Guillermo Almeyra
Según las encuestas
estadunidenses, Hillary Clinton es rechazada por 63 por ciento de los
electores y Donald Trump por 67 por ciento (que llega a 77, si se
consideran sólo las mujeres). La abstención en los comicios
presidenciales oscila, en promedio, en torno a 49 por ciento, ya que el
voto no es obligatorio.
Hillary Clinton, quien fue durante mucho tiempo la principal
ejecutora de la política de Barack Obama desde el Departamento de Estado
(relaciones exteriores), expresa la continuidad de la política
imperialista, sionista, belicista de las trasnacionales estadunidenses,
las finanzas, el gran capital. Es la candidata de los nazifascistas de
Israel y del establishment de EU.
Donald Trump, un gran especulador inmobiliario, está apoyado en cambio por el fascistizante Tea Party
y por sectores marginales del gran capital que, como él, son
aislacionistas porque no tienen sus intereses fundamentales en el plano
internacional, sino en el mercado interno y moviliza a los sectores más
atrasados, iletrados, reaccionarios y nacionalistas de los obreros
blancos que son cristianos fundamentalistas y se sienten lesionados por
la crisis del Estado, así como por la inseguridad económica y
financiera, y pretenden que los platos rotos por el capitalismo los
paguen los negros, los latinos, los inmigrantes.
Los sindicatos abarcan sólo 11.3 por ciento de la población
económicamente activa y en la industria privada, 6.6 por ciento (hace 50
años llegaban a 35 por ciento) y el aparato sindical de la AFL-CIO (la
central sindical ultraburocratizada que practica un sindicalismo de
negocios) apoya al Partido Democráta. El senador socialdemócrata
independiente Bernard (Bernie) Sanders no pertenece a éste,
pero logró más de 12 millones de votos en las elecciones internas del
Partido Demócrata enfrentando a Hillary Clinton y expresa el repudio a
ambos institutos tradicionales de un amplio sector juvenil más culto y
con una fuerte participación femenina. Sanders, con su campaña
electoral, logró volver a darle espacio político al socialismo que, con
Eugene Debs, había sido fuerte antes y poco después de la Primera Guerra
Mundial. Además, Sanders demostró que se podía ser independiente y
tener gran éxito fuera de los dos aparatos políticos de los capitalistas
–el Partido Republicano y el Demócrata– y contra éstos. Esa
independencia podría dar origen a una verdadera tercera fuerza no
centrada en las instituciones y en la disputa sólo electoral. Si así
fuese podría comenzar a superarse la gran tragedia que representa la
despolitización y la aceptación del capitalismo por los tres mayores
contingentes de oprimidos y de obreros –el chino, el ruso y el
estadunidense– porque ese conservadurismo y esa pasividad inciden tan
poderosamente sobre los trabajadores europeos, asiáticos y de los países
dependientes como influyeron antes la revolución de Independencia
estadunidense, la Revolución Francesa y, siglos después, la Rusa.
Las grandes olas históricas abarcan muchos decenios, pero
pierden impulso, y sobre ellas hay otras más pequeñas empujadas por los
cambios de los vientos sociales locales. En esa perspectiva hay que
situar el triunfo electoral de la imperialista y sionista Clinton o el
de Trump, que sería sólo una prolongación de la gran ola reaccionaria
que arrastra al mundo desde los años 80. Lo nuevo, en cambio, en un país
donde el individualismo y el egoísmo son las bases de la ideología, y
el rechazo al socialismo y la represión anticomunista desde antes ya de
la Primera Guerra (1914-1918), son los 12 millones de votos al candidato
Bernie Sanders.
Es improbable que, para enfrentar a Trump, todos esos votos vayan a
Hillary Clinton. Dado que gran cantidad de negros y latinos no están en
condiciones legales para votar y que Trump cuenta con el apoyo de las
iglesias protestantes más agresivamente reaccionarias, así como con 63
por ciento de los blancos trabajadores pobres, es posible el triunfo
electoral de este McHitler con las terribles consecuencias para
todos (recordemos que Hitler no se impuso con un golpe, sino que ganó
las elecciones y, desde las instituciones capitalistas liberales, impuso
posteriormente su dictadura).
Frenar a Trump votando críticamente por Clinton para después de las
elecciones luchar contra los grandes capitales que sostienen a ambos
puede ser la etapa inicial de la creación de un nuevo partido
independiente del capital con los votantes de Sanders y gran cantidad de
trabajadores e intelectuales que no pueden votar o que se abstendrán.
En los años 30, cuando los sindicatos tenían fuerza y los obreros
estaban radicalizados, Trotsky llamó a construir en Estados Unidos un
partido obrero basado en los sindicatos. O sea, un partido independiente
que, a pesar de su dirección burguesa, ayudase a los trabajadores a
superar la ideología capitalista. Un nuevo partido socialdemócrata
sanderista no sería anticapitalista ni revolucionario, pero elevaría la
moral de los trabajadores europeos, sobre todo del Reino Unido, y sería
un importante aliado de los mexicanos y latinoamericanos. Eso es lo que
hay que ayudar a construir más allá de las elecciones, en las que hay
que votar por monstruos para alejar un monstruo peor.
De los laberintos –decía el gran escritor argentino Leopoldo
Marechal– se sale por arriba. O sea, superando lo que se enfrenta en el
momento para abrir nuevos panoramas. Precisamente para organizar y
politizar a los oprimidos y explotados de Estados Unidos derrotando a
Trump hay que crear las bases para salir del campo hostil y pantanoso de
las elecciones pasando a encarar directamente los problemas económicos,
políticos y sociales. Estados Unidos se prepara a entrar en una nueva
fase aguda de la lucha contra el capitalismo.
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