American Curios
David Brooks
La Jornada
Trabajos en Washington para la ceremonia de toma de protesta de Donald
Trump como presidente de Estados Unidos que se celebrará el próximo 20
de enero. La imagen es de hace un mes, cuando empezaban las labores
afuera del Capitolio. A unos días del cambio en la Casa Blanca, hay un
intenso debate sobre la
campaña de influenciapresuntamente orquestada por Rusia para manipular el resultado de la elección presidencial en EUFoto Ap
En Washington hay
gritos de protesta y condena, más investigaciones y un intenso debate
sobre una barbaridad, algo inaceptable, algo tan terrible que la propia democracia está en riesgo: un gobierno extranjero se atrevió a lanzar una
campaña de influenciapara manipular el proceso político interno de Estados Unidos.
La CIA, la FBI y la Agencia de Seguridad Nacional ofrecieron briefings
al presidente Barack Obama y al presidente-electo Donald Trump,
presentaron sus resultados ante el Congreso y emitieron un informe al
público resumiendo sus conclusiones sobre cómo el gobierno de Vladimir
Putin ordenó e implementó una campaña que incluyó sembrar y difundir
noticias falsas, hackear y filtrar correos electrónicos tanto de la campaña de Hillary Clinton como del Comité Nacional Demócrata, y que todo esto era, primero, para minar la confiabilidad del proceso electoral, pero al final, para beneficiar la campaña de Trump y dañar a Clinton.
Suponiendo que todo, o parte de esto, sea cierto, no deja de llamar
la atención que los directores de inteligencia, sus supuestos jefes en
la Casa Blanca y en el Congreso y un amplio coro de analistas e
intelectuales del establishment se atrevan acusar y condenar a
un gobierno extranjero de intromisión en los asuntos políticos internos
de otra nación, sin reconocer que Estados Unidos lo ha hecho, y lo sigue
haciendo, en todo el mundo y desde hace décadas.
Estados Unidos ha intervenido para influir en los resultados de
elecciones de otros países por lo menos 81 veces entre 1946 y el año
2000, según el experto Dov Levin de la Universidad Carnegie Mellon. Eso
no incluye golpes de Estado o intentos para derrocar gobiernos –los
famosos
cambios de régimen– sino sólo intentos directos para influir en una elección a favor de una fuerza política. Si se incluyen éstas, el número de intervenciones es mucho más alto.
Entre los ejemplos más prominentes tanto de intentos de influir sobre
el resultado de una elección como en golpes de Estado está el caso de
Salvador Allende en Chile, donde Estados Unidos no sólo apoyó el golpe
del 11 de septiembre de 1973, sino que intervino en la contienda
electoral de 1964 en la que la CIA invirtió más de 4 millones de dólares
en proyectos encubiertos para prevenir su elección; algo que repitió
sin éxito en 1970.
También están el derrocamiento de Mohammed Mossadegh en Irán, en
1953, para imponer al cha, fiel aliado de Washington; el caso de Jacobo
Arbenz, en Guatemala, en 1954; Patrice Lumumba, del Congo, en 1961; la
abierta interferencia en las elecciones de Jean-Bertrand Aristide, en
Haití, y de Daniel Ortega, en Nicaragua, a principios de los 90, así
como la instalación de Hamid Karzai, agente pagado de la CIA, como
presidente de Afganistán después de la invasión estadunidense. Y claro,
no se puede olvidar en esta lista más de medio siglo de intervenciones
políticas para promover el
cambio de régimenen Cuba.
Sólo en este nuevo siglo, las intervenciones incluyen el apoyo al
golpe de Estado en Honduras contra Manuel Zelaya en 2009, algo
justificado por Hillary Clinton cuando era secretaria de Estado en el
primer periodo de Obama, el intento para prevenir la relección de
Slobodan Milosevic en Serbia en 2000, el apoyo implícito de Washington
del fracasado golpe de Estado contra Hugo Chávez, y múltiples
acusaciones de los gobiernos de Bolivia y Ecuador, entre otros, por
interferencia en los asuntos políticos internos.
Y mientras acusa a Rusia, Washington no comenta que intentó
influir en la elecciones rusas en 1996 a favor de Boris Yeltsin. También
apoyó a Vaclav Havel en la desaparecida Checoslovaquia y a candidatos
presidenciales del Partido Laborista en Israel.
Estas prácticas tienen décadas: la primera operación de la CIA para
influir en una elección fue realizada pocos meses después de su
creación, en 1947, cuando apoyó a los democristianos contra una
coalición de izquierda en Italia, en 1948, con éxito. Tim Weiner,
periodista Premio Pulitzer y autor de la excelente historia de la CIA (Legacy of Ashes), comentó
en entrevista con la radio pública WNYC que “después de su éxito en
Italia, la CIA tomó esta fórmula –la cual incluía emplear millones de
dólares para promover campañas de influencia– y la aplicó por todo el
mundo en lugares como Guatemala, Indonesia, Vietnam del Sur, Afganistán y
más”. Weiner subrayó que todo esto se hace con la aprobación de la
presidencia de Estados Unidos.
Hubo incluso esfuerzos más complicados y controvertidos, como los
revelados por el escándalo Irán-Contra durante el régimen de Reagan, que
incluyeron operaciones encubiertas dentro de este país. Otto Reich
–feroz opositor de los gobiernos revolucionarios de Cuba y Venezuela y
otros regímenes de izquierda en el hemisferio– desde su Oficina de
Diplomacia Pública en el Departamento de Estado supervisó un esfuerzo de
propaganda política dentro de Estados Unidos logrando insertar
información y lo que ahora se llaman
noticias falsasen medios estadunidenses a favor de los contras nicaragüenses sin divulgar su vínculos con el gobierno estadunidense. Una investigación dentro del Departamento de Estados lo acusó de haber supervisado
actividades prohibidas de propaganda encubierta.
Como reportamos hace unas semanas, Ariel Dorfman, en un artículo del New York Times titulado
Ahora, Estados Unidos, ustedes saben cómo se sintieron los chilenos, recordó la intervención de Estados Unidos en Chile y comentó que era “irónico que la CIA –la misma agencia a la cual le valía nada la independencia de otras naciones– ahora está gritando foul porque sus tácticas han sido imitadas por un poderoso rival internacional”. Sin embargo, dijo que
nada justifica que ciudadanos en cualquier lugar deben tener su destino manipulado por fuerzas fuera de la tierra que habitan. Pero, a la vez, señaló que Estados Unidos “no puede, en buena fe, denunciar lo que se le ha hecho a sus ciudadanos decentes hasta que esté listo para enfrentar lo que hizo tan frecuentemente a los igualmente decentes ciudadanos de otras naciones… Si hay un momento para que Estados Unidos se vea al espejo, para reconocer y rendir cuentas, ese momento es ahora”.
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