David Brooks
En importantes ciudades de Estados Unidos continúa la resistencia sin
precedente a la presidencia de Donald Trump. Mujeres, artistas,
afroestadunidenses, latinos y otros sectores se han unido en rechazo a
diversas órdenes ejecutivas. En la imagen, de ayer, movilización frente a
un edificio federal en Los Ángeles en repudio a la construcción de un
oleoducto en Dakota del Norte que cruza por territorio siuxFoto Afp
Donald Trump ha llevado
al país al precipicio de una crisis constitucional sin precedente en la
era moderna, y al mundo al borde de un nuevo desorden internacional,
mientras se desata el debate sobre qué es lo que está sucediendo.
En dos semanas, cualquier imagen –tanto real como de propaganda
oficial– de que este país goza de un orden democrático estable se ha
deteriorado. Ese mito oficial, de que este país es
un farode libertad y democracia para el mundo, requiere modificaciones. Dos semanas después de la llegada de Trump al poder, ese faro se está apagando; algunos temen que está casi fundido.
Pero nadie sabe bien a bien cómo definir esto. Hay un incesante
debate sobre si Trump y su gobierno son un régimen neofascista (¿que
tiene de neo?) o si es nada más fascistoide neoliberal, o si es nada más
nacionalista autoritario (¿se puede ser nacionalista en un imperio?), o
posiblemente totalitario, o, para dejarlo más ambiguo, antidemocrático.
Después de que el viernes pasado un juez federal en Seattle suspendió
de manera temporal la orden ejecutiva antimusulmana de Trump, el sábado
temprano el presidente declaró en un tuit que un
dizque juezhabía emitido un fallo
ridículovulnerando la seguridad.
Un presidente puede expresar su desacuerdo con una decisión judicial,
pero no puede descalificar una orden judicial o a un juez federal.
Expertos y abogados se alarmaron porque Trump estaba a punto de provocar
una crisis constitucional; sólo necesitaba declarar que su gobierno no
acataría la orden judicial.
El veterano senador Patrick Leahy, del Comité Judicial, declaró el mismo sábado con alarma que
la hostilidad del presidente al estado de derecho no sólo es vergonzosa, sino peligrosa.
El presidente parece estar impartiendo una clase maestra de transformar Estados Unidos en una dictadura, escribió el abogado y comentarista Dean Obeidaliah en CNN.
Varios observadores han indicado que Trump cuestiona sistemáticamente
la legitimidad de diversos actores institucionales, desde los grandes
medios y amplias partes de la burocracia federal, incluidas las agencias
de inteligencia, y ahora, el Poder Judicial. Algunos argumentan que es
un actor de reality show, otros que es un niño que finalmente
será controlado por los adultos a su alrededor, pero otros temen que
haya una lógica dentro de toda esta locura.
Para estos últimos, el verdadero poder detrás del trono es Steve Bannon (la revista Time le dedicó su más reciente portada con el titular de
El segundo hombre más poderoso del mundo), el
estrategaoficial e íntimo asesor presidencial que ha concentrado cada vez más poder en los primeros 15 días de este régimen.
Bannon, quien tiene toda la facha de un Rasputin moderno –que incluye
un tipo de chamarra-abrigo arrugado marca Barbour–, siempre se ha
identificado como un
revolucionariopopulista y fue famosa su declaración al periodista Ronald Radosh del Daily Beast en 2013:
soy un leninista. Explicó que Lenin deseaba destruir al Estado y “ese es mi objetivo también; quiero que todo se venga abajo, y destruir todo el establishment de hoy día”, incluyendo la cúpula política de ambos partidos. Tanto Bannon como su jefe emplean las palabras
revolucióny
movimiento, y él habla de un
movimiento populista de derechaque, queda claro, es más bien algo así como un movimiento nacionalista racista y antimigrante.
Mucho de esto se expresa claramente en las primeras acciones
del gobierno de Trump. Más allá de desordenar a Washington y al mundo,
es evidente una lógica aterradora –por su magnitud y franqueza–
antimigrante y racista. Las primeras órdenes ejecutivas lo dejan claro:
el objetivo es expulsar a todo inmigrante y refugiado
de color(como dicen aquí), sobre todo mexicanos, musulmanes y centroamericanos. La orden ejecutiva sobre inmigrantes ilegales ofrece una definición tan amplia de quién es
prioridadpara echar del país, que algunos cálculos de abogados indican que de inmediato están en riesgo hasta 8 millones de los 11 millones de indocumentados en total, reporta el diario Los Angeles Times. Algunos indican que el propósito es –junto con posibles redadas y otras acciones dramáticas contra las comunidades inmigrantes más vulnerables– hacerles la vida intolerable, alimentar al máximo el temor y promover lo que se llama
la autodeportaciónmasiva.
Los inmigrantes latinoamericanos, los musulmanes y otros
de colorson amenazas reales no por lo que este gobierno dice de que son criminales o terroristas potenciales, sino porque son el futuro del país. Es un país que ya no es definido por blancos y cristianos. En gran medida, Trump representa el último grito de una sociedad que está por desaparecer, un país que dentro de una generación dejará de tener mayoría blanca.
Por otro lado, pero parte de esta lógica del régimen, hay un
constante ataque a los periodistas y los medios, y noticias ominosas
sobre preparativos para suprimir no sólo la libre expresión en los
medios, sino en todo tipo de protestas en las calles. Esto empieza a
sentirse como una película con un guión basado en los diversos
experimentos derechistas represivos en Europa y América Latina durante
las últimas décadas.
Ante todo esto, continúa la respuesta de resistencia sin precedente
en los inicios de una presidencia. Sólo en estos últimos días, miles de
activistas gays se manifiestan afuera del histórico bar Stonewall, en
Nueva York, no sólo en defensa de sus derechos, sino en solidaridad con
inmigrantes y musulmanes. Judíos ultraortodoxos de la secta Hasidim
expresan su solidaridad con sus
vecinosde Yemen en Brooklyn; el amplio frente antixenófobo se expresa en varias esquinas del país con marchas y reuniones entre la comunidad musulmana y los inmigrantes mexicanos y otros latinoamericanos. Ni hablar de las mujeres, de artistas, de afroestadunidenses que marchan junto a inmigrantes con banderas mexicanas. Estas imágenes son muy novedosas, hasta sorprendentes.
Son el foco que requiere el faro.
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