La victoria de Lenín
Moreno, candidato de la Alianza País (en el gobierno) en las elecciones
presidenciales realizadas el domingo pasado en Ecuador, constituye una
oportunidad ampliada para el programa político progresista, soberanista y
latinoamericanista que se ha aplicado en ese país sudamericano desde
agosto de 2009 bajo la conducción de Rafael Correa y es un alivio ante
la tremenda regresión conservadora que se produjo en la región luego del
triunfo electoral de la derecha en Argentina (noviembre de 2015), el
golpe de Estado parlamentario que depuso a la presidenta Dilma Rousseff
en Brasil (agosto de 2016) y la situación de acoso político nacional y
extranjero en que se encuentra Nicolás Maduro, en Venezuela.
Lo anterior no debe ocultar el hecho de que la victoria de Moreno
frente a su rival Guillermo Lasso –un banquero de derecha, ministro de
Economía durante el mandato del corrupto Jamil Mahuad y mencionado como
poseedor de capitales en paraísos fiscales– se logró por un margen
estrecho (51.17 y 48.83 por ciento, respectivamente), que contrasta con
la holgura con la que el presidente saliente Rafael Correa, derrotó en
2013, en primera vuelta, al mismo Lasso (57.17 frente a 22.68 por
ciento).
El adelgazamiento del respaldo popular a Alianza País puede
explicarse, en primer lugar, por la erosión inherente al ejercicio del
poder, pero también por los conflictos surgidos entre la presidencia de
Correa y sectores que fueron sus aliados tradicionales y naturales, como
organizaciones de mujeres, agrupaciones indígenas y campesinas, así
como pequeños partidos de izquierda.
Estas circunstancias colocan a Moreno ante un doble
requerimiento nada fácil: por un lado, ante la evidente fractura
nacional que dejan traslucir los resultados electorales, debería moderar
el acento antioligárquico que ha caracterizado a las presidencias de
Correa y, por el otro, debería ser capaz de subsanar las diferencias que
alejaron a los sectores antes referidos del gobierno de Alianza País.
Tales requerimientos son mutuamente excluyentes, en alguna medida,
pues las reivindicaciones de los derechos de género y reproductivos así
como las protestas indígenas y campesinas contra el modelo extractivo
que el mandatario saliente se ha empeñado en aplicar no podrán ser
resueltas sin una confrontación con los sectores reaccionarios que
apoyaron a Lasso en la pasada elección.
En lo inmediato, el primer desafío será neutralizar o solucionar el
conflicto poselectoral que el aspirante derrotado amenaza con desatar,
alentado por el pequeño margen logrado por su adversario.
Cabe esperar que la institucionalidad sea preservada y Moreno pueda
recomponer la base social de Alianza País y reunificar a las izquierdas
en torno de un nuevo ciclo presidencial progresista, social y
soberanista.
Para el desarrollo de Ecuador y para el futuro de Latinoamérica es
necesario demostrar que siguen siendo posibles, a pesar de todo,
posturas gubernamentales distintas al modelo neoliberal que tantos
desastres económicos, humanos y sociales ha dejado en la región.
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