Ecuador está en guerra. Una guerra de desinformación, de ocultamiento, de mentiras hábilmente maquilladas y que son vendidas bajo la apariencia de verdades objetivas e irrefutables con el fin de distorsionar la percepción de la realidad y generar una respuesta inconsciente de la ciudadanía que estigmatice al candidato de AP. Esa plaga está actuando subrepticiamente, ocultando sus verdaderos designios detrás de una supuesta condición de “periodismo independiente”. La meta es potenciar hasta el infinito los problemas con que tropieza la gestión del gobierno de Rafael Correa. |
El domingo 19 de
febrero un hermoso y entrañable país de Sudamérica será el escenario de
una decisiva “batalla de Stalingrado”. Como se recordará, la que tuvo
lugar en aquella ciudad rusa fue la que produjo el vuelco de la Segunda
Guerra Mundial. Si Stalingrado caía los aliados serían despedazados por
el ejército nazi; si, en cambio, la ciudad resistía el asedio, como lo
hizo, las tropas hitlerianas jamás repondrían fuerzas y se encaminarían
hacia su inexorable derrota. La propaganda norteamericana dice que este
punto de inflexión en la guerra se produjo con el desembarco de
Normandía, pero eso es un invento de Hollywood que no resiste la
confrontación con los datos duros de la historia. La Segunda Guerra
Mundial se decidió en aquella ciudad rusa, misma que puso en marcha la
contraofensiva del Ejército Rojo que llegó hasta el corazón mismo del
régimen nazi: Berlín.
Conscientes de que con una derrota de Alianza
País en el Ecuador la derecha continental tendría las manos libres para
asfixiar a Bolivia y provocar una nueva versión de la “revolución de
colores” en Venezuela-al estilo de los sangrientos episodios
desencadenados en Libia y Ucrania- sus personeros, lenguaraces y
activistas se dejaron caer con todas su fuerzas en Ecuador para librar
la guerra de la desinformación, propalar mentiras, lanzar tremebundas
acusaciones contra el gobierno e infundir la sospecha y el desencanto en
la población. El objetivo excluyente: impedir que Lenin Moreno, el
candidato presidencial de AP, pueda alcanzar el 40% de los votos y, de
ese modo, con una diferencia mayor al 10% en relación a su perseguidor,
ser ungido como nuevo presidente. Para satisfacer este turbio designio
Washington y Madrid despacharon al Ecuador un ejército de
pseudo-periodistas, una ponzoñosa canalla mediática que ha venido
desempeñando idéntico papel en las recientes elecciones en Argentina,
Bolivia, Colombia y que, con sus patrañas, pavimentaron el camino hacia
la ilegal destitución de Dilma Rousseff en Brasil. Esos sujetos ocultan
su verdadera condición de militantes rentados de la derecha
(¡espléndidamente remunerados, por cierto, porque no trabajan gratis!) y
su inescrupulosidad y desfachatez no tiene límites. En su revelador
libro el ex agente de la CIA, John Perkins, habla de la absoluta
frialdad con que se planeaban y ejecutaban los más atroces crímenes
obedeciendo sin ninguna clase de reparo moral las instrucciones
procedentes de Langley. [1] Del mismo modo, los crímenes
comunicacionales de la canalla mediática con aún más grave, porque son
verdaderas armas de destrucción masiva. Los killers de la CIA
matan selectivamente, a uno, dos o tres; el terrorismo mediático hiere
mortalmente la conciencia de millones y los induce, con sus mentiras y
sofisticadas manipulaciones, a elegir gobiernos que a poco andar
practicarán un lento, silencioso pero eficaz genocidio de los pobres,
los indígenas, los viejos, los jóvenes privados de educación y trabajo.
En suma, acabar con toda esa población “excedente” que según nuestras
clases dominantes son la lacra que impidió que los países
latinoamericanos o caribeños sean como Suiza, Alemania o mismo los
Estados Unidos. En tiempos de la última dictadura cívico-militar
argentina sus voceros declaraban, sin disimulo, que en ese país sobraban
por lo menos diez millones de habitantes; esa convicción también está
presente en el gobierno actual, sólo que no se lo declara abiertamente y
que el número de los sobrantes, probablemente, sea todavía mayor. Y lo
mismo hemos escuchado en Brasil, en Colombia y en tantos otros países de
Nuestra América. Lo que la canalla mediática hizo en todos estos países
contraría todas las normas de la ética, no sólo periodística. En el
caso argentino mintieron alevosamente asegurando que el hecho de que el
candidato Mauricio Macri estuviese procesado por haber solicitado
“escuchas ilegales” para nada ensuciaba su buen nombre y honor o lo
inhabilitaba para su postulación presidencial. Y ya instalado en la Casa
Rosada potenciaron su inmoralidad al blindarlo mediáticamente a pesar
de estar involucrado en numerosas empresas denunciadas en los Panamá Papers
y en los archivos de las Bahamas, lo que en otras latitudes ocasionó la
renuncia de varios jefes de estado y altos funcionarios acusados de
evasión fiscal y lavado de dinero.
