Eduardo Galeano
Eduardo Galeano (Montevideo 1940-2015) en la Sala Nezahualcóyotl del
Centro Cultural Universitario de la UNAM, donde el autor de Las venas abiertas de América Latina ofreció una lectura de parte de su obra, el 2 de abril de 2009
Foto Francisco Olvera
La Jornada
El Monstruo de Buenos Aires
Así lo vio, o lo imaginó, y así lo llamó, el sacerdote francés Louis Feuillée.
Este monstruo fue uno de los espantos que ilustraron el libro de memorias de su viaje por tierras sudamericanas,
reinos de Satán, entre 1707 y 1712.
El poderoso cero
Hace cerca de 2 mil años, el signo del cero fue grabado
en las estelas de piedra de Uaxactún y en otros centros ceremoniales de
los mayas.
Ellos habían llegado más lejos que los babilonios y los chinos en el
desarrollo de esta llave que abrió paso a una nueva era en las ciencias
humanas.
Gracias a la cifra cero, los mayas, hijos del tiempo, sabios
astrónomos y matemáticos, crearon los calendarios solares más perfectos y
fueron los más certeros profetas de los eclipses y otras maravillas de
la naturaleza.
La primera flauta
Un cazador se perdió, alguna vez, en alguno de los laberintos de la selva amazónica.
Después de mucho vagar, se dejó caer al pie de un cedro y allí quedó dormido.
Fue despertado por el sol y por una música jamás escuchada.
Entonces, el cazador perdido descubrió que un pájaro carpintero, de
cabeza roja, largo cuello y pico poderoso, estaba picoteando una rama.
La música nacía del viento que entraba por los agujeros que el pájaro excavaba.
El cazador aprendió. Imitando al viento y al pájaro, creó la primera flauta americana.
La recién nacida
En el último día de abril del año 2013, Galulú Guagnini nació en Caracas.
El padre, Rodolfo, explicó:
–Ella vino para enseñarnos todo de nuevo.
La lluvia
Entre todas las músicas del mundo y del cielo, entre
todas las que escucho desde arriba y desde abajo, yo elijo el concierto
para lluvia sola.
Como en misa la oigo, cada vez que se deja sonar en la claraboya de mi casa.
Las nubes
Por las noches, cuando nadie las ve, las nubes bajan al río.
Inclinadas sobre el río, recogen el agua que más tarde lloverán sobre la tierra.
A veces, cuando están en plena tarea, algunas nubes se caen, y el río se las lleva.
Cuando llega la mañana, cualquiera puede ver pasar a las nubes caídas.
Ellas derivan sobre las aguas, lentos barquitos de algodón, mirando al cielo.
El oficio de escribir
De Onetti aprendí, también, el placer de escribir a mano.
A mano trabajo cada página, quién sabe cuántas veces, palabra tras
palabra, hasta que paso en limpio, en la computadora, la última versión,
que siempre resulta ser la penúltima.
Por qué escribo /3
Para empezar, una confesión: desde que era bebé quise ser
jugador de fútbol. Y fui el mejor de los mejores, el número uno, pero
sólo en sueños, mientras dormía.
Al despertar, no bien caminaba un par de pasos y pateaba alguna
piedrita en la vereda, ya confirmaba que el fútbol no era lo mío. Estaba
visto: yo no tenía más remedio que probar algún otro oficio. Intenté
varios, sin suerte, hasta que por fin empecé a escribir, a ver si algo
salía.
Intenté, y sigo intentando, aprender a volar en la oscuridad, como los murciélagos, en estos tiempos sombríos.
Intenté, y sigo intentando, asumir mi incapacidad de ser neutral y mi
incapacidad de ser objetivo, quizás porque me niego a convertirme en
objeto, indiferente a las pasiones humanas.
Intenté, y sigo intentando, descubrir a las mujeres y a los hombres
animados por la voluntad de justicia y la voluntad de belleza, más allá
de las fronteras del tiempo y de los mapas, porque ellos son mis
compatriotas y mis contemporáneos, hayan nacido donde hayan nacido y
hayan vivido cuando hayan vivido.
Intenté, intento, ser tan porfiado como para seguir creyendo, a pesar
de todos los pesares, que nosotros, los humanitos, estamos bastante mal
hechos, pero no estamos terminados. Y sigo creyendo, también, que el
arcoíris humano tiene más colores y más fulgores que el arcoíris
celeste, pero estamos ciegos, o más bien enceguecidos, por una larga
tradición mutiladora.
Y en definitiva, resumiendo, diría que escribo intentando que seamos
más fuertes que el miedo al error o al castigo, a la hora de elegir en
el eterno combate entre los indignos y los indignados.
Vivir por curiosidad
La palabra entusiasmo proviene de la antigua Grecia, y significaba: tener a los dioses adentro.
Cuando alguna gitana se me acerca y me atrapa una mano para leer mi
destino, yo le pago el doble para que me deje en paz: no conozco mi
destino, ni quiero conocerlo.
Vivo, y sobrevivo, por curiosidad.
Así de simple. No sé, ni quiero saber, cuál es el futuro que me espera. Lo mejor de mi futuro es que no lo conozco.
El escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano (Montevideo, 1940-2015), quien compartió con los lectores de La Jornada la magistral concisión y profundidad de sus Ventanas,
como se tituló su colaboración semanal para este periódico, concluyó su
último libro un año antes de morir. Acechante, el cronista de los
invisibles salió a cazar en esa jungla que habitamos “para mostrarnos
–con crudeza, con humor, con ternura–” realidades que no todos logran
ver. Así surgió El cazador de historias, que publica Siglo XXI, su editorial de toda la vida. En este libro, quien clamaba por una América Latina Unida para revertir
el miedo y la resignación, obsequia
un puñado de bellas y poderosas historiasque
ofrecen pistas de su biografía, de su infancia y juventud, de sus primeros viajes por esa región, de las personas que marcaron su vida y su escritura, así como sus ideas sobre la muerte. Con autorización del sello Siglo XXI, La Jornada ofrece a sus lectores, a manera de adelanto, algunos destellos del arcoíris legado por quien afirmaba:
Obedecer a los poderosos, no es nuestro destino. El libro ya empieza a circular en México
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