Brasil
Una visita a Río de
Janeiro me dio la oportunidad de conversar con numerosos amigos,
militantes sociales y colegas que participaron en el estupendo seminario
internacional que organizara la Universidad Federal de Río de Janeiro
(UFRJ) junto con otras instituciones académicas, en conmemoración del
primer centenario de la Revolución Rusa. De esos fructíferos
intercambios con mis interlocutores brota el siguiente diagnóstico sobre
la situación brasileña, que me permito compartir con mis lectores.
A
fines de agosto de 2016 una gavilla de bandidos del Congreso brasileño
–varios de los cuales ya están en la cárcel condenados por delitos de
corrupción- perpetró con la complicidad de la prensa canalla –con la Red
Globo a la cabeza- y con el auspicio de la clase dominante y de “la
embajada” un golpe de Estado que presentaron a la opinión pública como
si fuera el resultado de un “juicio político” y depusieron de su cargo a
la presidenta Dilma Rousseff. [1] Esta había derrotado al
candidato de la “derecha dura” en el balotaje de noviembre del 2014,
Aécio Neves, pero lo hizo en nombre de un gobierno que -en un acto que
sólo puede calificarse como suicida- había desmovilizado y desorganizado
al instrumento político que lo había instalado en el Palacio del
Planalto, el PT. Privada de ese apoyo Dilma no tuvo fuerzas para
resistir el chantaje de los mercados y del partido derrotado en las
urnas y a la semana de asumir su segundo turno presidencial tuvo que
designar un gabinete en el cual los cinco principales cargos quedaron en
manos de integrantes del equipo de Neves, lo cual no podía sino
terminar por desmoralizar y desarmar ideológica y políticamente quienes
un par de meses antes habían ratificado su confianza en ella. La
designación del cavernícola economista neoliberal de la Universidad de
Chicago Joaquín Levy como ministro de Hacienda marcó la total y
definitiva sumisión de su gobierno ante el capital financiero. Por eso,
cuando la asociación ilícita que se había apoderado del Congreso
brasileño decidió eyectarla de su cargo nadie acudió en su auxilio y las
calles y plazas de Brasil quedaron vacías. Un gobierno que había sido
electo por más de 54 millones de brasileños fue incapaz de movilizar a
unos pocos miles de sus partidarios para detener la conspiración de los
mafiosos sentados en las bancas parlamentarias.
Conclusión:
la alianza político electoral que el PT sellara con los enemigos de
clase, representados sobre todo por el PMDB (Partido del Movimiento
Democrático Brasileño, surgido en los años de la dictadura y partido del
por entonces vicepresidente Michel Temer) y con otras fuerzas políticas
de la derecha representantes del agronegocio y los evangélicos más
reaccionarios; el continuismo (si bien con algunos atenuantes en materia
de política social) del paradigma macroeconómico neoliberal instalado
durante el gobierno de Fernando H. Cardoso y la ingenua ilusión de creer
que por llegar al gobierno una fuerza política conquista el poder
tuvieron el lamentable remate que era de esperar, y Dilma fue su
víctima. Una verdadera desgracia, para el pueblo brasileño y para todos
los de Nuestra América. Desgracia que no fue el inexorable veredicto del
destino sino producto de una acumulación de gruesos errores y extravíos
políticos que arrancan desde el primer turno presidencial de Lula.
Temas, por otra parte, archiconocidos, por lo que no viene al caso
referirlos una vez más en esta breve nota.
Dicho lo anterior,
lo más preocupante ahora es la ausencia de una alternativa política para
poner fin a un gobierno tan reaccionario como el de Michel Temer. En
principio Lula podría triunfar si se procediera a un llamado anticipado a
elecciones directas, pero para eso se requeriría una enmienda
constitucional que un Congreso corrupto hasta la médula no está
dispuesto a aprobar. Recuérdese que el zar de la industria frigorífica
mundial, Joesley Batista, afirmó haber comprado en los últimos veinte
años la voluntad política de más de 1800 dirigentes políticos entre
senadores, diputados federales, estaduales, intendentes y concejales, y
no fue el único en hacer aportes para obtener favores legislativos o de
las autoridades. Lo que se baraja entonces es la posibilidad de que se
designe a un notable de la vida pública brasileña para que concluya el
mandato de la fórmula Rousseff-Temer y se convoque a elecciones en
octubre del año próximo para elegir al próximo presidente. Hay algunos
candidatos, pero el ambicioso Fernando H. Cardoso ya se autopostuló,
aunque su nombre suscite intensas polémicas y movilice viejos rencores
en su propio partido, el PSDB (Partido de la Social Democracia
Brasileña) y las demás fuerzas de la derecha. Claro que si la presión de
la calle alcanzara inéditas cotas de movilización popular no sería
imposible que, ante el temor de un derrumbe de la frágil
institucionalidad democrática, los delincuentes del Congreso (no todos,
porque obviamente hay unas pocas honrosas excepciones) podrían ceder
posiciones y habilitar el llamado a elecciones en los próximos meses.
