Ángel Guerra Cabrera /I
Hace
60 años Cuba necesitaba una estremecedora revolución social. Sólo a
través de ella sería posible liberar al país del dominio económico,
político y cultural establecido por el imperialismo de Estados Unidos
con la intervención militar de 1898 y de la costra mental heredada del
colonialismo español y el régimen esclavista. Imperaba el latrocinio
del presupuesto y La Habana se había convertido en un gran prostíbulo y
casino de juego para el turismo estadunidense. Prevalecía un primitivo
anticomunismo como valladar a cualquier reforma progresista.
Con el ataque al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 se inició la
tempestad revolucionaria. Sus antecedentes inmediatos se encuentran en
la intensa actividad política desarrollada por Fidel Castro y sus
compañeros desde el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952,
inauguración de la dictadura militar de Fulgencio Batista. Pero son de
enorme importancia los antecedentes mediatos: la revolución del 30 y la
de independencia del siglo 19, de donde surge José Martí, calificado
por Fidel como el autor intelectual del ataque al Moncada.
Aunque la operación terminó con una derrota militar, produjo una
honda conmoción moral en la sociedad cubana cuando se pudieron conocer
los crímenes cometidos por orden de Batista contra los jóvenes
insurgentes, de los que sólo ocho murieron en combate y 54 fueron
salvajemente torturados y asesinados después de hechos
prisioneros. Junto a acertadas acciones posteriores, el ataque al
Moncada aceleró la creación de las condiciones subjetivas que, unidas a
la precariedad económica y la opresión política de amplias capas de la
población, fermentaron el caldo de cultivo para la revolución.
Mediante la propaganda clandestina y el aprovechamiento de los
escasos momentos en que se levantaba la censura de prensa, el jefe de
los revolucionarios pudo dar a conocer desde la cárcel aquellos
crímenes. La obsesión de Batista por legitimarse electoralmente y la
movilización de masas por la amnistía política forzaron a la dictadura
a abrir espacios legales que permitieron la salida de la cárcel de
Fidel y sus compañeros.
La acertada combinación de la actividad clandestina con la legal
marcó la febril actividad organizativa y política de lo que pronto
sería conocido como Movimiento 26 de Julio. Para ese momento ya había
logrado difundir el alegato de Fidel ante los jueces, reconstruido en
la cárcel y sacado de allí subrepticiamente. La historia me absolverá,
como lo tituló su autor, dio a conocer a muchos los objetivos del
movimiento. Visto desde las seis décadas transcurridas es uno de los
documentos políticos iluminadores en la historia latinoamericana.
Para
una organización pequeña, sin armas ni apenas recursos económicos,
cuyos integrantes eran, salvo por Fidel, casi desconocidos, constituía
un gigantesco desafío enfrentarse y derrotar a una sangrienta dictadura
militar apoyada por Washington, a sólo unas decenas de kilómetros de
sus costas y sustentada en un aparato represivo de setenta mil hombres
bien equipados. La tarea exigía inmensa imaginación, audacia, profundas
convicciones patrióticas y revolucionarias, y cabal comprensión de la
realidad cubana de quienes iniciaron las acciones insurreccionales. La
adopción de una táctica y una estrategia capaces de vencer esos
obstáculos debió mucho al genio político y militar de Fidel, aunque
también otros de sus cercanos colaboradores destacaban por su talento,
además de su sensibilidad social, fibra moral, y entrega total a la
lucha. Destacadamente Abel Santamaría, su segundo al mando.
A diferencia de lo que ocurre hoy en Nuestra América, donde pese a
la tiranía neoliberal existe un razonable aunque inestable margen de
acción política legal, en la Cuba de entonces no había otro camino para
la movilización de las masas y la toma y consolidación revolucionaria
del poder que la lucha armada.
El ataque al Moncada inauguró una concepción renovadora sobre el
sujeto del cambio social en las condiciones de América Latina, sobre
las vías y formas de lucha y sobre el papel decisivo de la
subjetividad, inspirada en las ideas de Martí y en una interpretación
acertada de los clásicos del pensamiento socialista. Prefiguraba, en la
creatividad de las soluciones encontradas antes de esa acción, en la
prisión y en la guerra revolucionaria posterior, la gran hazaña
intelectual y política que ha exigido la trasformación revolucionaria
de Cuba bajo la inclemente hostilidad de Estados Unidos.
Twitter: @aguerraguerra
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