Los tiempos que
vivimos piden nuevas encarnaciones de Benjamín Franklin: personajes
ilustrados y prácticos, que se tomen, además, el trabajo de moralizar
para el pueblo. El mundo de hoy necesita de nuevo a los moralistas.
Es verdad que los sacerdotes de las diversas religiones siguen fieles
a ese papel, pero nos sirven mucho menos que antes, porque la
moralización de la curia se fincaba en la idea de la trascendencia del
alma y de la vida eterna. Son ideas que han sido abandonadas poco a
poco, hasta por la propia Iglesia. La idea de la Gloria y del Infierno
se ha ido desdibujando y, con ellas, el moralismo que se sostenía en la
idea de inmortalidad del alma.
Es verdad que el protestantismo y las versiones modernizadoras del
catolicismo y del judaísmo sacaron versiones mundanas de esta idea, que
funcionaron bien por bastante tiempo. Para ellos, la obra mundana
importaba, porque era un reflejo de la salud del alma. Así, Benjamín
Franklin tenía entre sus dichos varios que se preocupaban justamente a
la importancia de la acción como valor trascendental: Well done is better than well said (Hacer bien algo es mejor que decir algo bien), o By failing to prepare, you prepare to fail (Si optas por no prepararte, optas por el fracaso).
Sin embargo, en las décadas recientes esta filosofía mundana de
trabajo y previsión está de capa caída. En lugar de creer en que
más vale prevenir que lamentar(un dicho muy al modo de Benjamín Franklin), preferimos pensar que
más vale lamentar que prevenir. La predicción ha perdido crédito. La previsión está en un punto bajo y, con ella, la moralidad. ¿Por qué?
Es un tema que no ha recibido el estudio detallado que merece, pero
pareciera haber varios factores relevantes, mucho más allá de la
disminución del
temor de Dios(o, mejor dicho, del temor al infierno). El desprestigio de la predicción es en realidad un fenómeno bastante reciente, quizá apenas de las últimas tres o cuatro décadas. Se relaciona, sin duda, con la falta de estabilidad en los empleos, situación que se presta a un
existencialismomal entendido, a un carpe diem que niega las consecuencias de los actos propios, y los trivializa al punto que parecieran ser irrelevantes. El campesino, dueño de su tierra, fue siempre y esencialmente un personaje Benjamín-Franklin-esco:
cosecharás según siembreses una de sus máximas de cajón, y hay también que deshierbar para cosechar bien. Cuidar la parcela es su futuro y su religión.
En el mundo industrializado hubo por mucho tiempo un cuidado parecido
de los empleados hacia sus compañías. Se suponía que las compañías que
eran fieles con sus empleados (mientras fuesen eficientes, claro), y que
los empleados serían a su vez leales a su compañía. La inseguridad
laboral y la deslealtad de las compañías hacia sus empleados ha
fomentado una deslealtad recíproca, y es éste un factor que disminuye el
valor del futuro en el presente. Cuando un empleado que piensa en irse
de su trabajo en cualquier momento, no necesariamente vale más prevenir
que lamentar, como tampoco vale cuando un ejecutivo no piensa sino en
poner pies en polvorosa, para no dar la cara cuando las acciones de su
compañía caigan. Y la falta de previsión es todavía mucho mayor para
quienes viven siempre de empleos eventuales, y no tienen expectativas de
tener un empleo seguro.
La falta de prestigio del futuro en el presente ha llegado a
un punto tal que incluso las proyecciones científicas son creídas o
descreídas a modo, según la conveniencia de cada quien. De hecho, la
falta de previsión ha llegado al punto en que se ha desvirtuado hasta el
significado mismo de la palabra
teoría, reduciéndola a ser sinónimo de
opinióno
conjeturay se desechan así resultados científicos veraderamente fundamentales, como el cambio climático.
Una teoría científica no es lo mismo que una ocurrencia. Para que una
idea pueda pretender ser una teoría es necesario, primero, formular una
hipótesis y luego cotejarla científicamente con datos relevantes, así
como con los principios de cada disciplina. Cuando se puede, hay también
que hacer experimentos. Es sólo cuando una idea que mana de una
hipótesis cuadra tanto con los datos conocidos como con los principios
establecidos previamente por la ciencia, que se puede pretender haber
formulado una teoría. Antes no.
Pero hoy cualquier hijo de vecino formula
teoríasy piensa que valen lo mismo a las de quienes han pasado por todo el arduo proceso de indagación científica. Y así, la falta de previsión se va filtrando a todos los aspectos de la vida social, desde los que atañen a la humanidad entera o hasta la previsión que se relaciona con el bienestar de nuestros propios hijos, o aun con nuestra propia salud. Y cada solución egoísta, cortoplacista, va endulzada de una falsa
teoría.
Sin embargo, el interés colectivo existe. La trascendencia humana
existe. Tenemos hijos y sucesores. De hecho, hoy día la vida del planeta
mismo ya depende de nosotros. Por esto, requerimos, de nuevo, a la
vieja vocación, tan desprestigiada, de moralista. Sólo que el nuevo
moralismo tendrá que fundarse ya no en la inmortalidad del alma ni en la
permanencia del trabajo, sino en una conciencia planetaria imbuida de
la gravedad que nuestra situación histórica nos ha impuesto.
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