Margarita Carrera
Cada pueblo tiene elgobierno que se merece. Pocos años después de la dictadura de Cabrera, se impuso la de Ubico. Vinieron, luego, como un milagro, los gobiernos democráticos de Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz. Pero cuando este último quiso imponer la reforma agraria —tan necesaria para un pueblo como el guatemalteco— afectó los intereses de los finqueros, de los empresarios y de la United Fruit Company. Entonces el Gobierno de Estados Unidos se sintió afectado y ayudó a derrocar a Árbenz mediante un golpe de Estado.
Si el 20 de octubre de 1944 fue la revolución guatemalteca que dio importancia a la justicia social y económica, a la educación, al arte y a la cultura en general, el 3 de julio de 1954 hacía su entrada triunfal a Guatemala el teniente coronel Carlos Castillo Armas, impuesto por la derecha, la Iglesia y el Gobierno de Estados Unidos.
La censura y autocensura dio inicio. También la persecución de los que eran comunistas o afines a ellos. Salieron al exilio Miguel Ángel Asturias, Luis Cardoza y Aragón, Mario Monteforte Toledo, Otto Raúl González, Raúl Leiva y Carlos Solórzano, entre otros grandes escritores guatemaltecos.
¿Por qué cuento esto? Porque al escoger los guatemaltecos como posible presidente a un militar de reputación dudosa, me parece que estamos volviendo a la era ubiquista.
Escritores extranjeros como Francisco Goldman mencionan a Pérez Molina en innumerables pasajes —páginas: 304, 387-389, 403, 436-437, 440, 453-456, 458-462, 466— de su obra: El arte del asesinato político. ¿Quién mató al obispo? (Editorial Anagrama, Barcelona); es necesario leerla, pues es acerca de un autor extranjero que trata de ser lo más puntual posible con la verdad que narra sobre el asesinato de monseñor Juan José Gerardi.
En la página 454 del libro mencionado nos da a conocer que en elPeriódico Olivares Alay publicó un testimonio en el que hace referencia a Pérez Molina: “(…) Era la primera vez que se ventilaba públicamente que Rubén Chanax acusaba a Pérez Molina de haber estado en la pequeña tienda de don Mike, junto con el coronel Lima Estrada la noche del crimen —de monseñor Gerardi—…”.
Cuando Goldman quiso preguntarle al respecto, la reacción de Pérez Molina fue: “Sí, hemos sabido del libro por un tiempo… Tenemos información de que el libro fue pagado por un político”, pero se rehusó a dar el nombre del político.
Agregó: “Que de haber realizado una investigación adecuada, yo —Goldman— habría sabido que él se encontraba en Washington en 1998 como delegado guatemalteco ante la Junta Interamericana de Defensa. ¿Por qué no lo había entrevistado?”, preguntaba. “Él mismo me habría dicho que estaba en Washington”. Goldman le confesó a Claudia, la periodista, que “hacía mucho tiempo que me había dado cuenta de que no ganaba nada hablando con los militares que podían resultar implicados en el caso Gerardi, porque sabía que sólo iban a mentirme…
La reacción de Pérez Molina a los extractos publicados en elPeriódico lo habían dejado al descubierto en muchos aspectos… Concluye: “Era la ingenuidad de un hombre ampliamente temido y poderoso, pero de pocas palabras, acostumbrado a las afirmaciones más ridículas. Su argumento de que no había tenido relaciones previas con Lima era falso. Rafael Guillamón, uno de los investigadores de las Naciones Unidas, tenía conocimiento de esa relación, e incluso de las llamadas que el capitán Lima le hacía desde la prisión al general Pérez Molina.
—Lectores de elPeriódico escribieron correos electrónicos con sus propios datos de la añeja relación de los dos militares. El capitán Lima, según uno de esos anónimos lectores, había sido instructor privado del hijo de Pérez Molina—.
Si el general Pérez Molina no tenía nada que esconder, ¿por qué trató de cubrir una antigua relación con el capitán encarcelado?
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