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viernes, 15 de julio de 2016

ALEPH: Ese raro objeto llamado libro


Carolina Escobar Sarti

Siglo XXI. ¿Quién quiere leer libros en la era de la comida rápida y las ideas liposuccionadas? Consumir con gracia y rápidamente es lo propio de nuestro tiempo. La velocidad, la información y el espectáculo son lo primero, y nuestra prisa por vivir es nuestra misma prisa por morir. Somos tiempo. En un parpadeo, pasamos de la cuna al bastón sin darnos cuenta, por lo cual parecería un verdadero desperdicio pasar ese breve movimiento que es la vida leyendo libros de tiempos que ya fueron o no han sido, llenos de ideas que otras personas han pensado, sobre otros mundos que hasta tenemos que esforzarnos en sentir o imaginar.
Frente a la pantalla de una televisión de 52 pulgadas nos ahorramos el agotador ejercicio mental de imaginar la cara que puso Agustina cuando Daniel le contó que era su medio hermano. Vimos la gota rodar por su mejilla y hasta quisimos quitársela con nuestra mano, de tan real que se veía. La resolución de la imagen en las pantallas actuales es sencilla y maravillosamente fidedigna. En poco tiempo, incluso habitaremos un holograma y en él nos sumergiremos en el hermoso y calmado mar de una playa perfecta en un día soleado, sin siquiera mojarnos el cuerpo o quemarnos la piel. Y nos veremos leyendo un libro a la sombra de una palmera que jamás podremos abrazar. Así de maravilloso lo real-tecnológico.
Por su parte, ese raro objeto llamado libro puede llegar a ser un inquietante compañero en estos tiempos. En la mesa de noche, en el carro o la mochila, en una silente biblioteca, en cualquier anaquel o dentro de una tableta, los libros están allí para recordarnos que —ante ellos— somos una suerte de nómadas, siempre-extranjeros dispuestos al asombro, arqueólogos con ganas de desenterrar relatos. Hay miles de historias queriendo vaciarse, puertas queriendo abrirse, complicidades sin tiempo queriendo tocarnos, infinitos caminos intentando desandar los misterios del universo. El tema es que el trabajo lo tenemos que hacer nosotros; en el libro solo hay puntos, comas, letras, espacios, garabatos y silencios. Y aunque nos digan de qué color es la sangre que brotó de la herida que el cuchillo de Bruto hizo en el cuerpo de Julio César, yo la imaginaré más caliente y oscura que usted, y saldrá a borbotones o silenciosamente, según quién lea la historia. Tremendo esfuerzo ese de darle vida a los fantasmas de los libros, sobre todo si resulta que nos atrapan y nos volvemos inseparables.
Dicen que el tiempo pasa más lento cuando uno se aburre, y que en este tiempo no hay tiempo para perder el tiempo. Por ello suena aburrido eso de saborear libros enteros, cuando existen otras formas de más fácil y rápida digestión informativa. No hay vuelta atrás, hemos llegado a la era digital, y las redes nos regalan la ilusión de la satisfacción inmediata sin pedirnos piel, ni boca, ni demasiado análisis para compartirnos y vivir la ilusión de estar más cerca de los otros, en el menor tiempo posible. Hoy, el Facebook podría ser para algunos la novela donde todo cabe, el Twitter el lugar del cuento más corto, el Snapchat el nuevo arte efímero, y la metadata algo así como una especie de nueva poesía. Cabe no olvidar que, por siglos, los libros han hecho real la posibilidad de que las personas habitemos múltiples dimensiones, simultáneamente.
Nuestra intención humana de acercarnos a través del tiempo para hacernos especie va de las Cuevas de Altamira a las copias manuscritas de monjes y frailes en la Edad Media, hasta llegar a la imprenta de Gutenberg. Y del buen Gutenberg pasamos directo al formato digital. Aquí estamos, para constatar que la forma no importa tanto como nuestra determinación de nombrar el mundo y en él a nosotros mismos, con sentido de especie, de eternidad y de legado.
Así, llega a Guatemala una nueva versión de la Feria Internacional del Libro (http://www.filgua.com). Los protagonistas siguen siendo allí esos hospitalarios refugios de papel que cobijan personajes, narraciones y tiempos infinitos. Y nos esperan, porque sin nosotros no existen. Raros y cercanos amigos llamados libros. Cuestión de lanzarse al vacío y salirles al encuentro porque, como dijera alguna vez el poeta Paul Eluard, “hay otros mundos, pero están en éste.”
cescobarsarti@gmail.com

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