By Prensa Latina
Este pueblo que dicen que me sigue, en realidad me empuja
Jorge Eliécer Gaitán (1948)
Buenos
Aires, Argentina. Hay momentos en que la palabra no alcanza, no
contiene, no hace falta, porque el silencio grita, aúlla, acompaña y
entibia. Momentos en que los sentires se hacen música y poesía y canto,
en que la austeridad ante el dolor, no es menos dolor, sino la respuesta
digna ante quien te enseñó que la vida sólo es viva en dignidad.
Stella Calloni/Prensa Latina
Han
transcurrido dos meses, que puede ser un día o un siglo y aún sigue
ante mis ojos la visión de un pueblo, una multitud, un océano de voces,
que te nombran Fidel, dicen y el eco va y viene en oleadas.
Imposible
describir el apretado aliento de esa multitud, la humedad salada de
esas miles de voces, que nos están diciendo que te has multiplicado como
los panes, que te has repartido en los otros, lo que sólo puede suceder
cuando el amor es tan intenso que yéndote, regresas y de repente has
dejado de ser ese hombre tan alto y tan fuerte para ser esos millones a
los que te has entregado en cada acto de tu vida.
“Yo soy Fidel”, grita la multitud y el viento lleva las voces y las siembra y siguen naciendo Fideles
por todas partes, y como nunca ahora, inalcanzable para el enemigo que
acecha y cuyas garras no pudieron alcanzarte nunca, te conviertes en su
pesadilla, algo que ni la más avanzada tecnología puede curar.
Ya
eres su sombra, pero además los has condenado a verte en cada uno de
aquellos en que te has repartido, en cada mujer, hombre o niño que salga
de las oscuridades de la sumisión para alzarse como lo hacías tú ante
cada injusticia en el mundo.
Les asombra y cuesta entender que si
fuiste inalcanzable e indomable en vida, ahora que has partido
físicamente “invicto” como dicen los más tuyos, ya no pueden saber por
dónde aparecerás y cuáles son los planes y estrategias que armas con los
miles en que te has repartido. Estamos seguros, Fidel, que decidiste
alejarte físicamente este 25 de noviembre de 2016 con la misma fuerza y
audacia conque saliste junto a tus compañeros en otro lejano 25 de
noviembre, 60 años antes, desde un lugar de la costa mexicana a
desafiarlo todo en un inseguro barco, tan cargado que hasta hoy es un
misterio como no se hundió o naufragó en esos mares que mueven sus olas
como caballos desbocados.
No dudo que Fidel decidió que había
llegado el momento de partir, con esa lucidez que lo hizo único en el
mundo, tan polifacético, con su mirada generosa tan larga y amplia que
abarcaba todos los rincones del planeta, especialmente donde anidaba la
injusticia brutal capaz de dejar en la orfandad a pueblos enteros.
Después
de todo no era ya sólo un hombre, era un pueblo, una idea destellante y
desafiante que andaba encendiendo sueños, reviviendo teorías que no son
nichos paralizantes, sino puertas abiertas a los mundos cambiantes que
vivimos, con un dinamismo arrollador en estos tiempos.
Sólo una
mirada tan aguda como la suya podía alcanzar la fortaleza de entender
las claves necesarias y no quedar anclado, sino partir desde esos
elementos teóricos indispensables para poder modificar los cursos de la
historia, en busca de una humanidad que pueda alcanzar el sueño de la
libertad como tal, no como concepto vacío y vaciado por las imposiciones
de poderes creados para la destrucción de todo tipo de vida.
Partió,
partiste Fidel tan humanamente glorioso como habías llegado desde la
Sierra Maestra en enero de 1959. Agradezco infinitamente haber podido
estar en Cuba y haber visto ese pueblo tantas veces heroico conmovido
hasta las lágrimas.
Un pueblo que te lloraba pero desafiante,
porque sabía que en realidad no es una frase vacía la que advierte que
es más peligroso para el enemigo de los pueblos del mundo, tu ánima, tu
alma, ya sin límites para andar por donde sea pariendo liberaciones,
abriendo los caminos de la resistencia que crece día a día.
En la noche de la despedida de sus restos en La Habana, pude ver una multitud que abarcaba un mar inacabable de Fideles.
Era el pueblo, eran miles, era 1 millón o 2, o incontables, iluminando
ellos mismos la noche habanera, la más silenciosa que recuerde a pesar
de los miles que ocupaban la Plaza de la Revolución y kilómetros de
calles adyacentes.
Desde aquel espacio donde estábamos con Marilia
Guimaraés, Frey Betto, entre otros amigos queridos de distintos países y
donde había también diplomáticos extranjeros, pude percibir la infinita
sorpresa de lo que estaban viendo, lo que estaban escuchando, la
multitud de jóvenes. No podían creer.
