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Adital
Atilio Borón acaba de ganar la octava edición del Premio Libertador al
Pensamiento Crítico que otorga el Gobierno venezolano. Lo hizo con su obra
América Latina en la geopolítica del imperialismo. Pero este sociólogo y
politólogo argentino también podría ganar –si existiera– un premio al
pensamiento ácido, en especial cuando escribe artículos como uno de los más
recientes en el que compara a Europa con la puta de Babilonia, por la actitud
de los gobiernos que le negaron acceso a su espacio aéreo y sus aeropuertos al presidente
de Bolivia Evo Morales. "Es un episodio bíblico –explica– y se refiere a una
mujer que se prostituyó con los reyes de la Tierra”.
—Pese a todos los progresos, es obvio que en América Latina sigue
existiendo una mentalidad proimperialista muy acendrada, al menos en sus
estatus quo. Por ejemplo, la oligarquía colombiana habla de pensar en grande
cuando se refiere a la posibilidad de integrarse a la OTAN. ¿Podrán las fuerzas
progresistas superar el peso muerto de ese pensamiento reaccionario?
—Soy optimista al respecto. Creo que lentamente se ha logrado ir
erosionando esa mentalidad proimperialista, colonial, que durante mucho tiempo
caracterizó a la opinión pública y a la dirigencia política de América Latina.
En ese sentido, pienso que es clave la gran misión que llevó a cabo el
presidente Hugo Chávez, quien levantó las banderas que había enarbolado Fidel
Castro en la década de los 60 y 70. El papel de Chávez fue fundamental porque,
por diversas razones, la influencia de Cuba había decaído sensiblemente. Con el
gobierno del presidente Chávez comienza a producirse un cambio significativo y
ahora, sin caer en triunfalismos, podemos confiar en que, si seguimos
trabajando a fondo, la visión antiimperialista se va a arraigar en América
Latina. De hecho, creo que eso ya se aprecia. Por ejemplo, las opiniones con
respecto a los presidentes norteamericanos antes eran mayoritariamente
admirativas, las élites políticas latinoamericanas los presentaban como unos
héroes. Ahora se aprecian unas posturas mucho más críticas.
—Frente a la integración latinoamericana-caribeña con enfoque
antiimperialista, hay una respuesta de la derecha con un bloque comercial, la
Alianza del Pacífico, que ha comenzado a cumplir funciones de contrapeso
político a la Unión de Naciones de Suramérica (Unasur), la Alianza Bolivariana
para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (Celac). ¿Cómo vislumbra usted el futuro de esa
confrontación?
—Yo veo que la Alianza del Pacífico es fundamentalmente una alianza
político-militar, aunque se le pretenda presentar como meramente económica. Su
objetivo principal es erosionar el bloque de países suramericanos y
específicamente la Unasur. Eso lo acabamos de ver en la reunión de Cochabamba,
pues no participó ninguno de los presidentes de los tres países de la Alianza
(Colombia, Perú y Chile, que son miembros, junto a Costa Rica y México). La
ausencia de Perú tiene un agravante y es que ese país desempeña la presidencia
pro témpore de la Unasur y, por tanto, debió ser quien convocara la reunión
para discutir el caso de la violación a los derechos del presidente Evo
Morales. Ollanta Humala no ejerció su rol de presidente temporal de la Unasur y
cometió con ello una gravísima transgresión. Quedó demostrado que su visión de
los asuntos internacionales está subordinada a Washington. Lo que debió ser una
cumbre de presidentes de la Unasur se convirtió en apenas un encuentro de
algunos presidentes. Esto habla de la influencia perniciosa que la Alianza del
Pacífico ejerce sobre los procesos de integración de América Latina. Estados
Unidos no tolera esa integración, la considera lesiva para sus intereses
nacionales. La reunión de Cochabamba fue saboteada por Washington a través de
sus aliados en la región, tal como lo denunció, con otras palabras, el
presidente ecuatoriano Rafael Correa. Él se refería principalmente a Humala,
que estaba apenas a una hora de vuelo de Cochabamba, porque el presidente de
Colombia, (Juan Manuel) Santos, tenía la excusa de que se encontraba en Suiza.
La lógica de la Alianza del Pacífico es debilitar la integración de los pueblos
latinoamericanos y Humala cumplió con la orden directa de Washington. En cuanto
a (Sebastián) Piñera (presidente de Chile) no hay mucho que decir: él siempre
obedece las órdenes de Washington y nada más.
—¿El episodio del avión presidencial boliviano es una advertencia acerca
de hasta dónde están dispuestas a llegar las fuerzas imperiales para demostrar
quién manda en el mundo?
