Rompiendo
con aquel ciclo de continuidad que los gobiernos llamados progresistas
nos habían acostumbrado durante al menos la última década, Latinoamérica
y Bolivia en particular vuelven a sacudirse por el surgimiento e
impronta de vientos de renovación democrática.
Hasta ahora, la ola
renovadora ha favorecido el retorno de la derecha y aquel
neoliberalismo (hoy cada vez más radical y que a pesar de haber sido
expulsado) resulta que está provocando una fuerte interpelación acerca
del futuro que queremos construir y las alternativas que se plantean
para lograrlo.
En vista de los resultados electorales sucedidos en
varios países, aparece cada vez más evidente la restauración de
regímenes que están reimplantando políticas neoliberales más agresivas.
Las mismas, ahondan y exacerban el carácter enajenador del modelo
salvajemente extractivista y desarrollista que implantaron los gobiernos
autodenominados de “izquierda”, en favor (claro está), de grandes
intereses corporativos y transnacionales que, a su turno, reactualizan y
tienden a imponer un colonialismo de nuevo sello.
Sea producto
del desencanto sin alternativas, de un gran rechazo y bronca acumuladas,
de la indignación y resistencia a la impostura y la traición, o del
reciclamiento de la derecha y el neoliberalismo que han sido propiciados
bajo el auspicio y la alianza que los propios gobiernos progresistas
les brindaron, lo cierto es que la derecha está de retorno. Sucede que
nuestros pueblos no tuvieron oportunidad, ni pudieron construir o elegir
otra alternativa que no fuese la repetición del modelo económico
extractivista que sucedió al neoliberalismo.
Y aunque en el plano
del ejercicio gubernamental se pueden distinguir diferencias de matiz
por el énfasis estatista o privatizador que impulsan progresistas o
neoliberales reciclados, lo que se impone en la práctica y la
cotidianidad social actual, es el mismo tipo de sobreexplotación del
hombre y la naturaleza, con los graves efectos y daños socio ambientales
y climáticos que debe soportar y sufrir el pueblo.
Ahora bien,
habida cuenta que la resistencia y rechazo popular todavía no han
logrado construir una alternativa política que no sea de derecha, ni
articular una propuesta estratégica contra el modelo económico
extractivista; es indudable que para retomar y cumplir aquella agenda
popular de transformaciones que inclusive se constitucionalizó en países
como Bolivia, queda un importante desafío. Es decir, comenzar por
articular los diversos movimientos de protesta, resistencia y denuncia,
para convertirlos en una lucha conjunta contra el modelo extractivista y
desarrollista que origina los principales problemas de la economía, la
sociedad y la naturaleza.
A diferencia de lo que ya ha sucedido
electoralmente en otros países en los que se ha cambiado de signo
político, pero no de modelo económico, en Bolivia todavía se tiene
tiempo y oportunidad para evitar dicho efecto pernicioso. Un efecto cuyo
origen y riesgo se explican por la impostura y traición de un gobierno
autocalificado como de izquierda, pero que le allanó el camino nada
menos que a esa derecha neoliberal que decía combatir, y que ahora se
predispone a volver a gobernar.
El ámbito del poder y la política
Sin
embargo, la reflexión de los siguientes acápites estará orientada a un
plano diferente, aunque conexo. Me refiero al plano del poder y la
política y la forma cómo ambos se han ido construyendo y desvirtuando,
en tanto más se favorecía la concentración del poder y la caudillización
de la política.
Si existe algún fenómeno peculiar que caracterice
la praxis política en Latinoamérica, éste no es otro que un caudillismo
personalista, estrechamente asociado al propósito de conquista,
conservación y concentración del poder a toda costa.
Sea como
resultado de la persistencia de prácticas o afinidades monárquicas; sea
por la internalización de valores individualistas y competitivos que
corresponden a la visión liberal y capitalista que favorece los
emprendimientos personales y privados; sea porque se desdeña prácticas
colectivas, sociales y comunitarias; o sea porque ha prevalecido un tipo
de sociedad patriarcal y machista, donde domina en forma excluyente el
varón elegido, lo cierto es que este tipo de ejercicio político
contribuye a un proceso de individualización, concentración y
caudillización del poder y la política. Es decir, una forma de
comportamiento político que al mismo tiempo de desplazar prácticas
comunitarias y colectivas de gestión pública y política, donde prevalece
el debate y la construcción colectiva de consensos y la participación
social; termina desvirtuando y quitando a la democracia la oportunidad
de devolver el poder al pueblo, y concentrarlo cada vez más en caudillos
y cúpulas que usurpan la iniciativa popular, para hacer prevalecer
dominios y voluntades individualistas, excluyentes y sectarias.
Es
una especie de privatización y concentración del poder y la política,
que resulta muy similar, equivalente y compatible a la concentración de
la riqueza y los medios de producción que detentan y defienden los
intereses particulares e individualistas del sistema capitalista
predominante. Es tan compatible y equivalente en el plano económico, que
resulta muy funcional para ejercer y reproducir poder en el plano
político. En fin, se convierte en una potente herramienta para usurpar y
enajenar poder en las manos individuales del caudillo y su séquito;
provocando que la praxis política tienda a ser reducida a meros actos
electorales, y la democracia sea secuestrada en favor de intereses
minoritarios y particulares.