Menos probable sería una convocatoria para una nueva asamblea
constituyente, tema tabú para los gobiernos de derecha de América
Latina. Por supuesto que si tal cosa llegara a ocurrir el aparato
judicial brasileño, socio inseparable de la derecha más reaccionaria del
país, pergeñaría todo tipo de maniobras leguleyas para inhabilitar a
Lula e impedirle postularse para ejercer cualquier cargo público en los
próximos diez años y, de ese modo, sacarlo “legalmente” de la
competencia electoral. O sea, un “golpe preventivo”.
Suponiendo
que el miedo a un desborde pre-insurreccional convenza a la pandilla
del Congreso de otorgar luz verde a la enmienda constitucional y se
autorice el llamado a elecciones presidenciales anticipadas, lo que
quedaría en pie, según mis informantes, es la incógnita acerca de si
Lula, en caso de ganar las elecciones, trataría de hacer algo diferente a
lo hecho durante su gestión presidencial anterior o si se contentaría
con repetir lo actuado en el pasado. Porque si fuera para hacer lo mismo
-y cometer los mismos errores que resultaron en la caída de Dilma:
sometimiento al gran capital, desmovilización política y sindical, oídos
sordos a los reclamos populares- el resultado final podría ser una
crisis peor aún que la de estos días y la clausura, por mucho tiempo, de
cualquier alternativa de izquierda. Tendría sentido un retorno de Lula
si es que se propusiera desmontar el infernal predominio del capital
financiero [2] , del agronegocio, de los sectores industriales
paulistas agrupados en la FIESP, de la prensa canalla que envilece y
envenena día a día a su pueblo y si, además, redefiniera la inserción
internacional del Brasil rompiendo su escandalosa dependencia
neocolonial de Estados Unidos promovida por Temer. [3] En caso
contrario su regreso al Planalto sólo serviría para agudizar las
contradicciones que hoy desgarran a la sociedad brasileña. No sería
exagerado extender este razonamiento también a un eventual retorno de
Cristina Fernández de Kirchner a la presidencia de la Argentina, tema
sobre el cual ya nos ocupamos en su momento y volveremos a hacerlo
próximamente. En ambos casos la pregunta pertinente es: ¿retornar para
hacer qué? Repetir lo bueno, en ambos casos, es urgente y necesario.
Pero no lo es menos realizar una profunda autocrítica para evitar caer
en los mismos desaciertos que provocaron, tanto en uno como en otro
país, desenlaces tan deplorables como la inesperada victoria electoral
de Mauricio Macri o el incontestado “golpe blando” de Michel Temer.
La urgencia de encontrar una salida a la crisis es vertiginosa si se
toma en cuenta que el nivel de aprobación popular del presidente Michel
Temer es inexistente en la medida en que oscila entre un 2 y un 4 por
ciento y que los poderes fácticos que dominan Brasil ya han decidido
soltarle la mano. [4] ¿De qué lo acusan? No de ser un corrupto,
delatado pública e irrefutablemente por la grabación del ya mencionado
Joesley Batista. Eso es lo de menos. Su pecado ha sido su ineptitud para
sacar las leyes que la derecha necesita: desmontar la legislación
laboral procedente del varguismo y el “trabalhismo” brasileño y de los
mejores años del PT –restableciendo jornadas laborales de 12 horas e
instalando la precarización del trabajo- y establecer un nuevo régimen
previsional que requeriría 49 años ininterrumpidos de aportes para
acogerse al beneficio jubilatorio con lo que, de hecho, acabarían con la
jubilación como derecho para la enorme mayoría de la población
brasileña, situación que en los hechos ya existe en algunos países de la
región. Pero sería injusto negar la saña antipopular del usurpador:
logró aprobar una absurda –e inviable- enmienda constitucional (la PEC
55) que congela el gasto público en educación y salud por los próximos
veinte años, hasta el 2036, y al igual que su colega argentino está
atacando sin piedad a las universidades públicas algunas de las cuales
padecen un retraso salarial de varios meses. [5] En un alarde de
incompetencia la Cancillería brasileña, otrora considerada una de las
más profesionales del mundo, ofuscada por su patológica obsesión por
atacar al presidente Nicolás Maduro cometió un error que sin duda
figurará imbatible en el libro de records Guinness. Al referirse al
inminente viaje de Temer a Rusia (programado para el 20-21 de Junio) el
sitio web de Itamaraty anunció, textualmente, que el presidente se
dirigiría a la “República Socialista Soviética de Rusia” para
entrevistarse con Vladimir Putin. La increíble gaffe permaneció
en pantalla durante 22 minutos hasta que un tsunami de burlas de los
críticos del gobierno advirtieron a los funcionarios del ministerio de
su grosero error y corrigieron la información. Un botón de muestra de la
situación que hoy permea en el gobierno.
