Carolina Escobar Sarti
Ha muerto Fidel, y el tema de la libertad vuelve a la superficie del
mundo. Frente a esto, y viviendo en Guatemala, hay preguntas que surgen,
entre muchas más que quedan pendientes. ¿Cuán libre es una persona que
no sabe ni siquiera escribir su nombre o leer el de otra? ¿Cuán esclavo
es quien no puede salir de su país? ¿Cuán libre es quien no puede elegir
a sus gobernantes o quien vota pero realmente no elige? ¿Cuán esclavo
es quien camina con miedo por las calles de su ciudad o los caminos de
su aldea? ¿Cuán libre es quien no tiene dinero para comprar la medicina
que necesita, aunque tenga diez marcas entre las cuales elegir? ¿Cuán
libre es quien nunca ha podido plantear, cuestionar o debatir una idea?
¿Cuán libre es quien vive en una ciudad donde hay cuatro centros
comerciales en un radio de cinco kilómetros, pero no tiene cómo
comprarse un pan o ir a un hospital donde le traten con dignidad?
A la palabra libertad la han convertido en una meretriz prisionera.
Elegir una marca de jabón por encima de otra no nos hace libres; la
libertad es otra cosa. Es, esencialmente, vivir sin miedo. Por eso,
cuando se habla tan apasionada y estrechamente de las dictaduras, desde
cualesquiera de las catedrales del pensamiento binario, queda una
sensación de incomodidad. A mí no me gusta ninguna dictadura, ni las del
capital, ni las mediáticas, ni las de facto. Tampoco soy adepta de
ninguna orden religiosa, política o de otra índole, que me lleve al
endiosamiento o satanización, a partir de dogmas que no pueden
cuestionarse. Así que Fidel no es para mí ni Dios ni diablo.
Reconocimiento no es idolatría. No es para mí el asesino que se ha
vendido en los grandes medios de comunicación desde hace 50 años o el
impoluto hombre que jamás cometió errores. Es un indiscutible estadista y
líder de la historia política del mundo contemporáneo, a quien el poder
también doblegó e hizo dictador. No soy tibia por no complacer a los
reaccionarios de derecha e izquierda, y sé que sería más fácil meterme
en gavetas donde las recetas ideológicas están ordenadas y listadas. Me
considero, en primer lugar, una humanista y una mujer que piensa por sí
misma, siempre escuchando las voces del mundo. Y desde allí leo lo que
pasa.
Me llamó la atención que muchas estatuas de dictadores han sido
derribadas por los pueblos sometidos, al momento que estos mueren o
caen. A Fidel lo despidieron millones de personas al grito de ¡Yo soy
Fidel! Esto tiene algo que decirnos, al mismo tiempo que afirma los
resultados de las reconocidas políticas sociales implementadas en la
isla y su solidaridad con otros países del mundo. En ese sentido, Cuba
ha sido un país de vanguardia y ha ido moviéndose al ritmo de la gran
historia desde que enfrentó, entre 1960 y 1962, a un Estados Unidos que
le impuso el bloqueo comercial, económico y financiero. En todos estos
años, Fidel fue convertido en una leyenda, para bien y para mal.
Es cierto, muchos cubanos se han ido a Estados Unidos buscando la
“libertad”. Pero es insuficiente argumento para describir una dictadura.
De Guatemala también se han ido casi dos millones de guatemaltecos
buscando el sueño americano. Aunque no haya sido por razones
estrictamente políticas, de acá se siguen yendo por todas las otras
razones, como ahora huyen tantos de muchos países “democráticos”.
Teóricamente, Guatemala es una democracia, pero estamos en los primeros
lugares mundiales de violencia, desigualdad, impunidad, inseguridad,
corrupción, desnutrición, falta de educación y salud. Podemos salir
cuando querramos y tenemos “malls” hasta para tirar, pero a la mayoría
no le sirve. Por otra parte, es innegable el control que el gobierno
cubano tuvo y tiene sobre su ciudadanía, pero recuerdo que Snowden y
Assange le mostraron al mundo cómo lo hace Estados Unidos. Y acá tampoco
salimos inmunes de esa práctica de Estados totalitarios y policiales.
En fin, la libertad sigue siendo para muchos el horizonte, así que nos
corresponde entender qué significa, y sobre todo, entender que la
libertad de pocos a costa de la esclavitud de muchos no es libertad.
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