26/10/2015
Opinión
Estamos
en plena campaña por la reforma a la Constitución para permitir o no la
posibilidad de reelección del presidente y vicepresidente de Bolivia y
lo que está en juego es algo más que esta posibilidad. Detrás del Sí y
del No entran en disputa nuevamente dos concepciones de democracia y
dos proyectos políticos diferentes.
Una de las propuestas políticas, la del No, defiende una democracia formal que tendría como su fundamento la alternancia en el gobierno, argumento que esgrime la derecha en Bolivia y, el proyecto político que propone, aún sin decirlo, es uno que le devuelva la primacía al mercado o al menos la “moderación” de lo que ellos califican como “políticas populistas radicales”.
La otra, es la que impulsan los movimientos sociales para llamar a votar por el Sí para seguir en la senda del proceso de cambio inaugurado el 2005 en el ejercicio de una democracia pluralista.
El eje de la campaña del No es la tesis de la “alternancia como sinónimo de democracia”, la derivación es que sin alternancia lo que hay es dictadura y autoritarismo, ergo, Evo Morales es un dictador.
Este argumento ha ido perdiendo fuerza porque no tiene fundamento empírico y se basa en una teoría acotada de la democracia.
No tiene respaldo empírico porque en la historia de las democracias latinoamericanas y boliviana no hay evidencia de que la sola alternancia inmunice contra el autoritarismo en este tipo de gobiernos.
Una figura de la alternancia es aquella que sólo veta la continuidad de las personas, de modo que no riñe con la permanencia en el poder de un solo partido; la alternancia en el poder de personas del mismo partido ha sido moneda corriente en casi todos los países de América Latina, Bolivia no es la excepción y el PRI de México el mejor ejemplo.
México, país es en el que ha predominado la alternancia en los gobiernos con un régimen monopartidista, era sin embargo un sistema autoritario. Para superar este “autoritarismo” y convertirse en democrático, se decía, que le faltaban un sistema plural de partidos representativo y un sistema electoral capaz de ofrecer garantías de imparcialidad y equidad. Esas dos piezas, fueron puestas en práctica en la década del noventa. ¿Cuál fue el resultado? Mayor concentración de la riqueza, mayor pobreza, mayor peligro e inseguridad, las riendas políticas en manos de los más adinerados, gobiernos plutocráticos sin muchos equivalentes en el mundo.
En Bolivia, aunque por periodos breves hemos recorrido la misma senda, desde la revolución del 1952 a 1965 la permanencia de un solo partido con alternancia presidencial y luego con la recuperación de la democracia desde 1982 hasta el 2005 instituyendo un sistema electoral con pluralidad de partidos. ¿Cuál es el balance?
La alternancia no contribuyó a una real democratización del régimen político, ésta se limitó a cambios cosméticos en relación a las libertades democráticas para encubrir una “democracia de mercado”, la que en su creciente degradación condujo al país a una profundización de los rasgos autoritarios que tuvo, hasta alcanzar su punto culminante en Octubre del 2003. ¿Cuál es la causa de esta degradación?
La ausencia de la participación del pueblo, porque jamás se les pasó por la cabeza preguntar, por ejemplo, qué opinaba el pueblo acerca del negocio del gas donde las transnacionales reunidas en un consorcio denominado Pacific LNG, conformado por Repsol-YPF, Panamerican Gas y British Gas, se proponían ganar 20 mil millones de dólares en las siguientes décadas, dejando al Estado boliviano sumas insignificantes en concepto de impuestos y regalías.
Por tanto, no tendría que sorprender que estudiosos de la democracia representativa sostengan que la alternancia en el poder por sí sola no es un principio fundamental para la democracia, afirmación que se basa en investigaciones acerca de los sistemas electorales, del Presidencialismo y el parlamentarismo en América Latina y el mundo[i], donde abundan ejemplos de mandatarios que abusan del poder, violan las libertades públicas, malversan fondos públicos y concentran el poder, como en Bolivia de las épocas neoliberales.
Otro intelectual, Michangelo Bovero[ii], va más allá, al sostener que alternancia y democracia no son sustancialmente coincidentes porque “puede haber alternancia sin democracia y puede haber democracia sin alternancia”. Que lo importante, es que previamente sean satisfechas lo que él llama "precondiciones de la democracia, y la principal, la igualdad entre todos los ciudadanos en el goce de los derechos fundamentales, y no sólo de los derechos de libertad, sino también de los más elementales derechos sociales (a la supervivencia, a la salud, a la educación, etc.).
