Iosu Perales
El sábado 16 de marzo fueron detenidas en Managua
la ex guerrillera Mónica Baltodano y su hija Sofana, además de otras
cuarenta personas entre las cuales se encontraban la feminista Sofía
Montenegro y Azalea Solís, esta última designada por la oposición para
la mesa de negociación con el Gobierno. Sucedió cuando en el marco de
una concentración pedían pacíficamente la libertad de las más de 600
presas y presos políticos, la mayoría estudiantes acusados de haber
querido derribar al presidente Ortega. Comprendo que para quien lea este
artículo es un dato más que explica la represión del régimen. Pero lo
cierto es que Mónica es para mucha gente en el país un icono, un símbolo
de la lucha sandinista contra Somoza, y su detención ha desvelado que
la pareja Daniel Ortega-Rosario Murillo no tiene límites cuando se trata
de defender su poder. Hay que hacer notar que otra hija de Mónica,
abogada, se encuentra exiliada en Costa Rica huyendo de persecuciones y
amenazas. Además, Ricardo Baltodano, hermano de Mónica y profesor de la
UPOLI, se encuentra encarcelado sin juicio desde hace ya varios meses.
Mónica es autora de la monumental obra Memorias de la Lucha Sandinista,
en tres grandes tomos. Es la mujer que doblegó la resistencia final de
los militares somocistas. Eduardo Galeano lo cuenta así: “El cuartel La
Pólvora, en la ciudad de Granada, último reducto de la dictadura, está
al caer. Cuando el coronel se entera de la fuga de Somoza, manda callar
las ametralladoras. Los sandinistas también dejan de disparar. Al rato
se abre el portón de hierro del cuartel y aparece el coronel agitando un
trapo blanco. - ¡No disparen! El coronel atraviesa la calle. - Quiero
hablar con el comandante. Cae el pañuelo que cubre la cara: - La
comandante soy yo -dice Mónica Baltodano, una de las mujeres sandinistas
con mando de tropa. - ¿Que qué? Por boca del coronel, macho altivo,
habla la institución militar, vencida pera digna, hombría del pantalón,
honor del uniforme: - ¡Yo no me rindo ante una mujer! -ruge el coronel. Y
se rinde”.
Madre de cuatro hijos y licenciada en Sociología, Mónica fue nombrada
comandante guerrillera honorífica, condecorada con la orden Carlos
Fonseca (la más alta distinción de Nicaragua), nombrada viceministra de
Asuntos Regionales, luego diputada, miembro de la Dirección Nacional del
FSLN, hasta que se distanció de Ortega y crea el Movimiento por el
Rescate del Sandinismo en 2005. Su detención ha sido analizada en el
país como el producto de una huida hacia adelante del régimen
orteguista.
Lo cierto es que desde hace algunos meses apenas se habla ya de
Nicaragua. Sin embargo, en ese país, las protestas y las detenciones
continúan sin que algunos amagos de negociación hayan podido
consolidarse. De hecho, en el seno de la oposición se han detectado al
menos dos estrategias: mientras los empresarios, preocupados por la
caída de sus ganancias, quieren sentarse en la mesa con el Gobierno, sin
condiciones; los estudiantes y movimientos sociales no quieren negociar
con más de 600 presos políticos como rehenes de Ortega y exigen
previamente su libertad. En todo caso, la unidad vigente en el interior
del Movimiento de Unidad Nacional Azul y Blanco (con los colores de la
bandera de Nicaragua este movimiento integra a la Alianza Cívica y a la
Articulación de los Movimientos Sociales) se mantiene en la medida en
que más allá de tácticas, toda la oposición quiere que de una u otra
manera Daniel Ortega y Rosario Murillo se vayan.
