La discreta escalada de
la intervención de Estados Unidos en Medio Oriente ocurrida en las
semanas recientes llega en un momento en que el régimen de Trump
enfrenta un creciente escándalo sobre la presunta injerencia rusa en su
campaña electoral de 2016, además de los índices históricamente más
bajos de aprobación para un presidente entrante y una resistencia cada
vez mayor entre la población. Los gobernantes estadunidenses a menudo
han lanzado aventuras militares en el exterior para desviar la atención
de las crisis políticas y los problemas de legitimidad en su ajuar.
Mas allá de la intervención en Irak y Afganistán, Trump ha propuesto
un multimillonario incremento en el presupuesto del Pentágono. Ha
amenazado con utilizar la fuerza militar en varios polvorines alrededor
del mundo, incluyendo Siria, Irán, el sudeste de Asia, el flanco
oriental de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) con
Rusia y en la península de Corea. Por muy importante que sea el análisis
geopolítico en la explicación de las crecientes tensiones
internacionales, hay profundas dinámicas estructurales en el sistema de
capitalismo global que empujen a los grupos gobernantes hacia la guerra.
En particular, el sistema enfrenta una insoluble crisis de
sobreacumulación y legitimidad a raíz del colapso financiero de 2008.
La emergente clase capitalista trasnacional (CCT) emprendió desde
finales del siglo pasado una vasta restructuración neoliberal,
liberalización comercial e integración de la economía mundial. La
globalización permitió a la CCT reanudar la generación de ganancias y la
economía global experimentó un boom al viraje del siglo. No
obstante, esta globalización ha dado lugar a una polarización social
mundial sin precedente. La agencia de desarrollo británico Oxfam informa
que apenas uno por ciento de la humanidad posee la mitad de la riqueza
del mundo y 20 por ciento controla 95 por ciento de esa riqueza,
mientras el restante 80 porciento tiene que conformarse con apenas 5 por
ciento.
Dada esta extrema polarización de los ingresos, el mercado global no
puede absorber la producción de la economía global. En los años
recientes las ganancias corporativas han registrado niveles casi récord,
al mismo tiempo que la inversión corporativa ha declinado. En la medida
que se va acumulando este capital no invertido, crecen enormes
presiones para encontrar salidas rentables al excedente. Los grupos
capitalistas, especialmente el capital financiero trasnacional,
presionan a los estados a crear nuevas oportunidades para la inversión
rentable.
Los estados neoliberales han recurrido a varios mecanismos en años
recientes para ayudar a la CCT a sostener la acumulación frente al
estancamiento. El primero es el asalto y saqueo de los presupuestos
públicos; segundo, la expansión del crédito a consumidores y gobiernos,
sobre todo en los países ricos, y tercero, la frenética especulación
financiera, que ensancha cada vez más la brecha entre la economía
productiva y el
capital ficticio. El producto interno bruto mundial alcanzó 75 mil millones de dólares en 2015, mientras el mercado global de derivados se estimó en la alucinante cifra de 1.2 billones de dólares. A la larga, estos mecanismos terminan agravando la crisis de sobreacumulación, ya que constriñen aún más la capacidad de absorción del mercado. El resultado es la cada vez mayor inestabilidad subyacente de la economía global.
Sin embargo, hay otro mecanismo que sostiene la economía
global: la acumulación militarizada. Las desigualdades sin precedente
sólo pueden ser sostenidas por los sistemas cada vez más expansivos y
ubicuos de control social y represión. Pero más allá de las
consideraciones políticas, la CCT ha adquirido un interés creado en la
guerra, el conflicto y la represión como medio en sí de la acumulación.
Mientras cada vez más se fusiona la acumulación privada con la
militarización estatal, los intereses de un amplio despliegue de grupos
capitalistas y élites giran alrededor de un cambio en el clima político,
social e ideológico hacia la generación y el sostenimiento de los
conflictos –como en Medio Oriente– y en la expansión de los sistemas de
guerra y de control social, justificados por las así llamadas guerras
contra las drogas, el terrorismo y los inmigrantes.
El gasto militar estadunidense subió en 91 por ciento en términos
reales entre 1998 y 2011, mientras las ganancias de la industria militar
casi se cuadruplicaron en este periodo. Un nuevo
complejo militar-seguridad-industrial-financiero, a la vez integrado al sector de la alta tecnología, ha acumulado enorme influencia en los pasillos del poder en Washington y en otros centros políticos alrededor del mundo. Los militares activos y retirados que controlan la maquinaria estadunidense de guerra ocupan numerosos puestos en el régimen de Trump y cada vez gozan de mayor autonomía de acción. Sin embargo, detrás del régimen de Trump y del Pentágono, la CCT busca sostener la acumulación mediante la expansión de la militarización, el conflicto y la represión. Entre más llega a depender la economía global de la militarización y el conflicto, cada vez mayor es el impulso hacia la guerra y cada vez más altos los riesgos para la humanidad.
* Profesor de sociología de la Universidad de California en Santa Bárbara
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