Ángel Guerra Cabrera
Viendo en Telesur los
discursos de los jefes de Estado y gobierno en la quinta Cumbre de la
Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC), en República
Dominicana, era inevitable pensar en Bolívar, San Martín, Martí, Fidel y
Chávez, que soñaron y lucharon por ver unida nuestra región en una
comunidad de naciones. Para decirlo con palabras de Martí en Nuestra
América: andando
en cuadro apretado como la plata en las raíces de los Andes. Nada de unidad en el orden institucional se alcanzó en el siglo XX, como no fuera la OEA dirigida por los Almagros de entonces, como señaló en sus enjundiosas palabras el presidente Nicolás Maduro. La OEA sólo sirvió para validar injerencias, intervenciones armadas y golpes de Estado fraguados y orquestados desde Washington.
Pero en el siglo XXI se dieron pasos de gigante. De la reunión del
Grupo de Río, también en República Dominicana (marzo, 2008), en la que
se demostró la capacidad de nuestra región para desmontar mediante el
diálogo –sin la presencia de Estados Unidos y Canadá– la crisis creada
entonces por la incursión de las fuerzas armadas de Colombia a
territorio ecuatoriano. Una solución que jamás se habría alcanzado en la
OEA.
De aquella memorable cita mi mente voló a Salvador de Bahía, en
Brasil, donde la Cumbre de América Latina y el Caribe por la Integración
y el Desarrollo (diciembre, 2008), convocada por el presidente Lula da
Silva, juntó por primera vez a todos los jefes de Estado y gobierno de
la región.
De ahí a Cancún, México, sede de la Cumbre de la Unidad de América
Latina y el Caribe (marzo, 2001), convocada por el presidente Felipe
Calderón, y quedó fijada Venezuela como sede de la reunión constitutiva
de la Celac. Allí, en medio de debates por momentos apasionados y
subidos de tono se insistió mucho en la unidad en la diversidad como
divisa de la empresa que se estaba gestando, puesto que en la Celac
convivirían gobiernos de signo ideológico muy distinto: neoliberales y
bolivarianos; de derecha y socialistas.
En Caracas se celebró la Cumbre de la Celac (diciembre, 2011),
convocada por el presidente Chávez, ya enfermo pero todavía muy enérgico
y lúcido. “Estamos poniendo aquí –dijo el anfitrión– la piedra
fundamental de la unidad, la independencia y el desarrollo
sudamericano. Vacilar sería perdernos… La unidad, la unidad, la unidad.
Sólo la unidad nos hará libres, independientes”. Y más adelante
puntualizaría que el sur en su visión era un concepto mucho más que
geográfico, histórico para explicar que abarcaba por eso a toda nuestra
América.
Han pasado seis años desde entonces y ha habido retrocesos
pero, como dijo el presidente Correa: nunca se había avanzado tanto en
América Latina y el Caribe como en los últimos años. Retrocesos como el
golpe de Estado parlamentario-judicial-mediático en Brasil y la victoria
electoral de una derecha cerril en Argentina. En ambos casos se le ha
dado marcha atrás en meses a las conquistas sociales y políticas de más
de una década de gobiernos independientes, soberanos y antineoliberales.
Sus jefes, era de esperar, no asistieron a la cumbre pues no son
partidarios de la unidad de nuestra región.
Pero paradójicamente, sean ellos u otros, no habrá gobierno en
América Latina y el Caribe al que le pueda ir bien si se aparta de la
Celac. La situación económica y financiera mundial es la peor que se
haya conocido, la desigualdad social es mayor que nunca, la pobreza
continúa creciendo y no luchar por cambiar ese injusto e inmoral estado
de cosas es un insulto a la inteligencia y a los valores humanos más
sagrados.
La llegada de un gobierno abiertamente derechista a la Casa Blanca
exige a nuestra región cerrar filas. El caso de México frente a un Trump
que quiere atrincherarse tras muros de cemento y lo amenaza desde que
era candidato demuestra que del Bravo a la Patagonia ningún gobierno en
soledad podrá desenvolverse en un mundo tan incierto. Antes de Trump, la
desaparición de nuestra especie era un peligro de una magnitud sin
precedente, fuera por la guerra nuclear o el cambio climático.
Pero por eso mismo deben imponerse el diálogo y la negociación en las
relaciones internacionales. El presidente Raúl Castro enfatizó con
energía en la cumbre que la unidad de nuestra América es más necesaria
que nunca y reiteró la disposición de Cuba a negociar con Estados
Unidos, siempre que no implique
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