Carolina Escobar SartiHay un síndrome que los expertoshan llamado de muchas maneras: “burn out”, síndrome de aniquilamiento, de desmoralización, de agotamiento emocional, de desgaste y, más recientemente, “desgaste por empatía”. ¿Hemos escuchado la expresión “esa persona se quemó”? La pérdida progresiva de energía, el agotamiento, la ansiedad, la depresión, la desmotivación en lo que se hace, la irritabilidad, la hostilidad con personas cercanas, son algunos de los síntomas. ¿Puede un país quemarse?
Hablando con un psicólogo mexicano experto en esto, me dice que las personas o los grupos nunca se “queman” de una vez, sino poco a poco. Si hablamos de una persona, lo usual es que pase de síntomas físicos moderados, como dolores de cuello, cabeza o espalda, al insomnio, al déficit de atención o a la automedicación. Luego de estas etapas iniciales, llegan el ausentismo a sus lugares habituales de trabajo, de vida familiar o profesional, la aversión por ciertas tareas que antes le gustaba hacer, o la recurrencia al alcohol o psicofármacos. El desgaste es total cuando hay aislamiento, crisis existenciales, depresión crónica y hasta riesgo de suicidio. Quemarse no es lo mismo que tener estrés, pero la gran mayoría de las veces es algo posible de revertir. Pregunto de nuevo, ¿puede un país quemarse?
Creo que sí. El hecho de que haya una pérdida progresiva del idealismo, el que traigamos a nuestro presente símbolos de un pasado violento con recurrencia, el que los asesinatos ya ni los notemos y normalicemos la violencia, el que no seamos capaces de perfilar futuros oscuros porque ni siquiera hemos leído un libro de historia de nuestro país, el que neguemos —como mecanismo de sobrevivencia— que vivimos en uno de los países más violentos del mundo, y que vivamos en la superficie de nuestras vidas para evitar entrar en nuestros problemas profundos, son características de que, como sociedad, estamos quemados.
Esto es más que un desencanto o cansancio. Y a lo mejor es hasta una proyección, pero lo he escuchado tanto en tantas partes, entre personas de tan distintas edades y formas de pensar, que me atrevo a hacer este cuadro de país. Es un atrevimiento decir que estamos atravesando una crisis y que somos una sociedad enferma, pero también me atrevo a decir que no es algo para siempre. Si las personas hacen proyectos de vida para salir de estados de desgaste profundo y casi todos estos proyectos se resumen a cosas tan aparentemente sencillas como la solidaridad y el amor, ¿por qué un país no habría de ser capaz de formular un proyecto de nación?
Dice el psicólogo que el reconocimiento es una “cuota” vital para seguir adelante en este proyecto de vida o de nación. Pero para ser reconocidos tendríamos que empezar a mirarnos de otra manera, a sentir una identidad distinta, a reconocer al otro y a la otra, por lo que son y lo que valen, a no jugar a los “cangrejos”, a ser justos y solidarios. Mucho discurso para un país tan dolido, pero en las cosas pequeñas de cada día a lo mejor se nos da el comenzar. Hoy en las farmacias lo que más rápido se acaba son los tranquilizantes o los analgésicos; que mañana lo que vaciemos sean las zapaterías, por haber alcanzado la libertad de recorrer nuestro país en paz.
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