La socióloga ecuatoriana Irene León imparte una conferencia en la Academia de Socialismo 21
En
Europa y Estados Unidos se busca con urgencia la metodología que
permita romper una hegemonía neoliberal que se traduce en pauperación y
sufrimiento creciente de las poblaciones. Es la “política del dolor” a
la que se refiere Paul Krugman. O el “genocidio financiero” sobre el
que escribe Juan Torres. Otros hablan de medidas “austeritarias”. Tras
la imposición del rodillo neoliberal en el último cuarto del siglo XX,
América Latina se ha convertido en un laboratorio de alternativas. Un
faro que alumbra otro mundo posible. Por ejemplo, con propuestas como
el “buen vivir”, entendido como alternativa civilizadora, que se
pretende implementar en países como Ecuador y Bolivia. La socióloga
Irene León ha explicado la noción del “buen vivir” en la Universidad de
Verano de la Academia de Pensamiento Crítico, que organiza Socialismo
21 en Valencia. Irene León es directora de la Fundación de Estudios
Acción y Participación Social (FEDAEPS) de Ecuador, vicepresidenta de
la Agencia Latinoamericana de Información (ALAI); y ha publicado libros
como “mujeres en resistencia: experiencias, visiones y propuestas”, así
como numerosos artículos en la revista “América Latina en Movimiento”.
La “Revolución Ciudadana” de Ecuador (2007) y el proceso que da lugar al estado plurinacional boliviano (2005) sitúan como elemento central la idea del “buen vivir”. En ambos casos ligados a la construcción del socialismo. ¿Qué se entiende por “buen vivir”? Según Irene León, consiste en dar prioridad “a las relaciones armoniosas y de interdependencia entre todo lo viviente, es decir, entre los seres humanos y también en sus vínculos con la naturaleza y el resto de seres vivos”. La Constitución ecuatoriana reconoce los derechos de la naturaleza. También en Bolivia se ha otorgado pleno reconocimiento a la madre tierra (Pachamama).
La noción de “buen vivir” tiene implicaciones de enorme interés. Supone, en primer lugar, romper con las visiones antropocéntricas; además, implica una apuesta por otras formas de producción económica, en la que se consideren las “diversidades”; y no atender exclusivamente a unos derechos económicos y sociales subsumidos en los derechos humanos, sino aumentar la lente para incluir los derechos de la naturaleza, pensados en función de la reproducción de la vida. En síntesis, “considerar la vida y no el capital como hilo conductor de la existencia”, apunta Irene León.
El “buen vivir” requiere contextualización. No se trata de una iniciativa aislada, sino que adquiere sentido en el proceso de “desneoliberalización” en tres fases impulsado por la “revolución ciudadana” de Correa. En los primeros meses de gobierno, apunta Irene León, se produjo “un desprendimiento de las instituciones financieras internacionales; se marcó distancias con el FMI y el Banco Mundial para que dejaran de tener potestad sobre el gobierno de Ecuador”; además, el ejecutivo impulsó una auditoría de la deuda externa, la mayor parte ilegal e ilegítima, que sentó un precedente para la acción de los movimientos alternativos en todo el mundo; por último, se apuntó a una mayor autonomía respecto al poder de las transnacionales.
Y se reconoció constitucionalmente el “buen vivir”, con el fin de asumir todas las diversidades económicas, productivas y de las diferentes formas de propiedad existentes en Ecuador. La economía estatal, de mercado, social y comunitaria; el sistema económico no exclusivamente capitalista, también el de las nacionalidades y pueblos ancestrales; o el asociado a la economía informal que, según Irene León, “ha permitido históricamente a nuestra región resistir a la integración en el capitalismo mercantilista”. Las diversas fórmulas de propiedad: comunal, asociativa, privada, de los pueblos y comunidades. O una manera diferente de observar las relaciones comerciales, basadas en la reciprocidad y complementariedad, como ocurre en el marco del ALBA.
Se trata, en definitiva, de proponer una alternativa civilizadora cuyo eje sea “vivir en armonía, apunta Irene León; que haga posible la reproducción de los ciclos de la vida; y que ponga el énfasis en que para vivir no sólo son necesarios las cosas y los capitales”. También, buscar la felicidad. Estos principios constituyen el Plan Nacional para el Buen Vivir promovido por el ejecutivo ecuatoriano. El documento implica –en el discurso- una nueva cosmovisión. Frente al positivismo científico, reconoce formas de conocimiento muy diversas; frente a las tecnologías del poder (por ejemplo, las desarrolladas por las multinacionales de la comunicación), una revolución tecnológica basada en una visión endógena (UNASUR aprobó en noviembre de 2011 la creación de un mega-anillo de fibra óptica con una extensión de 10.000 kilómetros, que será gestionado por las empresas estatales de cada país).