En definitiva el argumento de la alternabilidad como fundamento de la democracia liberal es falso, pero entonces, ¿cuál es su fundamento?
Una democracia oligárquica al servicio del mercado
Existe en teoría política el llamado enfoque realista de la democracia que consiste en acotar el significado de la democracia a un método de competencia electoral para formar gobierno, esta teoría reduce las expectativas y el papel de la ciudadanía al acto de votar y no influir en los resultados del gobierno democrático.
El autor de la democracia “realista” es un economista austriaco, Joseph Schumpeter, para él, la idea de democracia clásica (la liberal) debía ceder su lugar a una representación realista que debe colocar en la “planta baja” del nuevo modelo de democracia aquello que el modelo clásico siempre consideró una aberración, la formación de oligarquías políticas y la consecuente resignación del dominio del poder a la alternancia de minorías selectas.
Karl Popper la sintetiza en su famosa definición mínima según la cual la democracia es el régimen en el que es posible “desechar pacíficamente” a los gobernantes.
De este modo el elitismo no sería una negación de la democracia mientras la alternancia sea pacífica y se encuentre regulada por un procedimiento electoral, ya que desde el punto de vista formal no se altera ningún aspecto básico del Estado de Derecho, pero lo que se modifica es la interpretación y el sentido general de la democracia, que transita de una cuestión de soberanía a una cuestión de gobernabilidad, pero con este “giro copernicano” (Naishtat, 2001)[iii] se resignan algunos de los “ideales” de igualdad, de transparencia y de participación, que han sido los ejes del proyecto político democrático de la Ilustración.
El énfasis de esta concepción de democracia no está en el poder del pueblo sino en sus derechos pasivos, no apunta a su soberanía sino solamente a la protección de los derechos individuales contra la injerencia del poder de otros, como lo recuerda Meikins Wood (2006)[iv], señalando que esta concepción de democracia “se focaliza meramente en el poder político, abstrayéndolo de las relaciones sociales, apelando a un tipo de ciudadanía pasiva en la cual el ciudadano es efectivamente despolitizado”.
En resumen y no se puede ser más claro, esa democracia centrada en la gobernabilidad de minorías selectas (la clase política) con una ciudadanía pasiva y despolitizada, es la que ha tenido plena vigencia en Bolivia desde mediados de los año 1985 hasta el 2005. Una gobernabilidad con procedimientos de mercado y no el de una genuina democracia liberal. Esto es lo que el pueblo ha llamado una democracia oligárquica del cual fueron actores privilegiados Tuto y Doria Medina, por cuyo retorno pugna hoy la oposición en Bolivia.
La sinrazón del NO
Sin embargo de todo lo anterior, hay algo mucho más profundo e inconfesado detrás del NO. Es el desprecio a la voluntad popular, fruto del prejuicio ideológico.
La derecha en Bolivia es consciente que hoy no es políticamente correcto decir que las amplias masas campesinas, indígenas, trabajadores y sectores populares, no tienen la educación suficiente para decidir sobre importantes cuestiones públicas. Hasta antes del 2005, lo expresaban sin tapujos, un ejemplo es José Gramunt que decía: "no creo en el referéndum vinculante, porque eso sería ni más ni menos, democracia directa, que es ir contra la democracia representativa. Ese camino solo funciona en Suiza por su educación política" (La Razón, 11-12-2003, en un artículo de opinión de su autoría titulado “Mesa prisionero del Palacio).
Dicho más claramente, las masas bolivianas ignorantes e incultas son incapaces de opinar sobre su destino, casi como antes de la revolución del 52, donde los indios no podían votar porque no sabían leer ni escribir. Esa tarea está reservada para las elites educadas.
Ahí la sinrazón del desprecio y, al mismo tiempo, temor al veredicto popular.
Pero el pueblo no necesita tutelaje y lo ha demostrado muchas veces, guste o no guste a los "educados" bien pensantes.
