larga duración de su historia y las
probables consecuencias en el mediano plazo. No obstante, esta vez he
decidido hacer predicciones de corto plazo por una simple razón. Me
parece que todo mundo, en todas partes, está enfocado al momento en lo
que ocurrirá en este corto plazo. No parece haber otro objeto de
interés. La ansiedad está al máximo y necesitamos lidiar con ella.
Déjenme comenzar diciendo que pienso que 95 por ciento de políticas que
emprenderá Donald Trump en su primer año en el cargo serán absolutamente
terribles, peor de lo que anticipamos. Esto puede constatarse en las
designaciones de cargos importantes que ya anunció. Al mismo tiempo, es
muy probable que se meta en problemas importantes.
Este resultado contradictorio es consecuencia de su estilo político.
Si revisamos cómo fue que ganó la presidencia de Estados Unidos, lo hizo
contra todas las probabilidades con cierta técnica retórica deliberada.
Por una parte, ha sido constante hacer declaraciones que responden a
temores importantes por parte de los ciudadanos estadunidenses
utilizando lenguaje en código, que quienes lo escuchan lo reciben
interpretándolo como un respaldo a políticas que piensan podrán aliviar
sus múltiples penurias. Fue muy frecuente que hiciera esto con breves tuits o en mítines públicos estrictamente controlados.
Al mismo tiempo, fue siempre vago acerca de las precisas políticas
que emprendería. Sus declaraciones fueron casi siempre seguidas de
interpretaciones por parte de seguidores importantes, y con bastante
frecuencia éstas diferían o eran interpretaciones opuestas. En efecto,
se adjudicó el crédito por las declaraciones fuertes y dejó que otros
asumieran el descrédito por las políticas precisas. Esto fue una técnica
magníficamente efectiva. Lo llevó a donde está y parece claro que
pretende continuar con esa técnica una vez en el cargo.
Hay un segundo elemento de su estilo político. Toleró la
interpretación de todos siempre y cuando constituyeran un respaldo a su
liderazgo. Si percibía alguna duda en torno a que lo respaldaran
personalmente, fue veloz en ejercer la venganza atacando públicamente a
quien lo hubiera ofendido. Exigió fidelidad absoluta e insistió en que
ésta se desplegara. Aceptó el remordimiento penitente, pero no la
ambigüedad acerca de su persona.
Parece creer que la misma técnica le servirá bien en el resto del
mundo: fuerte retórica, interpretaciones ambiguas a cargo de su variada
panoplia de seguidores principales, y, al final, más bien políticas
impredecibles en los hechos.
Parece pensar que sólo hay dos países además de Estados Unidos que
importan hoy en el mundo –Rusia y China. Como apuntaron tanto Robert
Gates como Henry Kissinger, está utilizando la técnica Nixon al revés.
Nixon hizo un trato con China, con el fin de debilitar a Rusia. Trump
está haciendo un trato con Rusia para debilitar a China. Esta política
pareció resultarle a Nixon. ¿Le funcionará a Trump? No creo, porque el
mundo de 2017 es bastante diferente del mundo de 1973.
Así que miremos cuáles son las dificultades que le esperan a
Trump. En casa, su mayor dificultad, sin duda, es con los republicanos
en el Congreso, en particular aquellos que están en la Cámara de
Representantes. Su agenda no es la de Donald Trump. Por ejemplo, ellos
quieren destruir el Medicare. De hecho, desean repeler toda la
legislación social del último siglo. Trump sabe que esto acarrearía una
revuelta de su base electoral real, que quiere bienestar social al mismo
tiempo que un gobierno profundamente proteccionista y una retórica
xenofóbica.
Trump cuenta con intimidar al Congreso y que se alinee con él. Tal
vez lo consiga. Pero después serán evidentes las contradicciones entre
su agenda en favor de los acaudalados y su parcial mantenimiento del
estado de bienestar. O el Congreso prevalecerá sobre Trump. Y esto le
resultará intolerable. Y lo que hará al respecto es una adivinanza para
cualquiera. Él no se conoce a sí mismo, dado que no encara esta clase de
dificultad mientras no tiene que hacerlo.
Lo mismo es cierto de la geopolítica en el sistema-mundo. Ni Rusia ni
China están preparadas para retractarse en lo más mínimo de sus
políticas actuales. ¿Por qué deberían hacerlo? Estas políticas les han
estado funcionando. Rusia es de nuevo una potencia importante en Medio
Oriente y en todo el mundo ex-soviético. China, lenta pero seguramente,
se afirma en una posición dominante en el nordeste y el sureste de Asia,
e incrementa su papel en el resto del mundo.
No hay duda de que Rusia y China se meten en dificultades de tiempo
en tiempo y ambas están listas para hacer concepciones puntuales a
otros, pero no más que esto. Así que Trump va a descubrir que no es,
internacionalmente, el perro alfa a quien todo mundo le debe rendir
reverencia. Y luego, ¿qué?
Lo que podría hacer una vez que sus amenazas sean ignoradas es de
nuevo la adivinanza de cualquiera. Lo que todo mundo teme es que actuará
precipitadamente con los instrumentos militares a su disposición. ¿Lo
hará? ¿O será constreñido por su grupo interno más próximo? Nadie puede
estar seguro. Todos podemos solamente confiar en que así sea.
Así que así está. Desde mi punto de vista, no es un panorama bonito
pero no es desesperanzado. Si de algún modo llegamos el año entrante a
un tránsito de estabilidad dentro de Estados Unidos y dentro del
sistema-mundo como un todo, entonces cobra peso el mediano plazo a nivel
analítico. Y ahí la historia, aunque sea aún sombría, tiene al menos
mejores perspectivas para aquellos de nosotros que queremos un mundo
mejor del que actualmente tenemos.
Traducción: Ramón Vera Herrera
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