La cumbre de jefes de estado del ALBA, que tendrá lugar a finales de julio en Guayaquil, abordará la integración económica, la soberanía energética y los programas sociales. Precisamente la soberanía económica, no sólo la de carácter político y geopolítico, es otra cuestión medular en la filosofía del “buen vivir”. Una cosmovisión que, por lo demás, incluye múltiples áreas. Según Irene León, “es un concepto complejo, históricamente construido, no lineal y en constante resignificación; se trata, más que de un marco cerrado, de una posibilidad”. La de romper con el antropocentrismo, las reglas capitalistas y neocoloniales; que Ecuador no se limite a mero exportador de materias primas. Grandes metas para un pequeño país, recalca Irene León, que alberga la mayor diversidad por kilómetro cuadrado del mundo.
¿Cómo llevar a término esta ambiciosa ruptura? La socióloga ecuatoriana prefiere, antes que hablar de plazos inmediatos, referirse a una “propuesta de transición de largo alcance”. El gobierno de Correa pretende materializarla, de entrada, con una adaptación del entramado institucional y legislativo al enfoque del “buen vivir”. De hecho, Ecuador ya ha legislado en materias similares: Una Ley Orgánica en relación con la soberanía alimentaria; y la declaración constitucional de “país libre de cultivos y semillas transgénicas”.
Además, frente a los dictados del FMI, el Banco Mundial y la asfixia económica para garantizar el pago de la deuda, se propulsa el Plan Nacional para el Buen Vivir (la Cumbre de Movimientos Sociales del ALBA, que se celebrará el 29 y 30 de julio en Guayaquil (Ecuador), también ha manifestado entre sus grandes retos consolidar caminos de transición hacia esta idea). Pero hay que apelar a la paciencia. A juicio de Irene León, “se apunta a cambios muy hondos, y esto no puede hacerse por decreto; hace falta la implicación de todo el mundo; porque hablamos nada menos que de unos nuevos ejes de convivencia humana”. De los que no se excluye la economía del cuidado como elemento de ruptura con el patriarcado y con la división sexual del trabajo; y en la que también se reconozcan plenamente los derechos de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales.
Este nuevo paradigma no debería, por lo demás, entenderse al margen de los cambios políticos ocurridos en América Latina durante la última década. No consiste el “buen vivir” en crear islas “utopías” desprendidas del mundo, como pedazos de ilusión, ni en situarse al margen de los conflictos geopolíticos que atraviesan el continente. El “buen vivir” surge, según Irene León, como “una propuesta de cambio compartido para una ruptura sistémica”.
La génesis tiene lugar en un contexto muy concreto: “En muchos países de América Latina llegan al poder mediante procesos electorales gobiernos de izquierda o centro-izquierda; hay un fortalecimiento, además, de la democracia participativa; más que un frente político que dirija los cambios, se busca la participación popular”. Una de las particularidades del proceso, concluye la socióloga ecuatoriana, son las propuestas de refundación y cambio a partir de “revoluciones constitucionales”. Es lo que ha ocurrido en Venezuela (con el socialismo del siglo XXI), Ecuador y Bolivia. Sólo de este modo puede entenderse el “buen vivir”.
La “Revolución Ciudadana” de Ecuador (2007) y el proceso que da lugar al estado plurinacional boliviano (2005) sitúan como elemento central la idea del “buen vivir”. En ambos casos ligados a la construcción del socialismo. ¿Qué se entiende por “buen vivir”? Según Irene León, consiste en dar prioridad “a las relaciones armoniosas y de interdependencia entre todo lo viviente, es decir, entre los seres humanos y también en sus vínculos con la naturaleza y el resto de seres vivos”. La Constitución ecuatoriana reconoce los derechos de la naturaleza. También en Bolivia se ha otorgado pleno reconocimiento a la madre tierra (Pachamama).
La noción de “buen vivir” tiene implicaciones de enorme interés. Supone, en primer lugar, romper con las visiones antropocéntricas; además, implica una apuesta por otras formas de producción económica, en la que se consideren las “diversidades”; y no atender exclusivamente a unos derechos económicos y sociales subsumidos en los derechos humanos, sino aumentar la lente para incluir los derechos de la naturaleza, pensados en función de la reproducción de la vida. En síntesis, “considerar la vida y no el capital como hilo conductor de la existencia”, apunta Irene León.
El “buen vivir” requiere contextualización. No se trata de una iniciativa aislada, sino que adquiere sentido en el proceso de “desneoliberalización” en tres fases impulsado por la “revolución ciudadana” de Correa. En los primeros meses de gobierno, apunta Irene León, se produjo “un desprendimiento de las instituciones financieras internacionales; se marcó distancias con el FMI y el Banco Mundial para que dejaran de tener potestad sobre el gobierno de Ecuador”; además, el ejecutivo impulsó una auditoría de la deuda externa, la mayor parte ilegal e ilegítima, que sentó un precedente para la acción de los movimientos alternativos en todo el mundo; por último, se apuntó a una mayor autonomía respecto al poder de las transnacionales.