—Sí, es un mensaje mafioso, porque muy bien pudieron negarle el plan de
vuelo al avión del presidente Morales, pero lo dejaron despegar para luego
poner en peligro la seguridad de esa nave. Una cosa es que a usted le adviertan
en tierra que no lo van a dejar pasar por el espacio aéreo de un país y otra,
muy distinta, es que lo hagan cuando ya está en el aire y se está quedando sin
combustible. Eso demuestra el grado de la preocupación que tiene EEUU de que el
señor Edward Snowden cuente todas las fechorías, crímenes, tropelías y delitos
cometidos por la Agencia de Seguridad Nacional. Por eso les dio la orden a las
naciones de Europa de tratar así a Evo Morales, causando una crisis
internacional mayúscula, aunque hay que decir que el secretario general de las
Naciones Unidas, Ban Ki-moon, no se ha dado por enterado y no hizo ninguna
declaración. Ese señor solo actúa cuando la Casa Blanca se lo ordena. En este
caso le dijeron que se quedara callado ante una violación brutal de la
soberanía.
—¿Qué importancia le otorga actualmente la élite de Estados Unidos a
América Latina? ¿La tesis del patio trasero ha cambiado o se mantiene?
—Tienen un concepto muy complicado, una mezcla de desprecio hacia
nosotros y una irresistible atracción por nuestros recursos naturales. Por una
parte, nos consideran racial y moralmente inferiores. Aunque se cuiden de
decirlo, lo demuestran con su comportamiento. Prevalece la tesis del patio
trasero, algo feo, sucio, que es preferible que nadie lo vea. Claro, que esta
es la visión de la élite estadounidense, no la del pueblo, que en última
instancia es también víctima de la explotación de esas élites. El Comandante
Chávez siempre insistió en que hay que diferenciar entre pueblo y gobierno. El
salario mínimo de un trabajador de EEUU es hoy igual al de 1979, hace 34 años
que no se aumenta, mientras la clase dominante se ha enriquecido como nunca.
Esos trabajadores son aliados nuestros porque son un pueblo explotado por la
misma burguesía que explota al resto del mundo y que si hubiera vida en Marte,
también se las arreglarían para explotar a los marcianos. En suma, nos
desprecian, pero saben que la mayor reserva petrolera del mundo está en
Venezuela, y que 80% del litio, un mineral estratégico para las
telecomunicaciones, está en América Latina; y que la mitad de la biodiversidad
y del agua dulce está en América Latina.
NO AL PACHAMAMISMO
—Usted dice que en América Latina hay un debate entre pachamamismo y
extractivismo. ¿Cuál de los países cree usted que ha manejado mejor el balance?
—Es difícil decirlo, aunque creo que Venezuela, Ecuador y Bolivia han
hecho un gran esfuerzo por lograr un justo punto de equilibrio entre la defensa
de la madre tierra (el pachamamismo), de los recursos naturales y la necesidad
que tenemos de aprovechar esos recursos. El pachamamismo, en sus versiones más
extremas, nos lleva de vuelta a la época de las cavernas, porque tendríamos que
dejar de producir electricidad y de construir casas de ladrillo, por ejemplo.
Es un planteo que no tiene ninguna seriedad, algo retórico, efectista, que no
enfrenta los problemas reales. Tenemos casos como el de Ecuador, cuya población
se duplica cada 25 años y si no aprovecha los recursos de manera responsable y
prudente, condena a esa población a vivir en peores condiciones que las
actuales. Lo mismo pasa con Venezuela, que en 30 años tendrá más de 50 millones
de habitantes y si no se hace un uso racional de los recursos naturales, esa
población estará sentenciada de antemano. Yo rechazo la división que algunos
compañeros de la corriente pachamamista pretenden establecer entre la
naturaleza y la sociedad. Yo creo que la sociedad humana forma parte de la
naturaleza y la salvación de la naturaleza debe incluir la preservación de la
sociedad humana. A veces se plantea un debate muy injusto. Dicen que los
gobiernos de Ecuador, Bolivia y Venezuela son hipócritas porque hablan de
revolución, pero siguen explotando el petróleo, el gas, el litio… ¿Pero, qué
quieren que hagan, cómo atender los problemas de la gente más pobre sin tocar
esos recursos? Lo que se debe hacer es evitar la explotación capitalista, que
es predatoria y derrochadora, pero se pueden aprovechar los recursos para que
la población viva mejor.
LOS ENOJADOS BRASILEÑOS
—En su afán de control global, la élite hegemónica ha creado nuevos
mecanismos de supresión de gobiernos y liderazgos nacionalistas,
antiimperialistas, contrahegemónicos. Uno de ellos es atizar rebeliones
populares que comienzan en las capas medias y luego toman cuerpo entre los
pobres. Visto lo ocurrido en Brasil, ¿corren los gobiernos de izquierda de Latinoamérica
el riesgo de ser derrocados por sus propios pueblos?
