La liberación de Alepo
marca un punto de giro muy importante a favor de Rusia en la geopolítica
de un mundo que acelera ostensiblemente su tránsito de la unipolaridad a
la multipolaridad, aunque Estados Unidos conserve parte de la hegemonía
y una gran capacidad de hacer daño. Así se desprende de la caída de la
estratégica ciudad en manos del Ejército Árabe Sirio, armado y apoyado
por Moscú, que también fortalece mucho a Damasco militar y políticamente
en su guerra de resistencia contra la barbarie imperialista encabezada
por Estados Unidos y entrega a Rusia un papel predominante en las
negociaciones hacia una salida política del conflicto.
Nadie lo dijo mejor que la religiosa argentina Guadalupe Rodrigo,
integrante de la congregación del Verbo Encarnado, quien vivió en Alepo
entre 2011 y 2015, habla árabe y ha estado casi 20 años de misionera en
Medio Oriente, donde fue superior regional de su orden. “Podemos
testimoniar –afirmó–, por haber vivido antes de la guerra y conocer a
ese pueblo, que lo que está sucediendo en Siria está muy lejos de ser
una guerra civil…
si hubiera que ponerle una etiqueta sería más bien una invasión. La hermana se explayó relatando las burlas de la población local hacia las fuerzas de la coalición occidental, cuyos aviones disparaban
al airey no contra los terroristas. Y remató:
la única intervención que trajo realmente beneficio fue la rusa, que apoyando al ejército nacional, logró por primera vez en años lo que la comunidad internacional decía que no se podía: liberaron ciudades e hicieron retroceder a los grupos rebeldes.
En efecto, con su compleja operación militar en Siria, Rusia propinó
un duro golpe a las naciones imperialistas integrantes de la OTAN, que
han intentado hacer en ese país lo mismo que anteriormente en Irak y
Libia, y planean contra Irán. La coordinación, a partir de septiembre de
2015, de una bien planeada campaña de la fuerza aeroespacial rusa,
respaldada por la flota de guerra y por golpes quirúrgicos de sus
fuerzas especiales, con la combatividad, conocimiento del terreno y
labor de inteligencia del Ejército Árabe Sirio, permitieron que en poco
más de un año las grandes ciudades del país medioriental fueran
recapturadas por las fuerzas de Bashar al Assad, con un respaldo
importante de unidades de Hezbolá e iraníes y de una brigada palestina.
La ofensiva aérea rusa, unida al accionar de estas fuerzas
ocasionó un daño irreparable al Estado Islámico (EI) y a otros grupos
armados, entrenados y armados por Arabia Saudita, Quatar y –hasta hace
poco– Turquía, bajo la batuta de Estados Unidos y de los servicios
secretos de Francia y Reino Unido. La espectacular voltereta de Ankara
hacia Moscú abrió un tremendo boquete a la coalición occidental y sentó
las bases para el auspicio por Rusia, Irán y Turquía del cese del fuego
entre las fuerzas gubernamentales y los grupos apoyados por la última,
que excluye al EI y formaciones más afines. Aunque también a los kurdos,
quienes han combatido resueltamente a los terroristas pero el gobierno
turco considera sus enemigos.
Aunque la tregua acordada y el reinicio de las negociaciones entre
Damasco y los grupos armados en Astana, Kazajistán, recibieron el pleno
apoyo de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, que también
fija el 8 de febrero para la reanudación de las pláticas de paz en
Ginebra bajo supervisión de la ONU, es temprano para echar las campanas
al vuelo. La paz en Siria no está a la vuelta de la esquina, aunque
habrá zonas más extensas a partir de ahora donde la población civil
pueda tener un respiro al alejarse los combates de la vida cotidiana.
Es muy difícil que las potencias imperialistas, sus socios de las
petromonarquias árabes y –no debe olvidarse– Israel, renuncien a sus
planes desestabilizadores de Siria y acepten la primacía de Moscú,
Teherán y Ankara en la región. Habrá que esperar por la llegada de
Donald Trump a la Casa Blanca y sus primeros contactos con Rusia para
hacerse una idea de lo que viene. Si nos guiamos por sus declaraciones y
su entorno abiertamente pro sionista, no es para ser optimistas.
Lo que sí queda claro es que no es redituable para las potencias
imperialistas provocar a Rusia, que, además, ha modernizado y
fortalecido sus fuerzas armadas, cuenta con un pensamiento estratégico y
táctico de la talla del de Putin y una estrecha alianza con China, su
poderosa vecina. Los duros contragolpes de Moscú en Georgia, Ucrania y
ahora en Siria, así lo demuestran.
Twitter:@aguerraguerra
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