La principal respuesta para
la lucha contra el cambio climático es crear la Corte Internacional de
Justicia Ambiental, la cual debería sancionar los atentados contra los
derechos de la naturaleza y establecer las obligaciones en cuanto a
deudas ecológica y consumo de bienes ambientales, así lo señaló este
lunes el presidente de Ecuador, Rafael Correa.
Foto Cortesía: Presidencia de la República de Ecuador
Durante su intervención en la 21
Conferencia de las Partes (COP) de la Convención Marco de Naciones
Unidas sobre Cambio Climático (UNFCCC), el Jefe de Estado ecuatoriano
aseguró que nada justifica que se tenga tribunales para proteger
inversiones y obligar a pagar deudas financieras, "pero no hay
tribunales para proteger a la naturaleza y obligar a pagar las deudas
ambientales, se trata de la perversa lógica de privatizar los beneficios
y socializar las perdidas, pero el planeta ya no aguanta más. Nuestras
propuestas pueden resumirse en una frase mágica justicia ambiental".
Señaló que es necesario realizar la declaración universal de los derechos de la naturaleza.
Señaló que es necesario realizar la declaración universal de los derechos de la naturaleza.
A
continuación la transcripción completa de la intervención del
presidente de Ecuador, Rafael Correa, en la 21ª conferencia del clima
(COP21):
Ustedes señores Jefes de Estado recibirán toda la ponencia en sus escritorios.
En primer lugar, como presidente de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) quiero expresar al presidente Hollande y al pueblo francés toda nuestra solidaridad por los atentados sufridos. La libertad, la igualdad y la fraternidad vencerán al terror, como lo demuestra esta cumbre.
Estimados amigos, el crecimiento económico ilimitado es indeseable e imposible. Es indeseable porque los aumentos del PIB por habitante, a partir de cierto umbral, no se relaciona con el sentimiento de felicidad de un pueblo, lo cual se conoce como la Paradoja de Easterlin, planteada hace más de 30 años. Pero sobre todo, el crecimiento económico ilimitado es imposible. La tecnología y la eficiencia amplía límites, pero no los elimina. El efecto consumo domina al efecto eficiencia.
El consumo de energía ha aumentado en una tasa de 2,5% anual entre los años 1971 y 2012. La pregunta no es si podemos seguir creciendo, sino qué detendrá el crecimiento económico en el mundo: Una decisión concertadamentre los habitantes de la tierra o la reacción natural del planeta que convertirá en ese sueño de codicia tal vez en la peor pesadilla.
Y son responsabilidades comunes, pero diferenciadas. Un habitante de los países ricos emite 38 veces más CO2 que un habitante de los países pobres. Ello no quiere decir que no existan afectaciones ambientales ligadas a la pobreza, tales como erosión de suelos, falta de tratamiento de residuos sólidos, pero cabe indicar que esa contaminación de los pobres los golpea a ellos, localmente, no globalmente.
Además la eficiencia energética entre los países ricos y pobres es aún abismal y se ha incrementado de 4,2 a 5,1 veces entre 1971 y 2011. La ciencia y tecnología no tienen rivalidad en el consumo, en consecuencia entre más personas los utilicen mejor. Esa es la idea central de lo que en Ecuador hemos llamado la economía social del conocimiento. Por el contrario, cuando un bien se vuelve escaso o se destruye a medida que se consume -como la naturaleza, como los bienes ambientales- es cuando debe de restringirse su consumo para evitar lo que Garrett Hardin, en su célebre artículo de 1968, llamó la tragedia de los comunes.
La emergencia planetaria exige un tratado mundial que declare a las tecnologías que mitiguen el cambio climático y sus respectivos efectos como bienes públicos globales, garantizando su libre acceso. Por el contrario, esa misma emergencia planetaria también demanda acuerdos vinculantes para evitar el consumo gratuito de bienes ambientales.
Una respuesta es hacer vinculante al Protoclo de Kyoto y ampliarlo para compensar las emisiones netas evitadas, N por sus siglas en español. N son las emisiones que pudiendo ser realizadas no son emitidas o las emisiones que existiendo dentro de la economía de cada país son reducidas. N es el concepto exhaustivo que se requiere para completar Kyoto, porque implica compensaciones por acción y abstención y engloba todas las actividades económicas que involucran la explotación, uso y aprovechamiento de recursos naturales no renovables.
Estos son incentivos para evitar flujos de emisiones, pero también existe una deuda ecológica que debe pagarse, aunque sobre todo no debe seguir aumentando.
Y aquí una idea fundamental para cualquier debate sobre sostenibilidad: la conservación de países pobres no será posible si esta no genera claras y directas mejoras en el nivel de vida de su población.
El papa Francisco, en su reciente encíclica Laudato Sí, nos recuerda que los países en vías de desarrollo están las más importantes reservas de la biósfera y que con ellas se siga alimentando el desarrollo de los países más ricos. Incluso es necesario ir más allá y realizar la Declaración Universal de los Derechos de la Naturaleza, como ya lo ha hecho Ecuador en su nueva Constitución.
El principal derecho universal de la naturaleza debería ser el que pueda seguir existiendo por ser fuente de vida, pero también que pueda ofrecer los medios necesarios para que nuestras sociedad puedan alcanzar el Buen Vivir.
Aquí otra idea fuerza para evitar ciertos fundamentalismos: el ser humano no es lo único importante en la naturaleza, pero sigue siendo lo más importante.
La principal respuesta para la lucha del cambio climático es, entonces, crear la Corte Internacional de Justicia Ambiental la cual debería sancionar los atentados contra los derechos de la naturaleza y establecer las obligaciones en cuanto a deuda ecológica y consumo de bienes ambientales.