Esa plaga está
subrepticiamente actuando en Ecuador, ocultando sus verdaderos designios
detrás de una supuesta condición de “periodista independiente”. Gentes
entrenadas en Washington (los famosos cursos de “buenas prácticas”),
habilísimas en formular preguntas capciosas, sembrar el desánimo y
potenciar hasta el infinito los problemas con que tropieza la gestión
del gobierno de Rafael Correa que, como cualquier otro, tiene un mix de
aciertos y desaciertos. Todo esto tiene su génesis en la radical
transformación involutiva de la naturaleza y función del periodismo. Su
naturaleza: por el tránsito del pluralismo de medios a los fenomenales
niveles de concentración existentes hoy día. Su función: si en el pasado
era ser el dispositivo que permitía diseminar información en la
naciente sociedad de masas, con la crisis de la dominación capitalista
producida por la irrupción de vigorosas fuerzas contestatarias
–movimientos obreros, campesinos, indígenas, estudiantes, mujeres,
jóvenes, ecologistas, organizaciones defensoras de derechos humanos,
etcétera- su función cambió radicalmente. En ausencia -o ante la
debilidad- de partidos de derecha competitivos (acostumbrados a
encumbrarse en el gobierno de la mano de los golpes militares) los
medios de comunicación hegemónicos pasaron a ocupar ese lugar, fenómeno
éste precozmente detectado por Antonio Gramsci en sus escritos desde la
cárcel. En ausencia de tales partidos, los medios toman su lugar y
cumplen la función que les es propia: organizan, “educan”, movilizan a
amplios sectores de nuestras sociedades, siempre detrás de un programa
conservador convenientemente edulcorado, pero sin despertar las
sospechas que suscita el activismo partidario porque en el imaginario
popular la prensa es “independiente” e inmune a los intereses y las
intrigas políticas. Que esos medios se convirtieron en un arma
formidable de dominación burguesa lo atestiguó , hace algunos años , un
militar de alto rango del Pentágono cuando, en una audiencia ante el
Senado de los Estados Unidos, lanzó una fatídica advertencia: “en
nuestros días –dijo- la lucha antisubversiva se libra en los medios, no
en las selvas o en los suburbios decadentes del Tercer Mundo”. Y los
gobiernos progresistas y de izquierda de América Latina, aun los más
moderados, son todos percibidos como ladinos y arteros instrumentos de
la subversión.
Por eso estamos en guerra, Ecuador está en
guerra. Una guerra silenciosa pero cargada de violencia; una guerra de
desinformación, de ocultamiento, de mentiras hábilmente maquilladas y
que son vendidas bajo la apariencia de verdades objetivas e
irrefutables. La meta que persigue es distorsionar la percepción de la
realidad para generar una respuesta inconsciente de la ciudadanía que
estigmatice al candidato de AP y descalifique los diez años del gobierno
de Rafael Correa. Ocultar o, cuando esto no fuese posible, minimizar
todo lo bueno que ha sido hecho y agigantar y machacar a diario, hora
tras hora, minuto tras minuto, sobre los supuestos “fracasos” del
gobierno saliente, sus problemas o sus desaciertos. Que omita hacer
alusión al devastador impacto que sobre la conducción macroeconómica
ocasiona la inexistencia de una moneda propia en el Ecuador, privando al
gobierno de poder apelar a un instrumento como la política monetaria.
Esta queda en manos de Washington, que devalúa o revalúa el dólar sin
reparar en sus consecuencias para países que, como Ecuador y El
Salvador, gobiernos antipatrióticos y entreguistas adoptaron el signo
monetario estadounidense. O despreciando lo que significa que un país
como el Ecuador tenga un perfil exportador semejante al de sus vecinos
Colombia y Perú, ambos convertidos en piezas dóciles de los intereses
imperiales a los cuales están formalmente vinculados por sendos TLCs, y
que coloca objetivamente al Ecuador en desventaja en los mercados
internacionales. O escamoteando ante los ojos de la opinión pública el
demoledor impacto del derrumbe de los precios de las commodities,
fatalidad ante la cual ningún gobierno cuenta con mecanismos para
revertir. Todas estas consideraciones, que una información periodística
rigurosa debería exponer con objetividad a su audiencia, son
maliciosamente desechadas y en su lugar proliferan las calumnias y las
difamaciones.
Ya no importa la verdad sino la “posverdad”,
eufemismo gestado por los poderes mediáticos para justificar sus
mentiras y los efectos que con ellas se persiguen. La reciente denuncia
en contra del candidato a la vicepresidencia de AP, Jorge Glas, es un
ejemplo contundente de lo que venimos diciendo. Es una operación que en
América Latina se ha repetido hasta el cansancio en los últimos tiempos,
con adaptaciones locales para darles una cierta verosimilitud. Este
tipo de mentiras y falsedades se utilizaron masivamente en la campaña
presidencial de la Argentina en el 2015 y en contra de Evo Morales en el
referendo boliviano del 2016. Y es moneda corriente en el ataque al
gobierno de Nicolás Maduro en los últimos tres años. Nada nuevo. Es lo
que en la jerga de la CIA se conoce como “SOP” (standard operating procedures)
a la hora de desestabilizar un gobierno o desprestigiar un candidato o
una fórmula que es vista como una amenaza a los intereses de los Estados
Unidos y la derecha vernácula.