Notas
Una de las propuestas políticas, la del No, defiende una democracia formal que tendría como su fundamento la alternancia en el gobierno, argumento que esgrime la derecha en Bolivia y, el proyecto político que propone, aún sin decirlo, es uno que le devuelva la primacía al mercado o al menos la “moderación” de lo que ellos califican como “políticas populistas radicales”.
La otra, es la que impulsan los movimientos sociales para llamar a votar por el Sí para seguir en la senda del proceso de cambio inaugurado el 2005 en el ejercicio de una democracia pluralista.
El eje de la campaña del No es la tesis de la “alternancia como sinónimo de democracia”, la derivación es que sin alternancia lo que hay es dictadura y autoritarismo, ergo, Evo Morales es un dictador.
Este argumento ha ido perdiendo fuerza porque no tiene fundamento empírico y se basa en una teoría acotada de la democracia.
No tiene respaldo empírico porque en la historia de las democracias latinoamericanas y boliviana no hay evidencia de que la sola alternancia inmunice contra el autoritarismo en este tipo de gobiernos.
Una figura de la alternancia es aquella que sólo veta la continuidad de las personas, de modo que no riñe con la permanencia en el poder de un solo partido; la alternancia en el poder de personas del mismo partido ha sido moneda corriente en casi todos los países de América Latina, Bolivia no es la excepción y el PRI de México el mejor ejemplo.
México, país es en el que ha predominado la alternancia en los gobiernos con un régimen monopartidista, era sin embargo un sistema autoritario. Para superar este “autoritarismo” y convertirse en democrático, se decía, que le faltaban un sistema plural de partidos representativo y un sistema electoral capaz de ofrecer garantías de imparcialidad y equidad. Esas dos piezas, fueron puestas en práctica en la década del noventa. ¿Cuál fue el resultado? Mayor concentración de la riqueza, mayor pobreza, mayor peligro e inseguridad, las riendas políticas en manos de los más adinerados, gobiernos plutocráticos sin muchos equivalentes en el mundo.
En Bolivia, aunque por periodos breves hemos recorrido la misma senda, desde la revolución del 1952 a 1965 la permanencia de un solo partido con alternancia presidencial y luego con la recuperación de la democracia desde 1982 hasta el 2005 instituyendo un sistema electoral con pluralidad de partidos. ¿Cuál es el balance?
La alternancia no contribuyó a una real democratización del régimen político, ésta se limitó a cambios cosméticos en relación a las libertades democráticas para encubrir una “democracia de mercado”, la que en su creciente degradación condujo al país a una profundización de los rasgos autoritarios que tuvo, hasta alcanzar su punto culminante en Octubre del 2003. ¿Cuál es la causa de esta degradación?
La ausencia de la participación del pueblo, porque jamás se les pasó por la cabeza preguntar, por ejemplo, qué opinaba el pueblo acerca del negocio del gas donde las transnacionales reunidas en un consorcio denominado Pacific LNG, conformado por Repsol-YPF, Panamerican Gas y British Gas, se proponían ganar 20 mil millones de dólares en las siguientes décadas, dejando al Estado boliviano sumas insignificantes en concepto de impuestos y regalías.
Por tanto, no tendría que sorprender que estudiosos de la democracia representativa sostengan que la alternancia en el poder por sí sola no es un principio fundamental para la democracia, afirmación que se basa en investigaciones acerca de los sistemas electorales, del Presidencialismo y el parlamentarismo en América Latina y el mundo[i], donde abundan ejemplos de mandatarios que abusan del poder, violan las libertades públicas, malversan fondos públicos y concentran el poder, como en Bolivia de las épocas neoliberales.
Otro intelectual, Michangelo Bovero[ii], va más allá, al sostener que alternancia y democracia no son sustancialmente coincidentes porque “puede haber alternancia sin democracia y puede haber democracia sin alternancia”. Que lo importante, es que previamente sean satisfechas lo que él llama "precondiciones de la democracia, y la principal, la igualdad entre todos los ciudadanos en el goce de los derechos fundamentales, y no sólo de los derechos de libertad, sino también de los más elementales derechos sociales (a la supervivencia, a la salud, a la educación, etc.).
En definitiva el argumento de la alternabilidad como fundamento de la democracia liberal es falso, pero entonces, ¿cuál es su fundamento?
Una democracia oligárquica al servicio del mercado
Existe en teoría política el llamado enfoque realista de la democracia que consiste en acotar el significado de la democracia a un método de competencia electoral para formar gobierno, esta teoría reduce las expectativas y el papel de la ciudadanía al acto de votar y no influir en los resultados del gobierno democrático.