En otras palabras, se trata de un
fenómeno que se encuentra en la antípoda del ideal democrático orientado
a constituir un gobierno del pueblo y para el pueblo, donde el
ejercicio de la política no esté orientado a escoger caudillos y
favorecer intereses individualistas y minoritarios, sino a devolver la
capacidad de gestión, decisión y participación social al pueblo. A
cambio, la caudillización del poder y la política es mucho más
coincidente y funcional a los valores capitalistas, liberales y
republicanos, donde prevalece el individualismo, la competencia y la
concentración de riqueza y poder en pocas manos.
El plano de la democracia
En
el ámbito de la democracia sucede un fenómeno similar, porque desoyendo
una histórica tradición de lucha de los pueblos indígenas que
insistentemente reivindican la necesidad de reconstituir sus territorios
colectivos y su capacidad de autogobierno comunitario, se ha hecho
prevalecer el enfoque occidental de fuerte contenido presidencialista e
individual. El mismo, favorece la conformación y elección de gobiernos
supuestamente representativos, pero que generalmente responden a los
intereses minoritarios que concentran la riqueza y los medios de
influencia sobre la población. Prevalece un enfoque
democrático-representativo ajeno, frente a la reivindicación de una
capacidad de autodeterminación y gobierno colectivo, que responde a las
prácticas propias de comunidades y ayllus.
Como si ello no fuese
suficiente, tampoco se toma en cuenta y se termina despreciando las
mismas prácticas democráticas de los movimientos sociales. Ellos,
cotidiana y sistemáticamente deliberan colectivamente, construyen
consensos y adoptan decisiones participativas sobre todos aquellos
asuntos y problemas que inciden o afectan su modo de vida, trabajo y las
relaciones con el entorno. Es más, desatendidos, olvidados, o
marginados por el Estado y la gestión pública de gobierno, inclusive han
logrado resolver necesidades y problemas acuciantes, sobre la base de
la cooperación, la solidaridad, la autogestión y el trabajo comunitario.
Existen
ejemplos innumerables de esta capacidad de gestión pública y política
tanto en áreas rurales como en centros urbanos, que no han necesitado
del rol del Estado, para poder efectivizar la conquista de sus derechos,
como la atención y resolución de sus problemas y demandas.
Ello
no se traduce únicamente en una mayor capacidad de gestión comunitaria y
autogestión pública y política; sino que implica un ejercicio
democrático y ciudadano, que va mucho más allá de acudir circunstancial y
ocasionalmente a las urnas, para que después otros decidan por todos, a
cuenta el voto emitido y la delegación de poder conferida.
A
contrapelo de estas experiencias prácticas e históricas que
indudablemente dan cuenta de un tipo de ejercicio democrático centrado
en la iniciativa colectiva y comunitaria del pueblo, y donde la gestión
pública y política ya no es un atributo del Estado, los partidos
políticos, o el gobierno; es indudable que responde y se acerca mejor al
tipo de democracia y ejercicio político que siempre se ha deseado como
la forma de gobierno más cercana al pueblo.
Por todo ello,
persistir en un modelo democrático tradicional, basado casi
exclusivamente en la búsqueda de representatividad electoral, donde su
mayor valor consiste en el balotaje de mayorías y minorías; no solo
resulta anacrónico, sino totalmente insuficiente para profundizar la
democracia.
Si se trata de responder adecuadamente a las formas
cómo se ejerce la política y se constituye un gobierno más cercano al
pueblo, pero se insiste en reproducir el modelo democrático tradicional,
solo se contribuirá a perpetuar una forma de democracia elitista y
meramente formal. Peor es el resultado, cuando dicha democracia
representativa se desvirtúa bajo prácticas pactistas y/o caudillistas,
que convierten la política y el ejercicio democrático en una forma de
usurpación de la voluntad popular, y un medio de conquista del poder
como fin último.
Como consecuencia de lo analizado en ambos
planos, y mientras persistan ambos fenómenos distorsionadores de la
democracia y la política, puede concluirse la imposibilidad de
profundizar la democracia en un sentido popular, así como de impedir la
realización de las tareas de transformación democrática que acompañen
los cambios en la economía.
Un apunte final en la perspectiva de
construir una alternativa de izquierda, hacer política en forma
diferente y devolver el poder pueblo. Un proceso de profundización de la
democracia y transformación social no será posible, si paralela y
simultáneamente no recoge y pone en práctica el modo de gestión pública y
política que la sociedad ya ejercita. No por nada las movilizaciones y
la protesta de los movimientos sociales que se expresan cotidianamente
en las calles, repudian la caudillización, partidización y/o
aprovechamiento electoralista con que actúan algunos sectores, partidos y
gobiernos (incluidos los llamados progresistas).
Arturo D. Villanueva Imaña, Sociólogo, boliviano.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del
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