Mario Roberto Morales (*)
GUATEMALA
- Debemos librar la lucha ideológica como “intelectuales públicos”; esa
clase de intelectuales que Gramsci proponía como aquellos que no
permanecen encerrados en la academia. Se puede hacer desde el
periodismo de opinión, desde la cátedra, desde el discurso político, el
activismo y demás. También, dándonos a la tarea de asistir
gratuitamente a jóvenes que así lo soliciten, para forjarse una cultura
política bajo principios de historicidad, criticidad y radicalidad. Es
decir, estudiando los hechos sociales históricamente por medio del
ejercicio autoformado del propio criterio libre y yendo a la raíz de
los problemas, que es lo que implica ser radical.
Independientemente
de este esfuerzo, de hecho existe ya en nuestro país un pequeño pero
efectivo grupo de jóvenes intelectuales de izquierda (dispersos y
provenientes de distintos estratos sociales e instituciones educativas)
que bien podrían constituir el embrión de un “bloque histórico” que,
como quería Gramsci, contribuya a darle forma y orientación al cambio
social en esta era de globalización del capitalismo corporativo
transnacional y de posmodernidad “cooltural” masiva.
Dentro
de nuestro país, nuestra postura debe ser anti-oligárquica. En el plano
internacional, hay que ubicarse en las posiciones de la
alterglobalización, el ecologismo político, el feminismo
no-antimasculino, el relativismo cultural crítico y la democratización
del capitalismo como táctica de crear condiciones para rehabilitar la
posibilidad de construir un sistema económico justo que deje atrás y
supere cualitativamente al socialismo real; esto, a partir de alianzas
interclasistas, las cuales extraerían su naturaleza de la situación
concreta del país de que se trate. Para nuestro país, debemos proponer
el diseño de un “interés nacional” multiclasista que nos incluya a
todos en el empleo, el salario y el consumo, e incluso proponerle a la
oligarquía no sólo ser clase dominante, sino también clase dirigente de
un proyecto capitalista democrático, en condiciones de igualdad con la
pequeña burguesía, las capas medias y las masas populares. Así, podría
ser accionista de todas las pequeñas y medianas empresas nuevas y haría
más dinero (que es lo que le importa).Y esto no es utópico. Es el único
camino que le queda a la oligarquía para sobrevivir. Si no lo hace, la
conflictividad social la derrocará sin remedio. No digamos a los
sectores militares y neoliberales fascistas que son sus perros de presa.
Las
coordenadas que articularon el pasado se destruyeron. Y lo que menos
conviene es vivir en la nostalgia “de lo que pudo haber sido y no fue”.
Esto está bien para el bolero. Pero no para la praxis política
creativa. Como quería Mariátegui, la revolución será “creación heroica”
o no será. A mi generación le toca formar cuadros nuevos que piensen
por sí mismos, y no que piensen como nosotros pensamos ahora y mucho
menos como pensábamos cuando protagonizamos los hechos de izquierda
cuyos efectos siguen marcándole el paso a nuestra sociedad. Esto no
quiere decir que haya que olvidar el pasado ni romper artificialmente
con él, porque si no comprendemos de dónde venimos, no podemos saber
hacia dónde vamos. El gran error de la universidad neoliberal es formar
robots repetidores, pues así estanca su pensamiento y lo hace moverse
en círculo y sin posibilidades de desarrollo. Por suerte, es lo único
que sabe hacer.
(*) Columnista de ContraPunto
No hay comentarios:
Publicar un comentario