Esta carroña mediática es digna
heredera de Joseph Goebbels, quien fuera Ministro para la Ilustración
Pública y Propaganda del régimen nazi. Con un atenuante: por lo menos el
alemán declaraba explícitamente que lo suyo era hacer propaganda; sus
émulos actuales, en cambio, posan de “periodistas objetivos e
independientes” pero lo que hacen es mentir, difamar y manchar la
dignidad de las víctimas de su labor. Mediante esta guerra de
desinformación se trata de presentar a la oposición como democrática e,
inclusive, “progresista” para engañar al electorado y acabar con la obra
iniciada hace una década y que cambiara, para bien, la fisonomía social
del Ecuador. Si estos agentes del engaño y la mentira llegaran a
salirse con la suya y lograran que el pueblo le abriera las puertas a la
derecha, el retroceso social, económico y cultural que sufriría este
país sudamericano sería inmenso. A esta involución se le agregaría un
ejemplar escarmiento, para que nunca más a las ecuatorianas y los
ecuatorianos se les vuelva a ocurrir tener un gobierno como el de Rafael
Correa. Un gobierno que todavía hoy rechaza con valores humanistas y
con patriotismo las intensas presiones del imperio para que le ponga fin
al asilo diplomático concedido a un personaje como Julian Assange,
quien con sus revelaciones a través del Wikileaks permitió que el mundo
viera como Washington nos miente, vigila y extorsiona a nuestros
gobiernos a través de miles de tentáculos. Si la Alianza País fuese
derrotada nadie daría un centavo por la vida de ese valiente luchador
que junto con Edward Snowden y Chelsea Manning descorrieron el telón que
ocultaba las manipulaciones y los crímenes del imperio. Y tras cartón
la base de Manta volvería a ser ocupada por las tropas estadounidenses.
Para los escépticos, para quienes crean que estamos exagerando, basta
con examinar lo ocurrido en la Argentina, en donde este engaño inducido
por el “periodismo independiente” hizo posible el triunfo del actual
gobierno y el desencadenamiento de la debacle económica actual: caída
del PIB, inflación descontrolada, brutal deterioro del salario, cierre
de fábricas y comercios, despidos masivos, aumento del desempleo e
incrementos exorbitantes de los precios de la electricidad, el gas, el
agua y el transporte La oligarquía mediática fue un instrumento
poderosísimo al servicio de los monopolios y los sectores adinerados y
del privilegio. Por eso insistimos en la urgente necesidad de que los
ecuatorianos se pongan en guardia ante el canto de sirena de esos
“pseudos periodistas”, hagan oídos sordos a sus prédicas de la necesidad
de un cambio y miren al Sur, vean lo que está ocurriendo en la
Argentina y lo que se esconde bajo la inocente invocación de que
cambiemos. En su ingenuidad y falta de conciencia política millones en
la Argentina creyeron en el cambio prometido -sin preguntarse cambiar
qué, cómo, en qué dirección, bajo qué liderazgo- para encontrarse, de la
noche a la mañana, en medio de un naufragio.
El gobierno de
Rafael Correa puede haber incurrido en yerros y desaciertos, como
cualquier otro en este mundo. En medio siglo de profesión como
politólogo jamás pude encontrar un solo gobierno que estuviera exento de
defectos, equivocaciones e inclusive de variables niveles de
corrupción. Si según el Papa Francisco estos problemas atribulan
inclusive al Vaticano -que como recordaba mordazmente Maquiavelo era lo
más parecido a un estado perfecto porque gozaba de la protección directa
de Dios- sería absurdo pensar que el Ecuador podría estar libre de esos
vicios. La diferencia es que en este país es el propio gobierno quien
los denuncia penalmente, mientras que en otros países sudamericanos los
gobiernos encubren y le brindan protección judicial y mediática a los
corruptos. El caso de Brasil es de una elocuencia inigualable al
respecto.
Para concluir: hecho el balance que cada ciudadana y
ciudadano debe efectuar concluirá sin duda que los aciertos del gobierno
ecuatoriano en los últimos diez años, tanto en el plano nacional como
en el internacional superan con creces los desaciertos en que haya
incurrido. Y ese es el quid de la cuestión y la razón por la que, en
toda América Latina, esperamos que el pueblo ecuatoriano vote por la
continuidad del gobierno de la Alianza País y se abstenga de dar un
salto al vacío como el que dieran los argentinos inducidos por la
malignidad de la plaga mediática que hoy devasta al Ecuador.
[1] Confesiones de un gángster económico. La cara oculta del imperialismo norteamericano (Barcelona: Ediciones Urano, 2005)
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