Un embajador de América
Latina hablaba con un enviado europeo que no salía del asombro
confesando que nunca en su país ni en otro que recordara había visto una
manifestación tan grande.
“Lamentablemente esto no es lo que van a
transmitir los periódicos de nuestros países, ni del suyo ni del mío”,
reflexionó el diplomático latinoamericano. Y fue más lejos aún: “imagine
que se puede obligar a 10 mil o 30 mil, pero a millones nadie puede
obligarlos. Tampoco a llorar como lo hemos visto usted y yo este día en
las calles.”
El europeo bajó del lugar donde estaba sentado, se
apoyó en la baranda de la tribuna y le pidió a su colega latino que lo
fotografiara con aquella multitud a su espalda.
“Le aseguro que
mostraré esto, porque no podemos estar siempre ciegos”. Lo dijo en un
español un poco raro, pero entendible. También a otros les admiraba el
respeto que mostraba aquella multitud, que en cualquier otro lugar se
haría incontrolable.
Es cierto, allí estaba Fidel en esa dignidad
que siempre está detrás del más simple de los cubanos, como parte de su
piel y de la vida en revolución.
Y también, hay que decirlo, para
los que intentan quebrar países, confundir a los pueblos que allí mismo,
en las palabras cruzadas de una multitud emocionada y emocionante, hubo
un compromiso claro y preciso.
El mensaje para el presidente Raúl
Castro fue nada más y nada menos, que el compromiso de acompañarlo en
el difícil camino que plantean estos tiempos. También Raúl es el mismo
de aquellos años de la Sierra Maestra, y desde que asumió su cargo
demostró que la Revolución continuaba manteniendo sus principios, que
Cuba, esa pequeña isla del Caribe, seguiría siendo el único país de la
región verdaderamente independiente. La que sobrevivió a centenares de
ataques terroristas, a una guerra eterna, como el bloqueo que persiste y
cada tanto se reaviva.
Y también ese país, a 90 millas de un
imperio que practica un terrorismo de Estado global, cuyo pueblo reclama
cada día por la ocupación colonial de un pedazo de su territorio en
Guantánamo donde Estados Unidos mantiene una base militar, que se ha
transformado en un laboratorio de pruebas de nuevos tipos de torturas,
para las víctimas que allí están como en un campo de concentración de
este nuevo siglo.
Y reclaman por los que allí murieron bajo
tormentos, lejos de sus países de origen sin que nadie supiera donde
estaban. Ese dolor, esa afrenta para el pueblo cubano y los pueblos del
mundo, que significa el territorio ocupado de Guantánamo.
Es el
también comandante de la Revolución Raúl Castro, el que tuvo que tender
la mano del comienzo de nuevas relaciones con Estados Unidos, el que
nunca dejó de ser claro y preciso, para decir junto con Fidel y los
suyos, que Cuba no se rinde ni se entrega, que Cuba nunca dejará de ser
solidaria.
Y si algunos creían que el “gesto amistoso” pero
indefinido aún de estas nuevas relaciones significaban que Cuba no
alzara la voz frente a las nuevas formas de guerras contrainsurgentes
que nos están aplicando, frente a la injusticia que significan los
nuevos golpes de Estados, los despiadados ataques que están asolando a
la Venezuela bolivariana, o callar e ignorar las guerras coloniales y
genocidas en África del Norte, Medio Oriente y otras regiones, ya saben
que están equivocados.
Eso no pasará. Y es ese legado de dignidad,
esa única luz destellante de independencia que brilla en un faro
plantado en una isla del Caribe, como ejemplo para el mundo de lo que
pueden hacer un pueblo y una dirigencia revolucionaria juntos, lo que
dejó Fidel en manos de Raúl y de esos miles y miles que asumieron su
lugar de vanguardia como los Fideles.
Desde ahora deberíamos aspirar a ser todos, no importa lo imperfecto que seamos cada uno, Fideles,
es decir hombres y mujeres viviendo, luchando, resistiendo, porque de
todos y cada uno de nosotros depende el futuro independiente o las
sombras brutales de una recolonización tardía, pero no menos salvaje.
Las palabras son fuentes de vida, pero en algunas voces armas de muerte.
Los
Agradecidos, como dice la canción nacida del dolor y las lágrimas de
unos jóvenes cubanos que son la esperanza del futuro de nuestra Patria
Grande, nos comprometemos a actuar sabiendo que la vida solo es viva
cuando se lucha por la justicia y la paz, inspirados en el amor. Y por
eso te decimos como dicen que dijo el Che, hasta pronto en la victoria, querido “profeta ardiente de las auroras” que vendrán.
Stella Calloni/Prensa Latina
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