Vivimos en una época de
falsificaciones históricas. En las relaciones internacionales, los
adversarios y los enemigos son frecuentemente el resultado de un
complicado proceso de construcción social. Eso conduce paulatinamente a
distorsiones peligrosas que llevan a provocar guerras y otros
cataclismos.
La historia de las percepciones que hoy se cultivan
sobre Vladimir Putin es un ejemplo de ese tipo de evoluciones. La
obsesión de Estados Unidos por mantener su hegemonía está íntimamente
relacionada con esta crónica. El poderío del lobby
industrial-militar es el motor principal del proceso. Y el papel de los
medios de comunicación para moldear la opinión pública es el otro
ingrediente clave. El resultado es un peligroso pantano del que las dos
más grandes potencias nucleares difícilmente podrán escapar. Hoy el
enfrentamiento se concentra en Siria y Ucrania, pero podría
transformarse en una confrontación nuclear entre ambas potencias.
En
1989 el muro de Berlín fue derribado. A cambio de aceptar la
reunificación de Alemania, Mijail Gorbachov recibió las seguridades de
que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) no se
expandiría para incorporar a los antiguos países satélites de la URSS.
En 1990 Gorbachov escuchó a James Baker, secretario de Estado, prometer
que la OTAN no se movería ni una pulgada en dirección al este. Las
mismas promesas se hicieron en reuniones con Helmut Köhl, primer
ministro alemán. El canciller Genscher fue claro en su discurso del 31
de enero 1990: Los cambios en Europa oriental y la reunificación
alemana no deben lastimar los intereses soviéticos en materia de
seguridad y, por tanto, la OTAN no debe expandirse hacia el este o
acercarse a las fronteras soviéticas. Esas fueron las promesas y
garantías que escuchó Gorbachov, último dirigente soviético. (Los
archivos que confirman estos hechos se encuentran en nsarchive.gwu.edu).
La
Unión Soviética fue disuelta en 1991. En 1993, el presidente ruso
Yeltsin volvió a recibir garantías sobre la no expansión de la OTAN.
Pero en marzo de 1999 las cosas cambiaron: Polonia, Hungría y República
Checa ingresaron a la OTAN. Fue un acontecimiento muy mal recibido en
Rusia. Yeltsin se sintió traicionado y enfureció. George Kennan,
artífice de la política de contención de la Unión Soviética, describió
la expansión de la OTAN como un terrible error histórico.
Vladimir
Putin accedió a la presidencia de Rusia en mayo de 2000. Un año
después pidió que Rusia se convirtiera en miembro de la OTAN, lo que
cambiaría radicalmente la naturaleza de la alianza atlántica para
convertirla en una asociación garante de la paz regional. La respuesta
de Washington y de Europa fue negativa.
Tras los ataques a las
Torres Gemelas, en septiembre de 2001, Putin llamó a George W. Bush y
le ofreció su apoyo. Durante los preparativos para la invasión a
Afganistán, Putin permitió el transporte y despliegue de militares
estadunidenses en las fronteras rusas. Pero más tarde, cuando en 2004
la OTAN acogió en su seno a otros siete países de Europa central y
oriental (incluyendo Bulgaria y las repúblicas del Báltico), la
exasperación de Putin llegó al límite.
En 2007, Putin recordó a
los líderes del G7 las promesas incumplidas. La expansión de la OTAN,
señaló, es una provocación que mina la confianza rusa. Acto seguido
preguntó: ¿Contra quién está dirigida esa expansión de la OTAN? Al año
siguiente, cuando las señales apuntaban hacia la admisión en la OTAN de
Georgia, una exrepública de la antigua URSS, Moscú intervino
militarmente para impedir que Tbilisi sofocara un levantamiento
separatista. Era una señal para congelar el crecimiento de la OTAN.
En
febrero de 2014 se consumó un golpe de Estado en Kiev que culminó con
la entronización de un régimen poco amistoso hacia Moscú. En la
opinión de Stephen Cohen, investigador de la universidad de Princeton,
la anexión de Crimea fue más una respuesta reactiva de Moscú que un
acto de agresión, pero Washington respondió con nuevas sanciones que
hacen más difícil cualquier salida negociada. El proyecto de convertir
Ucrania en otro miembro de la OTAN sigue adelante. Para Rusia esa es la
línea roja en el sendero a una guerra.
Estados Unidos ahora
ha denunciado el tratado de armas de alcance intermedio, lo que abre un
nuevo capítulo en la carrera armamentista. En su obsesión por mantener
una hegemonía incontestada, el complejo militar-industrial mantiene
viva la tradición de la guerra fría. Putin no es ningún santo de
la caridad, pero tampoco es lo que los medios estadunidenses han
construido. Al igual que Gorbachov y Yeltsin, Putin es un viejo reflejo
que siente la amenaza de una Europa que ha atacado dos veces a Rusia
en los pasados 100 años. Trágicamente, la llegada de Trump y su delirio
egocéntrico sirven de catalizador para que una parte importante de la
clase política estadunidense vuelva a deleitarse con los desvaríos de
la guerra fría que nunca parece terminar. Vivimos tiempos más peligrosos de lo que se piensa.
Twitter: @anadaloficial
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