El autor de la democracia “realista” es un economista austriaco, Joseph Schumpeter, para él, la idea de democracia clásica (la liberal) debía ceder su lugar a una representación realista que debe colocar en la “planta baja” del nuevo modelo de democracia aquello que el modelo clásico siempre consideró una aberración, la formación de oligarquías políticas y la consecuente resignación del dominio del poder a la alternancia de minorías selectas.
Karl Popper la sintetiza en su famosa definición mínima según la cual la democracia es el régimen en el que es posible “desechar pacíficamente” a los gobernantes.
De este modo el elitismo no sería una negación de la democracia mientras la alternancia sea pacífica y se encuentre regulada por un procedimiento electoral, ya que desde el punto de vista formal no se altera ningún aspecto básico del Estado de Derecho, pero lo que se modifica es la interpretación y el sentido general de la democracia, que transita de una cuestión de soberanía a una cuestión de gobernabilidad, pero con este “giro copernicano” (Naishtat, 2001)[iii] se resignan algunos de los “ideales” de igualdad, de transparencia y de participación, que han sido los ejes del proyecto político democrático de la Ilustración.
El énfasis de esta concepción de democracia no está en el poder del pueblo sino en sus derechos pasivos, no apunta a su soberanía sino solamente a la protección de los derechos individuales contra la injerencia del poder de otros, como lo recuerda Meikins Wood (2006)[iv], señalando que esta concepción de democracia “se focaliza meramente en el poder político, abstrayéndolo de las relaciones sociales, apelando a un tipo de ciudadanía pasiva en la cual el ciudadano es efectivamente despolitizado”.
En resumen y no se puede ser más claro, esa democracia centrada en la gobernabilidad de minorías selectas (la clase política) con una ciudadanía pasiva y despolitizada, es la que ha tenido plena vigencia en Bolivia desde mediados de los año 1985 hasta el 2005. Una gobernabilidad con procedimientos de mercado y no el de una genuina democracia liberal. Esto es lo que el pueblo ha llamado una democracia oligárquica del cual fueron actores privilegiados Tuto y Doria Medina, por cuyo retorno pugna hoy la oposición en Bolivia.
La sinrazón del NO
Sin embargo de todo lo anterior, hay algo mucho más profundo e inconfesado detrás del NO. Es el desprecio a la voluntad popular, fruto del prejuicio ideológico.
La derecha en Bolivia es consciente que hoy no es políticamente correcto decir que las amplias masas campesinas, indígenas, trabajadores y sectores populares, no tienen la educación suficiente para decidir sobre importantes cuestiones públicas. Hasta antes del 2005, lo expresaban sin tapujos, un ejemplo es José Gramunt que decía: "no creo en el referéndum vinculante, porque eso sería ni más ni menos, democracia directa, que es ir contra la democracia representativa. Ese camino solo funciona en Suiza por su educación política" (La Razón, 11-12-2003, en un artículo de opinión de su autoría titulado “Mesa prisionero del Palacio).
Dicho más claramente, las masas bolivianas ignorantes e incultas son incapaces de opinar sobre su destino, casi como antes de la revolución del 52, donde los indios no podían votar porque no sabían leer ni escribir. Esa tarea está reservada para las elites educadas.
Ahí la sinrazón del desprecio y, al mismo tiempo, temor al veredicto popular.
Pero el pueblo no necesita tutelaje y lo ha demostrado muchas veces, guste o no guste a los "educados" bien pensantes.
Notas
[ii] Democracia, alternancia, elecciones - Instituto Nacional en www.ife.org.mx/documentos/DECEYEC/conferencia11.htm
[iii]
Naihat, Francisco. 2001. Democracia ayer y hoy: de la soberanía a la
gobernabilidad. En la revista Actuel Marx , ¿Pensamiento único en
Filosofía Política?., ED. Argentina K&ai Ediciones
[iv]
Meikins, Ellen.2006. Estado, Democracia y globalización, en: La Teoría
Marxista Hoy. Boron, Amadeo, Gonzales (compiladores), Ed. CLACSO libros,
Buenos Aires, Argentina.
http://www.alainet.org/es/articulo/173232
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