David Brooks
La mayoría de los
estadunidenses lo saben: el circo electoral es más show que otra cosa.
Este año la mayoría no sólo desaprueba a ambos candidatos presidenciales
que les ofrecen los partidos nacionales, reprueba a los políticos en
Washington y durante un año ha expresado su rechazo al consenso
neoliberal entre ambos partidos. Pero el juego no es del ni para el
pueblo. Es para los profesionales del poder.
Ser testigo y evitar ser parte de la farsa es una cuerda muy floja
para los miles de periodistas que estamos cubriendo las convenciones
nacionales de ambos partidos y la elección nacional –esta muy elaborada
coreografía de lo que insisten es democracia.
Lewis Lapham, ex editor legendario de Harpers y hoy de su Latham’s Quarterly,
escribió en la elección pasada que este país aún es suficientemente
rico para “poner en escena la ficción de la democracia como manera de
apaciguar las sospechas de una multitud potencialmente turbulenta
contándoles un cuento de hadas. El costo creciente de la producción –las
convenciones de nominación sin sentido, decoradas con 15 mil
periodistas como trasfondo a los 150 mil globos (que tradicionalmente se
sueltan desde los techos de las arenas al culminar una convención)–
demuestra ese hecho. Se está solicitando al país votar en noviembre por
comerciales de televisión, porque sólo en la zona de tiempo imaginaria
de un comercial puede decirse que la democracia estadunidense existe”.
Cuatro años después la obra electoral se ha vuelto un espectáculo
grotesco, producido por un equipo tan cínico que hasta de repente cree
en su ficción.
Pero es un espectáculo con consecuencias reales para el mundo entero.
Lo que acaba de suceder en el invernadero del odio y temor que fue la
Convención Nacional Republicana, la semana pasada, debería alarmar no
sólo a cualquier estadunidenses consciente, sino al planeta entero.
Vale ver el discurso de Donald Trump para entender porqué tanta gente, incluso dentro de su partido, está afirmando abiertamente que él es una
amenaza a la democraciade Estados Unidos.
Es asombroso que ahora sea el candidato presidencial de uno de los
dos partidos nacionales. Peor aún, que esta sociedad lo haya permitido a
pesar de que todos saben que es populista-nacionalista y racista
(todos, términos no peyorativos en este caso, sino descripciones
fundamentadas), y que el fenómeno que encabeza tiene nombre y apellido
histórico: fascismo. ¿Qué pasa dentro y fuera de este país, que ante
ello no tiembla en sus centros la tierra?
Con o sin esa palabra histórica, una amplia gama dentro de la cúpula
política del país –algunos funcionarios, intelectuales, comentaristas y
ahora hasta algunas figuras republicanas reconocidas– expresa que este
es un momento alarmante no sólo para el juego político, sino para el
futuro del país.
David Brooks, columnista conservador del New York Times (ninguna relación con este periodista), lo llama
caballero oscuro, quien emplea el discurso clásico de los demagogos al pintar un mundo
sin reglas, amenazado por migrantes mexicanos, musulmanes y violencia en las calles que requiere un líder que, ante tanto temor, imponga
ley y orden. Afirma que con ello está disolviendo al Partido Republicano.
The Weekly Standard, influyente publicación conservadora, publicó una nota con la cabeza:
Donald Trump está loco, y también el Partido Republicano por abrazarlo.
El veterano periodista Bill Moyers resume que la visión oscura de Trump, de un país
lleno de crimen violento y desesperanza, ruina humeante abrumada por extranjeros que buscan quitarnos empleos, y terroristas empeñados en destruir nuestros pueblosde lo cual sólo él
nos puede salvar, señala que
es un tantito Mussolini, otro tantito Berlusconi y mucho Napoleón, con una cachucha de tráiler.
El Washington Post opinó en un editorial que
Trump es una amenaza singular a la democraciade este país, y subraya que
una presidencia de Trump sería peligrosa para la nación y el mundo.
Un viejo ex senador republicano conservador y delegado en la
convención de este año, Gordon Humphrey, calificó a los promotores de
Trump de
camisas cafés(grupo paramilitar de los nazis) y al candidato de
sociópata.
Al acabar su discurso, el jueves, bajo el festejo de un mar de
blancos (sólo 18 de los 2 mil 472 delegados oficiales eran negros), The Onion, el famoso medio satírico, envió un tuit:
Gracias por acompañarnos en nuestra cobertura en vivo de la RNC (Convención Nacional Republicana). Con esto concluye la democracia.
Los debates entre los que dicen que saben, que se consideran
progresistas de algún tipo, gira sobre la suposición de que Trump jamás
podrá ganar. Pero el documentalista Michael Moore, tal vez para sacar de
su estupor complaciente a las filas liberales y progresistas, afirmó
que Trump
será el próximo presidente de Estados Unidos…. a menos de que todos hagan todo para frenarlo. Señala que la combinación de una base blanca y masculina movilizada, el voto en cuatro estados claves donde Trump tiene ventajas, el sufragio por Sanders, deprimido, y
vamos a enfrentarlo, nuestro problema más grave no es Trump, sino Hillary, es enormemente impopular...
Mientras tanto, aquí estamos los testigos de todo esto, en medio de
dos convenciones y producciones multimillonarias decoradas de
democracia. Y la pregunta es si reportamos como si fueran reales o como
espectáculos, donde lo real se hace –como casi siempre en las democracias– en lo oscurito.
Si votar cambiara algo, no nos dejarían hacerlo. Mark Twain.
Estamos hoy ante una encrucijada: un camino lleva a la desesperación y desesperanza completa. El otro, a la casi extinción. Esperemos que tengamos la sabiduría para tomar la decisión correcta. Woody Allen.
El circo con sus elefantes (símbolo de los republicanos) y asnos
(demócratas) sigue, a pesar de las nuevas preocupaciones sociales por la
crueldad contra los animales.
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