Nos
encontramos ante un cambio de época. El pacto europeo que dio lugar al
estado del bienestar está pasando a mejor vida. Paulatinamente avanzamos
hacia un modelo de sociedad alejado del que hemos tenido los europeos
tras la segunda guerra mundial, para dar paso a una sociedad del
apartheid que se distingue por aumentar las desigualdades y dejar fuera
de una protección decente a millones de personas. Este cambio se viene
produciendo con el viento a favor de un tipo de globalización que todo
lo explica, aunque sea de modo confuso, y que está dando lugar al
vaciamiento de la democracia y el desplazamiento de la política,
colocando en su lugar a poderes en la sombra, económicos naturalmente,
que son los que realmente deciden sin haber sido votados.
Para que
el cambio de modelo se pueda hacer con la menor oposición, los cerebros
intelectuales del nuevo poder idearon la inducción de una crisis que
actúa como comodín que todo lo justifica y produce, además, un estado de
parálisis en nuestras sociedades. Nunca se ha hablado tanto de crisis:
financiera, ambiental, social, de seguridad…Como bien explica Boaventura
de Sousa Santos: Pareciera que la crisis ha pasado a ser una variable
independiente que todo lo explica. Se recortan los salarios y es por la
crisis. Se recortan los gastos sociales y es por la crisis. Se
privatizan servicios y es por la crisis. Crece de manera brutal el
trabajo precario y es por la crisis. Se devalúan las pensiones y es por
la crisis. La crisis que lo justifica todo pareciera que no tiene
solución alternativa. Se instala en el centro de nuestro pensamiento y
nos impide elaborar soluciones sociales, otro modelo, nos deja
encerrados y dejamos de pensar. Nos la presentan como tan evidente que
nos resignamos y nos colocamos en la posición personal de “perder lo
menos posible”. El rumor de que hay que aceptar la crisis y las
“soluciones” austericidas de los gobernantes que trabajan por encargo
nos deja maniatados. Moverte activamente en contra puede conllevar la
pérdida de algo que aún conservamos. Grecia lo intentó y sabemos el
resultado.
Pero resulta que hay dinero, mucho dinero. ¿Dónde está?
Sabemos que por todo el mundo aumentan los multimillonarios. Esta
estirpe nunca estuvo mejor que con la crisis. ¿Para quién es la crisis?
Decir
que la crisis fue organizada no es una afirmación excesiva. Lo fue. El
colapso de la burbuja inmobiliaria desencadenó la crisis de los bancos,
primero en Estados Unidos en 2006, contagiándose después al sistema
financiero internacional, causando una crisis de liquidez y derrumbes
bursátiles. De pronto la histeria y el miedo se extendieron por las
sociedades europeas. Nos anunciaron que si no queríamos perder los
depósito de ahorro había que salvar a los bancos y es lo que se hizo en
medio de una crítica social que fue apagándose. Con semejante escenario
de crisis no fue difícil para los amos del mundo disciplinarnos. Nunca
fue tan complicado pensar una alternativa. Fue obligación de la
socialdemocracia europea hacerlo, pero en lugar de ello dio pasos atrás,
resignada a la derrota y preparándose para ser aceptada por los
arrogantes poderes. Son muchas las realidades que criticar pero nunca ha
sido tan difícil tener un marco teórico de modelo económico y de
sociedad alternativos.
Pero ¿hacia qué sociedad vamos en este
cambio de época? Boaventura de Sousa Santos, sociólogo y politólogo
portugués alerta de que marchamos hacia un régimen social y
civilizacional que sacrifica a la democracia a las exigencias del
capitalismo. Sitúa las pruebas de lo que afirma en cuatro hechos: el
primero es el apartheid social, la segregación de los excluidos; el
segundo es la usurpación de las prerrogativas del Estado por parte de
actores sociales muy poderosos; el tercer hecho consiste en la
manipulación discrecional de la inseguridad de las personas y grupos
sociales vulnerables debido a la precariedad del trabajo, lo que
desemboca en una ansiedad crónica; el cuarto hecho es el fascismo
financiero que controla los mercados y una economía de casino.
Lo que Boaventura de Sousa Santos llama fascismo social en su libro “Sociología jurídica crítica. Para un nuevo sentido común en el derecho”, es
un régimen caracterizado por relaciones sociales y experiencias de vida
bajo relaciones de poder e intercambios extremadamente desiguales, que
se dirigen a formas de exclusión particularmente severas y
potencialmente irreversible.
Sinceramente, la calificación de
fascismo social es tan brutal que mis limitados conocimientos no me
permiten asumirla sin más. Pero en todo caso es útil para el debate
sobre cuál es el modelo de sociedad al que vamos. Lo que si tengo claro
es que el rumor desmovilizador que afirma que nunca recuperaremos lo que
queda atrás y que el futuro está marcado por el paisaje neoliberal que
es la forma más salvaje de capitalismo, es sólo eso, propaganda.
Seguramente no se trata de retornar al pasado sino de construir algo aún
mejor.
Pero lo cierto es que estamos dando pasos a un escenario
desconocido en Europa, pero también a nivel planetario, donde la gente
queda a merced de su suerte, progresivamente fuera de los cada vez más
estrechos servicios sociales, haciendo buena la idea de predestinación. Y
no es que yo niegue algunos avances en países africanos,
latinoamericanos y asiáticos, que han mejorado los índices de pobreza y
de alfabetización, la lucha contra algunas enfermedades epidémicas y en
los derechos de las mujeres. Pero estos progresos son poca cosa cuando
los comparamos con los males del modelo que se va imponiendo. Dicen
quienes saben que si de los 26 billones de euros que se dedican
anualmente a las armas, se utilizaran la mitad para acabar con el hambre
en el mundo, su erradicación sería posible. Sin embargo el modelo
social al que nos llevan prefiere dar la espalda de cientos de millones
de seres humanos cuyo destino es la miseria perpetua.
Pongamos que
el calificativo de fascismo social es exagerado. De acuerdo. Pero, ¿qué
nombre le ponemos al abandono de miles de refugiados que tocan las
puertas europeas, y sobreviven y mueren en campos de internamiento,
cuando no se hunden en el Mediterráneo? ¿qué nombre le ponemos a las
guerras programadas para dar salida al enorme negocio de los fabricantes
de armas? ¿cómo podemos llamar a la dronificación del poder que mata
sin correr riesgos? Desde 1945, fin de la segunda guerra mundial, están
muriendo hoy en las guerras más civiles que militares. Pongamos un
calificativo a esta barbarie, cada cual el que quiera.
Una nota
final. En este artículo dibujo un escenario general, mundial. Sin lugar a
dudas de las ciudadanías concretas dependerá su destino. En Euskadi,
las instituciones, los sindicatos, los partidos políticos y por supuesto
la sociedad, mantenemos hoy por hoy una notable conciencia social que
nos hace estar alertas. El modelo de apartheid social no es inevitable.
Se puede vencer. Para ello hace falta cohesión social y luchar
incansablemente por todos los derechos de todas y de todos. Y que las
instituciones sean leales al pueblo. Una buena medida en Euskadi sería
la Renta Básica Universal, con ella se blindaría un suelo de igualdad
frente al movimiento general de desmontaje del estado del bienestar.
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