La política es el arte de establecer condiciones concretas para lograr una gobernabilidad básica en una sociedad dividida en clases. De ahí que los regímenes dedicados a salvaguardar los intereses de la clase dominante, dejen el quehacer político a un lado, aunque ello necesariamente signifique pagar un alto costo, tal como le está sucediendo al “gobierno” de Enrique Peña Nieto, cuya credibilidad se ha esfumado, no obstante los esfuerzos de su equipo de propagandistas por impedirlo, también a un costo elevadísimo.
La derecha no hace política, sino que impone condiciones, como si la sociedad viviera bajo un sistema monárquico o una dictadura de corte pinochetista. Sin embargo, desde las altas esferas del poder se afirma que México vive en democracia, que hay un Estado de derecho y un sistema de leyes que nos garantizan estabilidad y dan credibilidad al gobierno. Los hechos demuestran lo lejos que estamos de tal versión idílica. La violencia contra la sociedad va en aumento, en muchas formas no sólo la que ejercen las fuerzas armadas.
Es una violencia terrible la marginación en que sobrevive una tercera parte de la población del país, la cual no tiene recursos ni siquiera para adquirir media canasta básica, carece de los más elementales niveles mínimos de bienestar y sobrevive, ahora sí, “hasta que Dios quiere”. Por eso resulta insultante la demagogia que utiliza el inquilino de Los Pinos para hacer creer que vivimos en un país sin problemas graves, que su “gobierno” tiene plena aceptación de la sociedad mayoritaria, cuando lo que sucede es que a ésta no se le permite hacer oír su voz.
A punto de finalizar la primera mitad del sexenio, Peña Nieto no tiene empacho en decir que “vamos por el rumbo correcto”, que prácticamente vamos saliendo de los graves problemas que se vienen acumulando desde hace tres décadas. Ello obedece, según él, a que se ha dedicado a “derribar barreras”, cuando en realidad las ha apuntalado con sus políticas públicas antidemocráticas y regresivas, como las que engloban las mal llamadas reformas estructurales.
Con su demagogia característica, en la capital de Sonora, adonde acudió para apoyar a la gobernadora impuesta por Manlio Fabio Beltrones, la priísta Claudia Pavlovich, afirmó: “Este gobierno (el suyo) partió del diagnóstico existente, en el cual se atribuía la situación a la falta de acuerdos y de las reformas necesarias. Por ello, este ha sido un gobierno que ha venido y ha llegado para derribar las barreras”. ¿A qué barreras se referirá? Porque la realidad demuestra que nunca como ahora, con excepción del porfiriato, la división entre los mexicanos es un factor que obstaculiza el progreso nacional.
De un lado están las élites, protegidas por las fuerzas armadas, y del otro la inmensa mayoría de las clases mayoritarias, las que décadas atrás contaban con el escudo que formaban las clases medias en ascenso. Ese escudo ya no existe, porque en vez de incrementarse, las clases medias han venido disminuyendo de forma acelerada, en consonancia con el aumento del costo de la vida, de la reducción de los salarios, de la falta de perspectivas para los jóvenes que tienen la oportunidad de estudiar una carrera profesional.
Aun así, Peña Nieto afirma: “Algo que me queda muy claro es que cuando hay unidad entre los mexicanos y cuando estamos en un solo frente generamos una fuerza positiva de transformación”. ¿Qué unidad puede haber entre clases tan distantes y desiguales? Obviamente ninguna. Y menos la habrá mientras más avance el sexenio, mientras la derecha se mantenga en el poder, ya que carece del más elemental sentido de solidaridad social, factor determinante para que se den condiciones mínimas para acciones conjuntas entre clases diferentes, pero que al menos tienen un objetivo histórico común, como sucedió en el régimen del Presidente Lázaro Cárdenas.
Que caminamos en reversa no sólo lo afirman los principales organismos internacionales, corresponsables de nuestras desgracias, sino las cifras del Banco de México, el cual bajó por enésima vez la previsión de crecimiento del PIB. El martes lo situó en 2.29 por ciento, cuando un mes antes lo había situado en 2.31 puntos porcentuales. Y seguramente seguirá bajando en lo que resta del sexenio, para que al finalizar sumemos otro sexenio fallido, aunque sólo para el pueblo porque lo que es la cúpula oligárquica sigue acumulando riquezas y privilegios. ¿Hasta cuándo?
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