Gustavo Gordillo / II
La ira, la mala fe y la división son las consignas centrales entre la sociedad política estadunidense.
Las dilatadas campañas electorales en Estados Unidos comienzan con
las preprimarias de los dos partidos casi dos años antes del día de las
elecciones. En ese largo periodo desfilan ante los ojos de los
potenciales electores un ejército de freaks, malacaras,
ácratas, demagogos, jóvenes promesas que se quedan en promesas y
veteranos políticos sacados de la jubilación. En medio de este festín
carnavalesco que produce una enorme cantidad de citas memorables,
emergen tres o cuatro precandidatos serios para la Presidencia.Con todo, cada proceso electoral expresa, así sea de manera refractada, el estado de ánimo de la sociedad estadunidense.
La ira proviene de varios flancos. Por una parte, la economía crece, el desempleo se reduce, pero se mantiene el subempleo, los salarios bajos, la inseguridad en el empleo y sobre todo la caída del poder adquisitivo de las clases medias. Al mismo tiempo la desigualdad crece aceleradamente y el contraste con los estratos de los más ricos –el famoso uno por ciento– es aún más insultante.
Por otra parte, la demografía se mueve en la dirección de consolidar un paisaje crecientemente poblado de minorías. Pierde fuerza y peso la población blanca y gana la hispana y la asiática consolidándose la población negra.
La división entre la clase política tiene también varios flancos. La resolución de la Corte Suprema respecto del financiamiento de campañas políticas eliminó toda forma de regulación al financiamiento de las campañas políticas con el argumento de la libertad de expresión para individuos y para corporaciones. Así unos hermanos billonarios gracias al petróleo se han vuelto en la práctica el tercer partido en Estados Unidos por el monto de recursos que canalizan.
La división también tiene otro origen. Cada vez aparece con mayor claridad un error de diseño institucional. La teoría dice que un régimen presidencial funciona con mayor estabilidad con un sistema de dos partidos. Aunque tanto el Partido Republicano como el Partido Demócrata han sido partidos heterogéneos y poco ideológicos, lograban un cierto grado de disciplina interna.
Lo que ha estado pasando paulatina y ahora contundentemente,
son fisuras ideológicas, políticas y sociológicas dentro de los dos
partidos, difíciles de conciliar, que han relajado la disciplina interna
y conducido al Congreso al estancamiento.
Contra todo esto están reaccionando segmentos del electorado y los mismos precandidatos presidenciales, más de 14 entre los republicanos y tres entre los demócratas.
Es muy probable que Hillary Clinton gane la nominación demócrata aunque el gran papel del senador Bernie Sanders ha sido empujar la agenda a la izquierda del establishment demócrata.
Entre los republicanos hay un fenomenal reality show orquestado por Trump, que expresa el resentimiento de una mayoría blanca que se siente minoría, pero que experimenta ciertamente niveles relativos de retroceso económico y cultural. Trump encontró para esa ira como chivo expiatorio a los mexicanos.
Ben Carson, otro candidato externo, de modales suaves, es quizás más terrorífico. Apela a la base conservadora religiosa evangelista que no cree en la evolución ni en el cambio climático ni en el matrimonio igualitario ni en el control de armas. Parece que sólo creen en al voz de Dios, y eso con sus asegunes... La política exterior de todos con excepción de dos candidatos republicanos marginales consiste en invadir, bombardear y ejercer el gran garrote.
En fin, el otro elemento central en el contexto nacional en Estados Unidos es la enorme crisis de salud pública provocada por la epidemia en el uso de la heroína entre la población blanca pobre de los suburbios lejanos y de las zonas rurales y no sólo joven sino también de la franja arriba de los cincuenta años.
Contra todo esto están reaccionando segmentos del electorado y los mismos precandidatos presidenciales, más de 14 entre los republicanos y tres entre los demócratas.
Es muy probable que Hillary Clinton gane la nominación demócrata aunque el gran papel del senador Bernie Sanders ha sido empujar la agenda a la izquierda del establishment demócrata.
Entre los republicanos hay un fenomenal reality show orquestado por Trump, que expresa el resentimiento de una mayoría blanca que se siente minoría, pero que experimenta ciertamente niveles relativos de retroceso económico y cultural. Trump encontró para esa ira como chivo expiatorio a los mexicanos.
Ben Carson, otro candidato externo, de modales suaves, es quizás más terrorífico. Apela a la base conservadora religiosa evangelista que no cree en la evolución ni en el cambio climático ni en el matrimonio igualitario ni en el control de armas. Parece que sólo creen en al voz de Dios, y eso con sus asegunes... La política exterior de todos con excepción de dos candidatos republicanos marginales consiste en invadir, bombardear y ejercer el gran garrote.
En fin, el otro elemento central en el contexto nacional en Estados Unidos es la enorme crisis de salud pública provocada por la epidemia en el uso de la heroína entre la población blanca pobre de los suburbios lejanos y de las zonas rurales y no sólo joven sino también de la franja arriba de los cincuenta años.
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