El problema es que
siendo Temer corrupto e inútil no hay muchos con mejores credenciales
que él, y por ahora se lo sostiene a la espera de la aparición de un
mesías de una clase dominante profundamente dividida y carente de una
alternativa política viable y eficaz, capaz de obtener del Congreso las
leyes que otorgarían sello legal a un retroceso en materia de derechos
laborales, previsionales y sociales a la época anterior al surgimiento
del varguismo en los años treintas del siglo pasado. Buena parte de los
dirigentes de sus primeras líneas están procesados o en la cárcel. Por
una cruel ironía de la historia la única opción bien podría ser la de
uno de los ex funcionarios de la CEPAL y (arrepentidos) fundadores de la
teoría de la dependencia y ex profesor de “Metodología Marxista” en los
cursos de la FLACSO de Santiago de Chile en 1967, Fernando H. Cardoso.
Pero aún cuando tal cosa ocurriera, el nivel de corrupción del Congreso
es de tal magnitud que para obtener una ley el eventual sucesor de Temer
requeriría poseer algo más que la elegancia discursiva y la sutileza
argumentativa de Cardoso. Tendría que reincidir en las tramoyas de
rutina y re-editar las prácticas tradicionales del intercambio de
favores y la compra de votos, y la situación judicial y el clima de la
opinión pública no son para nada propicios para apelar una vez más a
tales estrategias.
Por lo tanto lo que parece avecinarse es el
derrumbe del sistema político, ya seriamente debilitado y deslegitimado
por el sinfín de denuncias y delaciones por actos de corrupción y
atribulado por una probable ofensiva popular de inédita envergadura en
el país. El paro nacional del 28 de abril tuvo una resonancia como tal
vez nunca antes en la historia brasileña, y se vienen nuevas
convocatorias. Las fuerzas de izquierda política, incluyendo un sector
del ala más radical del propio PT (que había sido marginada por Lula y
por Dilma, pese a lo cual en el último congreso del partido tuvo una
actuación deslucida que en nada contribuyó a la necesaria autocrítica de
la experiencia del gobierno petista) más un enjambre de organizaciones
sindicales (principalmente la CUT (Central Única de Trabajadores,
dirigida por el PT) y la CTB (Central de los trabajadores y trabajadoras
del Brasil, conducida por el PCdoB) y diversos movimientos sociales
entre los que sobresalen el MST (Movimiento de los Trabajadores Sin
Tierra), los Sin Techo y muchos otros parecen estar dispuestos a librar
la batalla decisiva contra el régimen golpista y por la construcción de
una genuina democracia. No obstante, allí también se encuentra una
división en el campo popular entre quienes tienen como prioridad
garantizar la candidatura de Lula en el 2018 y los que pretenden, antes
que nada (y desentendiéndose de ese tema) poner coto a la contrarreforma
de la derecha. Es un debate muy complicado y es difícil saber como será
saldado. Lo único cierto es que si estas fuerzas no ganan la calle nada
cambiará en Brasil.