—Lo de Brasil no es algo asimilable con otras protestas, como por
ejemplo las que ha habido en Argentina contra el gobierno de Cristina. En
primer lugar porque la composición racial de los manifestantes evidenciaba la
presencia importante de sectores populares. No es gente que quiera una vuelta a
la derecha y el neoliberalismo, sino que estaban realmente muy enojados por el
hecho de que los grandes beneficiarios de la gestión macroeconómica de los
gobiernos tanto de Lula (Da Silva) como de Dilma (Rousseff), han sido los
bancos. Esto lo dijo el propio Lula, cuando lamentó que el esfuerzo para que
millones de personas salieran de la pobreza haya significado también el
enriquecimiento brutal de los bancos. Bueno, pues esa gente que ahora tiene una
situación un poquito mejor, ve cómo la mitad del presupuesto nacional va al
servicio de la deuda pública y enormes porciones se están gastando en los
Juegos Olímpicos y la Copa del Mundo. Eso produjo una oleada de indignación que
de alguna manera significa el inicio de un nuevo ciclo de luchas populares.
Pero esas luchas no tendrán como objetivo derrocar al gobierno de Dilma, sino
instarla a que avance por una vía más radical en cuanto a la redistribución del
ingreso, más control estatal sobre la actividad económica, es decir, por una
vía más parecida al fenómeno chavista que a los gobiernos neoliberales.
Contra el consumismo, educación
Educación. Tal es la medicina que Atilio Borón recomienda para el virus
de la mentalidad capitalista que, a su juicio, afecta muy especialmente a
Venezuela.
El intelectual argentino ha estado varias veces en el país y ha podido
comprobar el conflicto existente entre las ideas socialistas y nuestra
tendencia al individualismo, el egoísmo y el consumismo exacerbado.
"Eso se resuelve en un proceso de largo plazo, basado en un intenso
esfuerzo de educación popular -puntualiza-. Venezuela es un país que ha estado
sometido brutalmente a la hegemonía cultural del imperialismo norteamericano.
Yo diría que más que ningún otro y eso no se puede cambiar de la noche a la
mañana, se debe hacer lentamente, enseñándole a la gente por qué el consumismo
es, en realidad, un vicio y genera contradicciones que perjudican a toda la
sociedad”.
Borón cierra su reflexión en tono anecdótico: "He visto en Caracas a
compañeros que son genuinos revolucionarios, pero están obsesionados por
cambiar de teléfono celular cada seis meses y eso demuestra lo acendrada que
está la cultura del consumismo, incluso en cuadros revolucionarios. Eso es
comprensible porque ha habido, desde hace al menos cien años, un proceso de
adoctrinamiento mercantilista que promueve el consumo desenfrenado. La salida
es la educación de las clases populares… porque en el caso de esos a los que
Chávez llamaba los pitiyanquis, no hay nada que hacer, esos son
irrecuperables”.
¡Peligro!,
imperio en decadencia
Con una licenciatura en Sociología de la Universidad Católica de Buenos
Aires, un máster en Ciencias Políticas por la Facultad Latinoamericana de
Ciencias Sociales, de Santiago de Chile, y un doctorado, también en Ciencias
Políticas, por la Universidad de Harvard, Estados Unidos, Atilio Borón ya
tendría autoridad suficiente para opinar. Pero más allá de sus títulos, lo
autoriza su vida, porque ha sido un hombre consecuente con sus ideas, que debió
vivir en el exilio, en México, entre 1976 y 1984, la noche más oscura de su
Argentina.
Con el surgimiento de liderazgos y procesos de avanzada en la América
Latina del siglo XXI, Borón salió del claustro de la Universidad de Buenos
Aires, donde es profesor titular, para participar activamente en los
principales debates de este tiempo, entre ellos la situación y perspectivas de
las fuerzas imperiales aquí y ahora.
-Solía decir el presidente Chávez que el imperialismo estadounidense
está ya en declive y que en este siglo se registrará su desaparición. ¿Usted
qué cree?
-Chávez tenía razón. En mi libro demuestro cómo ha habido una decadencia
irreversible del imperialismo norteamericano. Pero, claro, eso no significa que
se vaya a acabar en pocos años ni que el proceso vaya a ser pacífico. Sostengo
la tesis de que los imperios se vuelven más violentos en la fase de decadencia.
El imperio francés nunca fue tan sanguinario como cuando libró su última gran
guerra, en Argelia; el imperio británico nunca fue tan sanguinario como cuando
tuvo que combatir a los nacionalistas de la India; el imperio español nunca fue
tan sanguinario como cuando intentó impedir la independencia de sus colonias
americanas. En su fase de declinación, todos los imperios se vuelven más
virulentos y EEUU no será la excepción.
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