Desde 2006, año en que ganó las elecciones, Daniel Ortega venía
vendiendo la idea de la continuidad de la revolución iniciada en julio
de 1979. Era una farsa. En abril de 2018, las encuestas cocinadas para
bendecir democráticamente el régimen autoritario cayeron rotas. En pocas
horas se vinieron abajo las pretensiones de seguir gobernando violando
leyes, golpeando la Constitución. La arrogancia de la pareja
presidencial Ortega- Murillo, que durante doce años había ignorado las
críticas, se vino abajo y fue sustituida por un terrorismo de Estado, de
policías y milicias armadas, cuya misión no era otra que sembrar el
miedo y evitar que el pueblo se manifestara en las calles. Creían que su
violencia no les pasaría factura, pero la dignidad y la valentía
siguieron desfilando por avenidas y plazas, y en su locura el régimen se
cobró más de 300 muertos, más de 600 presos y 30.000 refugiados en
Costa Rica.
La Nicaragua que quiere quitarse de encima la pesada losa de una
dictadura, lejos de ser golpista como dice el matrimonio Ortega-Murillo,
ama la libertad y pelea por ella. Rechaza los fraudes electorales.
Exige una justicia independiente, no al servicio del régimen. Que se
acaben los asesinatos extrajudiciales. Que se combata la corrupción de
la que participa la pareja presidencial y su familia. La nueva Nicaragua
que se está gestando desde la base ciudadana quiere terminar con el
acoso y represión sobre organizaciones feministas, medioambientales,
ONGs, sindicatos libres y organizaciones de derechos humanos. Esta
agenda de la oposición nada tiene que ver con golpes de Estado, menos
aún frente a un régimen que cuenta con el apoyo cerrado del ejército, de
las policías, de las milicias armadas, de los jueces y de la mayoría
del parlamento. Además, los estudiantes exigen que se les devuelva la
autonomía universitaria, actualmente intervenida, hasta el punto de que
el régimen filtra quién entra y quién no a la universidad pública.
En la Nicaragua de Ortega-Murillo no existe una auténtica libertad de
expresión. Los medios de comunicación, incluyendo los del partido
gobernante (Frente Sandinista de Liberación Nacional) fueron casi todos
privatizados a favor del régimen. La mayoría de los canales de TV forman
parte de un duopolio: o son de los hijos del matrimonio gobernante o
son de su socio, el empresario mexicano Juan Ángel González.
A estas alturas del partido hay una unanimidad en la oposición
nicaragüense: sólo una negociación que incluya la salida de los
Ortega-Murillo puede dar lugar a una nueva realidad nacional
democrática. La violencia como vía para lograrlo ni es posible ni es
deseable. Todos los sectores sociales y las iglesias comparten esta
idea. Nicaragua ya sufrió una guerra entre 1979 y 1990, organizada,
financiada y dirigida por Estados Unidos, que se cobró unos 50.000
muertos. Ahora se trata de evitar, aunque sea en escala menor, una nueva
guerra. El desvarío de Daniel Ortega y su grupo de incondicionales ha
impulsado la escalada de la protesta a niveles hasta ahora desconocidos
durante su gobierno. Se extendió territorialmente, incorporando a
sectores populares: jubilados, gente desempleada, trabajadores por
cuenta propia, obreros, campesinos, principalmente jóvenes de las
ciudades, estudiantes. Las marchas en los pueblos más alejados han sido
totalmente pacíficas. Ha sido en Managua donde la violencia de los
cuerpos policiales y milicias armadas ha desatado reacciones violentas
de jóvenes incontrolados que ahora la oposición trata de evitar a toda
costa, pues la estrategia debe ser pacífica.
Una vez, las mayorías sociales de Nicaragua derrocaron a Anastasio
Somoza. Cerca de cuarenta años después esas mayorías se proponen hacer
caer a un régimen autoritario, dictatorial. El carrusel de la vida a
veces repite escenarios ya vividos. Muchos de los que fuimos a aquella
Nicaragua fuente de ilusiones, seguimos estando al lado de la gente.
Somos los mismos que ahora estamos por el réquiem político de Daniel
Ortega y Rosario Murillo.
08/04/2019
Iosu Perales es escritor y experto en temas relacionados con Centroamérica.
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