El temor de la burguesía brasileña y sus
jefes en el corazón del imperio es muy grande, porque la pertinaz
recesión económica y la crisis de legitimidad que arrastra a toda la
clase política, al empresariado, a los gobiernos estaduales y locales es
de tal magnitud que las fórmulas tradicionales del compromiso de las
oligarquías partidarias y el “jeitinho” politiquero que todo lo resolvía
son dispositivos muy desgastados y demasiado débiles, que difícilmente
podrían ser exitosos frente a una amenaza de la magnitud que tiene la
que se yergue en la vereda de enfrente. Molecularmente se está
constituyendo en Brasil lo que Lenin denominara una “situación
revolucionaria”: los de arriba ya no pueden seguir dominando como antes y
los de abajo (por lo menos un sector importante de ellos) no quieren
seguir siendo dominados. Que esta situación desemboque en una salida
revolucionaria requiere de una combinación de condiciones objetivas y
subjetivas que el revolucionario ruso jamás concebía de manera mecánica o
lineal, y que todo indica que aún no parecen haber madurado lo
suficientemente en Brasil. Pero, sin llegar al extremo revolucionario,
el desenlace de la actual crisis podría producir una radical
modificación en la correlación de fuerzas que hoy opone a burgueses y
proletarios, estos últimos definidos teniendo en cuenta las grandes
transformaciones que el capitalismo contemporáneo operó sobre la
estructura y la morfología del universo asalariado. [6] Más allá
de esto, se impone aquí una vieja verdad: la solución de la crisis
política brasileña no brotará del rodaje de las instituciones del
Estado, de los acuerdos parlamentarios o las sentencias de los jueces
sino de la dinámica del conflicto clasista, del protagonismo de la
calle. Es decir, de la movilización popular y la
voluntad de lucha de las clases y capas populares resueltas a poner fin
al ajuste y redefinir el rumbo de la sociedad brasileña. Sólo ellas
podrán resolver el endemoniado entramado de corrupción, venalidad y
latrocinio que caracteriza a la clase política brasileña. Tarea difícil,
muy difícil pero no imposible. Ojalá que las clases y capas populares
tengan la clarividencia para discernir las vías de solución a la crisis,
la organización que convierta su fuerza potencial en fuerza política
real, y el valor para lanzarse a esa necesaria empresa de transformación
revolucionaria y regeneración ética que tanto necesita el gran país
sudamericano.
Notas:
[1]
Para quienes tengan dudas acerca del protagonismo de Washington basta
con recordar que quien se desempeñó como embajadora de EEUU a lo largo
de toda la farsa del “juicio político” fue nada menos que Liliana
Ayalde, quien también ocupara ese cargo cuando se fraguó el golpe de
Estado en contra de Fernando Lugo en Paraguay. Lo que se dice, una
“experta” en demoliciones de gobiernos progresistas y en articular las
coaliciones necesarias para garantizar el éxito de sus planes golpistas.
Regresó a su país una vez consumada la defenestración de Dilma. Ahora
es nada menos que la jefa civil del Comando Sur.
[2]
Téngase en cuenta que en el año fiscal 2016 el 43.9% del presupuesto
federal de Brasil se destinó al pago de los intereses y la amortización
parcial de la deuda pública. Consultar: http://www.auditoriacidada.org.br/blog/2017/05/31/panfleto-explicativo-consulta-nacional/
El endeudamiento del sector público y el pago de exorbitantes tasas de
interés concretaron una fenomenal transferencia de ingresos a favor del
capital financiero, enemigo jurado del gobierno petista.
[3]
Un ejemplo: la invitación de Temer a que EEUU participe, por primera
vez en su historia, en un ejercicio militar conjunto en la Triple
Frontera Amazónica (Brasil, Colombia y Perú). La Amazonía había siempre
estado celosamente resguardada de cualquier presencia estadounidense. Ya
no más. Ver http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-39826017
así como el texto de Silvina Romano y Amílcar Salas Oroño, “Brasil y el
Cono Sur en la Geopolítica Estadounidense”, disponible en http://www.celag.org/brasil-y-el-cono-sur-en-la-geopolitica-estadounidense/
[4]
El 2% lo asegura “nossapolitica.net/2017/06” y el 4 % surge de una
encuesta de Barómetro Político realizada por la Consultora IPSOS y que
señala que el 92% de los entrevistados dicen que el gobierno avanza por
un rumbo equivocado, el 75% lo califica como malo o pésimo mientras que
apenas un 4% asegura que es un gobierno bueno u óptimo.
[5]
La "congelación" es una medida absurda y ridícula. La población total
del Brasil en 2016 era de 206 millones de personas. En veinte años más
se incrementará en casi treinta millones, llegando a 234 millones para
los que habrá que disponer de los mismos fondos “congelados” en materia
de salud y educación del año 2016. Es decir, no más escuelas ni
hospitales ni dispensarios médicos, y a repartir entre esta acrecentada
población los fondos que había en el 2016. Lo que se llama una “bomba de
tiempo” político. En lo que hace al retraso salarial los docentes y el
personal administrativo de la Universidad del Estado de Río de Janeiro
(UERJ) están recién ahora cobrando sus sueldos de marzo, y fraccionados.
[6] Sobre este tema resulta imprescindible consultar la obra de Ricardo Romero Laullón y Arantxa Tirado Sánchez, La clase obrera no va al paraíso. Crónica de una desaparición forzada (Madrid:AKAL, 2016)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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