esde el primer día, el bloqueo de Estados Unidos a Cuba tiene el mismo objetivo: crear condiciones más favorables para una nueva invasión a la isla, sin la cual Washington no podría recoger los resultados de su acción unilateral e ilegal que viola la legislación internacional y los derechos de todos los países a comerciar con Cuba.
Mediante el sabotaje a la economía cubana impidiéndole encontrar los suministros y las divisas necesarios para una vida normal y con las amenazas de agresiones militares el gobierno de Estados Unidos obliga a Cuba a destinar a su defensa una parte desproporcionadamente grande de su potencial fuerza de trabajo y una cantidad de medios desmesurada en tiempos de paz. En efecto, sobre una población adulta de siete millones de personas, hay 100 mil que integran las fuerzas armadas, que cuentan con equipamiento moderno (blindados, artillería) importados a costa de la reducción de otras importaciones vitales para mantener una industria que, tras tener que cambiar a la tecnología soviética, se vio obligada nuevamente a adoptar la de Estados Unidos y otros países industrializados o funciona mediante parches ingeniosos pero poco productivos.
La alimentación, deficiente desde hace poco más de dos décadas, depende casi por completo de las importaciones pues la agroganadería era antes de la revolución la de un país de monocultivo cañero con algunos enclaves tabacaleros y no se pudo recuperar nunca del aumento brusco del consumo después de la revolución y después, de los sabotajes contrarrevolucionarios así como de los terribles efectos del fracasado intento voluntarista en 1970 de obtener una zafra azucarera de 10 millones de toneladas que desorganizó toda la economía de la isla y tampoco de los errores burocráticos posteriores. Esa maltrecha agricultura cubana, duramente afectada por los cambios climáticos que traen aparejadas inundación y sequías y huracanes cada vez más destructivos, antes de mucho tiempo no estará en condiciones de alimentar a una población de 11.5 millones de personas con consumos postergados y de dar alimentos de calidad a otros cuatro millones de turistas, que, aunque aportan divisas al país, consumen buena cantidad de alimentos y bebidas caros que deben ser importados.
Las medidas de Donald Trump, como las de sus antecesores, reducen los viajes y las remesas y golpean así un sector relativamente privilegiado que recibe dólares o que vive del turismo y también a los exportadores estadunidenses de alimentos y forrajes o de carne de cerdo, los cuales habían multiplicado sus ganancias con Obama, y que ahora protestan. Pero, sobre todo, las restricciones brutales impuestas por el bloqueo van dirigidas contra el sector estatal de la economía. O sea, contra los militares porque el capitalismo de Estado en Cuba se basa sobre el control militar de más de 70 por ciento de la economía. El Estado, en efecto, se ha identificado con el Partido Comunista Cubano, le impuso su lógica, se lo tragó y el país es dirigido por una casta reducida de militares-políticos que goza de privilegios y se cierra ante la sociedad apoyándose en una vasta capa burocrática.
Ésta, decía Trotsky, nace del atraso y de la escasez porque cuando falta el pan, se necesita un policía para controlar la fila ante la panadería y ese policía, naturalmente, come pan. Pero se desarrolla y prospera al reducirse la participación de la población sobre la vida política y las decisiones.
Ahora bien, el bloqueo y la permanente amenaza de invasión de la pequeña Cuba por el más poderoso imperialismo jamás existido así como la marcha de éste hacia la preparación de una guerra planetaria, refuerzan poderosamente a la burocracia cubana y tornan muy difíciles aperturas políticas y la democratización que eviten la asfixia de Cuba la transformación de la isla en un pequeño y miserable gueto sitiado militarmente por los nuevos nazis.
Aumentarán las dificultades diarias para los trabajadores cubanos, escasearán las divisas indispensables para importar insumos y alimentos y también nuevas armas, los servicios (educación y salud, que eran ejemplares) seguirán decayendo. La exigencia de poner fin al bloqueo hecha desde hace décadas por el gobierno cubano no sólo responde a la necesidad de defender la legalidad internacional y los derechos de las pequeñas naciones sino que también es una necesidad vital para Cuba, a la que el bloqueo le costó ya más de 120 mil millones de dólares (dos años enteros de producción pues su Producto Interno Bruto anual asciende a 77 mil millones de dólares).
El bloqueo empezó en los sesenta en una situación favorable para la revolución cubana. Washington había sido derrotado entonces en la guerra de Corea y estaba ya empantanado en Vietnam, de donde debería huir vencido. Tras un primer desconcierto, los pueblos latinoamericanos sentían gran simpatía por la revolución cubana triunfante en 1959 y Guatemala había emprendido el camino de su liberación. Argelia se había independizado y cundía el nacionalismo árabe apoyado por el Egipto de Nasser.
Este recrudecimiento del bloqueo con Trump, en cambio, golpea a Cuba en un momento de debilidad. No sólo por la muerte de Fidel Castro y la entrega del poder por Raúl Castro en febrero próximo a manos más jóvenes sino, sobre todo, por los golpes sufridos en nuestro continente por los sectores antimperialistas y, particularmente, por los trabajadores. El apoyo a Cuba es mucho más débil, las amplias masas juveniles que luchan no sienten atracción política cuando piensan en Cuba, el gobierno venezolano lucha por sobrevivir y Venezuela no puede ya aportar el mismo apoyo a Cuba que brindaba en tiempos del comandante Chávez. La juventud cubana misma está desinformada, despolitizada, harta ya de décadas de pobreza.
El bloqueo de Trump busca favorecer a los conservadores de La Habana e impedir una alternativa de izquierda a su gobierno. Por eso hay que romper urgentemente ese bloqueo, por Cuba y por la paz mundial.
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