Carolina Escobar Sarti
Hace 20 años, en la famosa Cumbrede la Tierra realizada en Río, surgió aquella famosa gráfica en forma de copa de champaña que retrataba cómo el 20% de la población más rica del mundo poseía el 82.7% de la renta global, y el 20% de la población más pobre solo tenía el 1.4% de esa renta. Veinte años más tarde, de cara a la Cumbre Río+20 que se celebrará este año, las cifras dan aún más vergüenza: el 20% más rico acumula el 91.5% de la renta global, y el 20% más pobre, apenas el 0.07. ¿Puede el capitalismo ser verde o un león ser cebra?
La esencia de un capitalismo acunado desde la práctica neoliberal voraz solamente protege al gran capital. Por ello, esto rebasa cualquier discusión ideológica, y plantea, en esencia, problemas humanos que tienen que ver con nuestra sobrevivencia, nuestra calidad de vida y nuestro futuro. Según una nota publicada en este matutino el 27/01/12, el nuevo gobierno acaba de llegar a un acuerdo con el sector minero: las industrias extractivas de oro deben pagar ya no el 1% de las regalías al Estado guatemalteco, sino el 5% sobre sus ingresos brutos. Según el presidente actual, esto significaría entre Q600 a Q700 millones anuales de regalías voluntarias.
El ambientalista Yuri Melini dijo que esto es una “payasada”. Lo que se requiere es “un cambio a la Ley de Minería”, señaló a Siglo XXI, “que incluya regalías no menores a 14% e indexadas al comportamiento de los precios internacionales”. Si regalías fuera el tema central, que para mí no lo es, este aumento es como quitarle un pelo a un gato. Lo que realmente importa es quiénes son los grandes beneficiados y perjudicados con este tipo de industria. ¿Dónde quedan las 58 consultas populares que se realizaron en este país, en las cuales la respuesta fue un rotundo NO de las poblaciones que ya están siendo o serán afectadas por este tipo de minería?
Sabemos que en Guatemala se han criminalizado las luchas sociales, militarizado los territorios y usado las fuerzas de seguridad del Estado para desmovilizar cualquier resistencia y proteger al gran capital. Además, no tenemos controles efectivos para regular y normar este tipo de actividades extractivas en el pequeño territorio de 108 km2. Basta ver las imágenes de los lugares que este tipo de minería ha devastado: lagunas de agua verdosa saturada de cianuro, que por cientos de años serán fuente de contaminación; grandes valles —antes fértiles— convertidos ahora en venenosos desiertos; niñas y niños con manchas en la piel y sin cabello, con altas probabilidades de padecer cáncer; casas seriamente dañadas por la vibración de los taladros que parten la roca en pedazos para sacar unas onzas de oro, rocas que quedan expuestas contaminando indefinidamente el aire.
¿Por qué no desarrollar el ecoturismo que deja ganancias a más gente y es más noble con nuestro pequeño territorio? Si las empresas extractivas no se van a sus inmensos países a sacar oro, no es porque no haya este precioso metal, es porque sus normas, sus controles y su ciudadanía no lo permiten. ¿Y nosotros, hasta cuándo lo permitiremos?
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