Y se reconoció constitucionalmente el “buen vivir”, con el fin de asumir todas las diversidades económicas, productivas y de las diferentes formas de propiedad existentes en Ecuador. La economía estatal, de mercado, social y comunitaria; el sistema económico no exclusivamente capitalista, también el de las nacionalidades y pueblos ancestrales; o el asociado a la economía informal que, según Irene León, “ha permitido históricamente a nuestra región resistir a la integración en el capitalismo mercantilista”. Las diversas fórmulas de propiedad: comunal, asociativa, privada, de los pueblos y comunidades. O una manera diferente de observar las relaciones comerciales, basadas en la reciprocidad y complementariedad, como ocurre en el marco del ALBA.
Se trata, en definitiva, de proponer una alternativa civilizadora cuyo eje sea “vivir en armonía, apunta Irene León; que haga posible la reproducción de los ciclos de la vida; y que ponga el énfasis en que para vivir no sólo son necesarios las cosas y los capitales”. También, buscar la felicidad. Estos principios constituyen el Plan Nacional para el Buen Vivir promovido por el ejecutivo ecuatoriano. El documento implica –en el discurso- una nueva cosmovisión. Frente al positivismo científico, reconoce formas de conocimiento muy diversas; frente a las tecnologías del poder (por ejemplo, las desarrolladas por las multinacionales de la comunicación), una revolución tecnológica basada en una visión endógena (UNASUR aprobó en noviembre de 2011 la creación de un mega-anillo de fibra óptica con una extensión de 10.000 kilómetros, que será gestionado por las empresas estatales de cada país).
La cumbre de jefes de estado del ALBA, que tendrá lugar a finales de julio en Guayaquil, abordará la integración económica, la soberanía energética y los programas sociales. Precisamente la soberanía económica, no sólo la de carácter político y geopolítico, es otra cuestión medular en la filosofía del “buen vivir”. Una cosmovisión que, por lo demás, incluye múltiples áreas. Según Irene León, “es un concepto complejo, históricamente construido, no lineal y en constante resignificación; se trata, más que de un marco cerrado, de una posibilidad”. La de romper con el antropocentrismo, las reglas capitalistas y neocoloniales; que Ecuador no se limite a mero exportador de materias primas. Grandes metas para un pequeño país, recalca Irene León, que alberga la mayor diversidad por kilómetro cuadrado del mundo.
¿Cómo llevar a término esta ambiciosa ruptura? La socióloga ecuatoriana prefiere, antes que hablar de plazos inmediatos, referirse a una “propuesta de transición de largo alcance”. El gobierno de Correa pretende materializarla, de entrada, con una adaptación del entramado institucional y legislativo al enfoque del “buen vivir”. De hecho, Ecuador ya ha legislado en materias similares: Una Ley Orgánica en relación con la soberanía alimentaria; y la declaración constitucional de “país libre de cultivos y semillas transgénicas”.
Además, frente a los dictados del FMI, el Banco Mundial y la asfixia económica para garantizar el pago de la deuda, se propulsa el Plan Nacional para el Buen Vivir (la Cumbre de Movimientos Sociales del ALBA, que se celebrará el 29 y 30 de julio en Guayaquil (Ecuador), también ha manifestado entre sus grandes retos consolidar caminos de transición hacia esta idea). Pero hay que apelar a la paciencia. A juicio de Irene León, “se apunta a cambios muy hondos, y esto no puede hacerse por decreto; hace falta la implicación de todo el mundo; porque hablamos nada menos que de unos nuevos ejes de convivencia humana”. De los que no se excluye la economía del cuidado como elemento de ruptura con el patriarcado y con la división sexual del trabajo; y en la que también se reconozcan plenamente los derechos de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales.
Este nuevo paradigma no debería, por lo demás, entenderse al margen de los cambios políticos ocurridos en América Latina durante la última década. No consiste el “buen vivir” en crear islas “utopías” desprendidas del mundo, como pedazos de ilusión, ni en situarse al margen de los conflictos geopolíticos que atraviesan el continente. El “buen vivir” surge, según Irene León, como “una propuesta de cambio compartido para una ruptura sistémica”.
La génesis tiene lugar en un contexto muy concreto: “En muchos países de América Latina llegan al poder mediante procesos electorales gobiernos de izquierda o centro-izquierda; hay un fortalecimiento, además, de la democracia participativa; más que un frente político que dirija los cambios, se busca la participación popular”. Una de las particularidades del proceso, concluye la socióloga ecuatoriana, son las propuestas de refundación y cambio a partir de “revoluciones constitucionales”. Es lo que ha ocurrido en Venezuela (con el socialismo del siglo XXI), Ecuador y Bolivia. Sólo de este modo puede entenderse el “buen vivir”.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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