Armando Bartra
“Trump y Sanders tuvieron éxito,
pues capitalizaron la desconfianza hacia las élites e instituciones
gobernantes”, dijo Obama. Así es. La confrontación entre derecha e
izquierda se despliega cada vez más en el contexto de la oposición al
orden dominante, de modo que la disyuntiva en Estados Unidos fuera más
clara si la confrontación hubiera sido Sanders-Trump.
Alarma que
el neoliberalismo haya incubado una derecha delirante. Alienta que en
esta encrucijada la izquierda tenga propuestas transitables, pues –no
sin pifias– las políticas de los gobiernos progresistas sudamericanos
representan una salida democrática, justiciera y soberana al capitalismo
canalla, mientras el racismo machista y globalifóbico que niega la
catástrofe medioambiental sólo incuba odio, violencia y desigualdad.
Y
a nosotros, si la globalización de antes nos hundió, el
neoproteccionismo de Trump nos hundirá más. Dicen que no cumplirá sus
amenazas y que lo de hoy es tan jodido que con él no estaremos mucho
peor. Chance, pero en nuestro caso un poco peor es demasiado peor. Si
2016 fue ruinoso, 2017 será catastrófico. México es un país amarrado a
Estados Unidos, cuya economía depende de la maquila con 80 por ciento de
partes importadas, donde hasta hace poco 30 por ciento del gasto
público salía de Pemex, y cuyo consumo se sostiene en gran medida en el
medio billón de pesos anuales que envían los migrantes. Es decir, que
somos la rémora del tiburón yanqui.
Pues bien, el petróleo ya no
es nuestro, los migrantes y las remesas están en la mira de Trump y la
maquila pasaría aceite si cumple su promesa de castigar con impuestos
las importaciones y forzar el reflujo de los capitales aquí invertidos,
lo que colapsaría nuestra economía. Imaginemos un escenario de remesas
menguantes y millones de compatriotas regresando; imaginemos el impacto
de una severa desinversión en la industria automotriz con la consecuente
pérdida masiva de empleos; imaginemos… Dicen que no lo va a hacer.
Quizá, pero si anunciándolo ya nos pegó, con poco que haga nos hunde
todavía más.
¿Y el gobierno? Relaciones Exteriores anunció 11
acciones para proteger a los migrados –ninguna nueva y todas
administrativas–, el Banco de México subió las tasas de interés y el
Secretario de Economía declaró que
la estrategia del gobierno mexicano es estar preparados para todos los escenariosy
esperar la bola de salida de Trump. O sea, nada. Pero, eso sí, por todos los rumbos se escuchan llamados a la
unidad nacionaly a dejar a un lado las diferencias, como si la salida fuera otro Pacto por México.
¿Evitar
el naufragio del país uniéndonos con los que nos torpedearon? Podemos
coincidir en asuntos puntuales, pero en estos momentos lo que hace falta
es enfatizar las diferencias con quienes impusieron el insostenible
modelo que nos tiene acorralados. Y digo el modelo y no la corrupción,
porque la corrupción no es aparte, viene con el modelo.
¿Cómo
salir del atolladero? Aún falta, pero pienso que aquí entra lo
electoral. Para algunos, la elección de EU entre dos candidatos
deleznables documenta lo inútil de la vía comicial. La lección es otra:
la opción Sanders y el movimiento que lo respalda surgieron de la
reverberación política y moral que generó Occupy Wall Street,
pero cobraron fuerza al devenir lucha nacional por ganar la candidatura
demócrata y luego la elección. Es decir, que la izquierda se potenció
cuando para millones de estadunidenses Sanders se transformó en opción
viable de gobierno, lo que no hubiera sucedido de haberse quedado en
opción testimonial.
A los mexicanos la irrupción de Trump nos cambia la jugada. Tienen razón los adherentes a México hoy, es necesario
construir una mayoría social que, con respeto a las diferencias y con base en un programa común, nos movilice políticamente en unidad para lograr los cambios que requiere nuestro país, sólo les faltó decir que esto supone un cambio de gobierno. Y en esta línea, después del nefasto martes 8, seguir pensando que en 2018 sería bueno votar por la candidata del Congreso Nacional Indígena (CNI) por que será mujer e indígena, además de sexista y racista, pues supone que la calidad política de una persona la definen a priori la etnia y el sexo; quizá tiene miga simbólica (será la encarnación de Tonantzin-Guadalupe, dicen algunos), pero políticamente es muy desacertado. En 2018 hay que votar, sí. Y hay que hacerlo por un candidato o candidata confiable por su trayectoria y comprometido con un programa consensuado de salvación nacional, pero, sobre todo, hay que votar por quien tenga reales posibilidades de triunfo. Lo otro es ganar visibilidad como indios, pero a costa de que el PRIAN repita en Los Pinos y Trump nos acabe de fregar. Y en ese escenario de poco serviría haberse posicionado políticamente con una campaña testimonial.
Respeto a los del CNI y
reconozco que tienen sus razones para apostarle a un Consejo de
Gobierno y una candidata que sea su vocera, pero sospecho que detrás de
la propuesta hay un cuestionable cálculo político, como lo hubo hace 10
años con
La otra campaña. Ojalá me equivoque, pero tengo la impresión de que en 2006 el EZLN pensó que López Obrador ganaba y desde antes había que distanciarse políticamente de él, pues un gobierno de izquierda y con legitimidad pondría a la defensiva a quienes habían sostenido que
ahí arriba no hay nada que hacer, por algo dijo Marcos que si ganaba nos iba a
partir la madre a todos. Ahora en cambio, me parece que el EZLN calcula que perderá y que con su derrota se desfondarán él y Morena, de modo que desde ya hay que posicionarse políticamente para ocupar el espacio que el líder, el partido siniestrado y la vía electoral dejarían en la izquierda.
El
problema es que ahí lo que menos cuenta es la gente. En 2006 los
poderes no dejaron que López Obrador llegara a la Presidencia y Calderón
nos partió la madre a todos, incluyendo 120 mil muertos y 30 mil
desaparecidos que con otro gobierno hubiésemos evitado. Así las cosas,
sería suicida que en 2018 no sumáramos fuerzas. Sería imperdonable que
no hiciéramos todo lo posible por sacar al PRIAN de Los Pinos y a México del corral
estadunidense. Conocemos sus mañas y sabemos que quizá no nos dejen
ganar. Y de ser así ningún cálculo político poselectoral nos compensará
por la derrota. En todo caso que digan que no pudimos, pero que nadie
pueda decir que ni siquiera lo intentamos.
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