Maduro ha sido partidario de la iniciativa de diálogo de México y
Uruguay desde su lanzamiento, el pasado 23 de enero, y con más énfasis
desde su presentación formal, el 6 de febrero, en Montevideo, cuando
esas dos naciones propusieron al gobierno y a la oposición de Venezuela
un diálogo inmediato sin condicionamientos previos.
Esta propuesta es la más conveniente para Maduro porque el objetivo
final del diálogo que impulsa la Unión Europea entre los actores de la
crisis venezolana es realizar nuevas elecciones presidenciales, lo que
en los hechos implicaría la salida del gobernante chavista del poder.
En cambio, el Mecanismo de Montevideo lanzado por México y Uruguay
contempla que sean las dos partes las que identifiquen de común acuerdo
los temas que quieren negociar. Es decir, esta iniciativa no le impone a
Maduro como requisito previo aceptar nuevos comicios y crear las
condiciones para que estos sean libres, transparentes y creíbles.
La oposición venezolana liderada por el autoproclamado presidente
encargado, Juan Guaidó, siempre se ha mostrado en desacuerdo con la
propuesta de México y Uruguay porque piensa que sólo le daría a Maduro
la oportunidad de ganar tiempo y esperar a que baje la presión interna
y, sobre todo, la internacional.
En los últimos días, a instancias de Maduro y el canciller Arreaza,
representantes diplomáticos de México y Uruguay buscaron a dirigentes
opositores para reiterarles su disposición para mediar en un eventual
diálogo entre las partes.
“La respuesta fue que agradecemos su buena disposición, pero que no
hay ninguna posibilidad de negociar con Maduro mientras él no acepte que
la negociación tiene que conducir a unas elecciones en las que los que
venezolanos puedan decidir con toda libertad quién quieren que los
gobierne”, dijo un dirigente opositor consultado por Apro.
El dilema
Pero lo cierto es que la oposición venezolana está en un dilema. Las
expectativas que había creado en amplios segmentos ciudadanos de que la
salida de Maduro estaba a la vuelta de la esquina se ha visto frustrada
por la capacidad del gobernante chavista de mantenerse en el poder.
A pesar de la agudización de la crisis económica, de la
hiperinflación que devora los salarios, de los apagones que perturban la
vida de la gente y de las dificultades de la mayoría de la sociedad
para satisfacer necesidades primarias, como comer y transportarse,
Maduro sigue allí.
La apuesta de la oposición, Estados Unidos, Colombia y Brasil de
“quebrar” la cohesión de las Fuerzas Armadas –principal sostén de
Maduro— para convertirlas en aliadas de Guaidó, ha fracasado de manera
ostensible.
También falló el plan de esos actores de ingresar ayuda humanitaria a Venezuela.
El segundo mandato de Maduro como presidente, que comenzó el pasado
10 de enero y que han desconocido medio centenar de países, está por
cumplir cuatro meses cuando algunos voceros opositores y sus aliados en
el extranjero habían hablado de que la caída del gobernante se daría “en
cuestión de días”.
Y entre más pasa el tiempo, más diferencias surgen entre los distintos dirigentes y partidos de la oposición.
Para apostar por un diálogo con el gobierno, Guaidó debe contar con
el respaldo de toda la coalición opositora y es ahí donde la propuesta
de México y Uruguay está atrapada.
La gran mayoría de aliados del autoproclamado presidente interino de
Venezuela rechazan sentarse a dialogar con Maduro si este no acepta de
antemano una salida electoral. Lo que hay que negociar, dicen, es cómo
se garantizará que los nuevos comicios se desarrollen sin trampas, con
observación internacional y con árbitros imparciales.
Esta postura está más en sintonía con la propuesta de diálogo que
impulsa la Unión Europea a través del Grupo Internacional de Contacto
(GIC), que con la iniciativa de México y Uruguay.
México está en una posición muy incómoda. No sólo porque su fórmula
para un diálogo en Venezuela no encuentra receptividad en la oposición,
sino porque Uruguay, su aliado en el plan, tomó una decisión
desconcertante: se sumó a la propuesta de la Unión Europea y forma parte
de GIC.
Incluso, el pasado 28 de abril, el GIC realizó una reunión en Ecuador
en la cual Uruguay firmó una declaración en la que ese bloque pide
nuevas elecciones en Venezuela y llama al régimen de Maduro a respetar
los derechos humanos de los opositores y los manifestantes y a liberar a
todos los presos políticos que hay en el país.
Por una parte, Uruguay aparece como aliado de México en el Mecanismo
de Montevideo y pide un diálogo político en Venezuela sin condiciones
previas. Por otra, figura como miembro del GIC y socio de la Unión
Europea en el propósito de que Maduro acepte convocar a elecciones como
prerrequisito para una negociación.
No es, sin embargo, una contradicción insalvable.
La evolución de los acontecimientos en Venezuela será la que
determine, primero, si habrá un diálogo entre la oposición y el gobierno
y, segundo, si ese diálogo será para acordar la salida de Maduro del
poder, como propone la Unión Europea, o si será una negociación con
agenda abierta, como busca México. En cualquiera de los dos esquemas
puede participar Uruguay.
La propuesta de México luce debilitada por el desdén de la oposición
venezolana, pero es una carta que en cualquier momento puede ser útil,
sobre todo en la medida en que la crisis siga entrampada en un impasse
sin salida aparente.
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