Nada, planeta entero escúchenme, nada justifica que tengamos tribunales para proteger inversiones, para obligar a pagar deuda financiera, pero no tengamos tribunales para proteger a la naturaleza y obligar a pagar las deudas ambientales. Se trata tan solo de la perversa lógica de privatizar los beneficios y socializar las pérdidas, pero el planeta ya no aguanta más.
Nuestras propuestas se pueden resumir en una frase mágica: Justicia ambiental. Pero como decía Trasímaco hace más de 2000 años en su diálogo con Sócrates: la justicia es tan solo la conveniencia del más fuerte.
Muchas gracias y disculpen porque no pude presentar esta ponencia en menos de 5 minutos.
Ustedes señores Jefes de Estado recibirán toda la ponencia en sus escritorios.
En primer lugar, como presidente de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) quiero expresar al presidente Hollande y al pueblo francés toda nuestra solidaridad por los atentados sufridos. La libertad, la igualdad y la fraternidad vencerán al terror, como lo demuestra esta cumbre.
Estimados amigos, el crecimiento económico ilimitado es indeseable e imposible. Es indeseable porque los aumentos del PIB por habitante, a partir de cierto umbral, no se relaciona con el sentimiento de felicidad de un pueblo, lo cual se conoce como la Paradoja de Easterlin, planteada hace más de 30 años. Pero sobre todo, el crecimiento económico ilimitado es imposible. La tecnología y la eficiencia amplía límites, pero no los elimina. El efecto consumo domina al efecto eficiencia.
El consumo de energía ha aumentado en una tasa de 2,5% anual entre los años 1971 y 2012. La pregunta no es si podemos seguir creciendo, sino qué detendrá el crecimiento económico en el mundo: Una decisión concertadamentre los habitantes de la tierra o la reacción natural del planeta que convertirá en ese sueño de codicia tal vez en la peor pesadilla.
Y son responsabilidades comunes, pero diferenciadas. Un habitante de los países ricos emite 38 veces más CO2 que un habitante de los países pobres. Ello no quiere decir que no existan afectaciones ambientales ligadas a la pobreza, tales como erosión de suelos, falta de tratamiento de residuos sólidos, pero cabe indicar que esa contaminación de los pobres los golpea a ellos, localmente, no globalmente.
Además la eficiencia energética entre los países ricos y pobres es aún abismal y se ha incrementado de 4,2 a 5,1 veces entre 1971 y 2011. La ciencia y tecnología no tienen rivalidad en el consumo, en consecuencia entre más personas los utilicen mejor. Esa es la idea central de lo que en Ecuador hemos llamado la economía social del conocimiento. Por el contrario, cuando un bien se vuelve escaso o se destruye a medida que se consume -como la naturaleza, como los bienes ambientales- es cuando debe de restringirse su consumo para evitar lo que Garrett Hardin, en su célebre artículo de 1968, llamó la tragedia de los comunes.
La emergencia planetaria exige un tratado mundial que declare a las tecnologías que mitiguen el cambio climático y sus respectivos efectos como bienes públicos globales, garantizando su libre acceso. Por el contrario, esa misma emergencia planetaria también demanda acuerdos vinculantes para evitar el consumo gratuito de bienes ambientales.
Una respuesta es hacer vinculante al Protoclo de Kyoto y ampliarlo para compensar las emisiones netas evitadas, N por sus siglas en español. N son las emisiones que pudiendo ser realizadas no son emitidas o las emisiones que existiendo dentro de la economía de cada país son reducidas. N es el concepto exhaustivo que se requiere para completar Kyoto, porque implica compensaciones por acción y abstención y engloba todas las actividades económicas que involucran la explotación, uso y aprovechamiento de recursos naturales no renovables.
Estos son incentivos para evitar flujos de emisiones, pero también existe una deuda ecológica que debe pagarse, aunque sobre todo no debe seguir aumentando.
Y aquí una idea fundamental para cualquier debate sobre sostenibilidad: la conservación de países pobres no será posible si esta no genera claras y directas mejoras en el nivel de vida de su población.
El papa Francisco, en su reciente encíclica Laudato Sí, nos recuerda que los países en vías de desarrollo están las más importantes reservas de la biósfera y que con ellas se siga alimentando el desarrollo de los países más ricos. Incluso es necesario ir más allá y realizar la Declaración Universal de los Derechos de la Naturaleza, como ya lo ha hecho Ecuador en su nueva Constitución.
El principal derecho universal de la naturaleza debería ser el que pueda seguir existiendo por ser fuente de vida, pero también que pueda ofrecer los medios necesarios para que nuestras sociedad puedan alcanzar el Buen Vivir.
Aquí otra idea fuerza para evitar ciertos fundamentalismos: el ser humano no es lo único importante en la naturaleza, pero sigue siendo lo más importante.
La principal respuesta para la lucha del cambio climático es, entonces, crear la Corte Internacional de Justicia Ambiental la cual debería sancionar los atentados contra los derechos de la naturaleza y establecer las obligaciones en cuanto a deuda ecológica y consumo de bienes ambientales.
Nada, planeta entero escúchenme, nada justifica que tengamos tribunales para proteger inversiones, para obligar a pagar deuda financiera, pero no tengamos tribunales para proteger a la naturaleza y obligar a pagar las deudas ambientales. Se trata tan solo de la perversa lógica de privatizar los beneficios y socializar las pérdidas, pero el planeta ya no aguanta más.
Nuestras propuestas se pueden resumir en una frase mágica: Justicia ambiental. Pero como decía Trasímaco hace más de 2000 años en su diálogo con Sócrates: la justicia es tan solo la conveniencia del más fuerte.
Muchas gracias y disculpen porque no pude presentar esta ponencia en menos de 5 minutos.
Con información tomada de La Radio del Sur y El Telégrafo
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