Un manual para el Siglo XXI
Tom Dispatch
Traducido para Rebelión por Germán Leyens |
Incluso
resulta difícil encontrar la manera de digerirlo. Quiero decir, ¿qué
está pasando en realidad? Un empleado de un contratista privado que
trabaja para la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) se va con una
cantidad desconocida de archivos sobre el Estado de seguridad global en
desarrollo de EE.UU. en una memoria USB y cuatro ordenadores laptop, y
se sube al primer avión hacia Hong Kong. Su objetivo: denunciar una
vasta estructura de vigilancia creada de modo clandestino en los años
después del 11-S que apunta significativamente a los estadounidenses.
Filtra parte de los documentos a un columnista del The Guardian británico y al Washington Post.
La reacción no tiene precedentes: una “cacería humana internacional” (o
de modo más cortés pero menos exacto, “se aplicó el máximo de presión
diplomática”) realizada no por Interpol o las Naciones Unidas sino por
la única superpotencia del planeta, precisamente el gobierno cuyas
prácticas el denunciante quería sacar a la luz.
Y
eso es solo el comienzo. Agreguemos otro factor. El informante, un
joven con mucha capacidad técnica, logra que el mundo sepa que ha
elegido entre los archivos de la NSA que posee. Entrega solo aquellos
que piensa que el público estadounidense necesita para iniciar un
debate a fondo sobre el secreto mundo de la vigilancia sin precedentes
que han creado con los dólares de los contribuyentes. En otras
palabras, no se trata de una “descarga de documentos”. Quiere causar
cambio sin hacer daño.
Pero ése es el
problema: no podía dejar de ser consciente de los casos de anteriores
informantes, de la reacción punitiva de su gobierno hacia ellos y de
que la suerte de éstos puede ser la suya. Como resultado, ha codificado
todo el conjunto de archivos en su poder y los ha dejado en uno o más
sitios seguros para que personas desconocidas –es decir, nosotros no
sabemos quiénes son– tengan acceso, si llegara a ser capturado por
EE.UU.
En otras palabras, cuando
aparecieron los primeros documentos filtrados por Edward Snowden, era
obvio que tenía el control de cuánto podría conocerse del mundo secreto
de la NSA. Sería difícil, por lo tanto, no era dificil llegar a la
conclusión de que encarcelarlo, procesarlo y tirar lejos la llave
probablemente aumentará, no disminuirá, el flujo de esos documentos. Al
saber que el gobierno de Obama y los representantes de nuestro mundo
secreto lo persiguieron en todo caso, una persecución a escala global y
de una manera que puede que no tenga precedentes. No los detuvo ninguna
preocupación por las futuras complicaciones ni, parece, dudaron debido
a posibles resentimientos generados por su torpe presión sobre
numerosos gobiernos extranjeros.
El
resultado ha sido un espectáculo global, así como un debate a escala
mundial sobre las prácticas de espionaje de EE.UU. (y sus aliados). En
estas semanas, Washington ha demostrado que es resulto, vengativo e
implacable. Ha intimidado, amenazado y presionado a potencias grandes y
pequeñas. Esencialmente ha jurado jurado que el filtrador, el
exempleado de Booz Allen, Edward Snowden, nunca estará a salvo en este
planeta durante su vida. Y, no obstante, para mencionar lo obvio, la
mayor potencia de la Tierra no ha podido, hasta ahora, atrapar a su
hombre y está perdiendo globalmente la batalla de la opinión pública.
Un mundo sin asilo
En
todo esto se ha destacado un hecho curioso en nuestro mundo del siglo
XXI. En los años de la Guerra Fría, siempre existió potencialmente la
posibilidad de asilo. Si alguien se oponía a una de las dos
superpotencias o a sus aliados, generalmente la otra estaba dispuesta a
abrirle los brazos, como lo hizo fenomenalmente EE.UU. con gran
cantidad de personas a quienes se denominaba entonces “disidentes
soviéticos”. Los soviéticos hicieron lo mismo con estadounidenses,
británicos y otros, a menudo comunistas secretos, otras veces
verdaderos espías que se oponían al poder capitalista dominante y a su
orden global.
En la actualidad, si alguien
es un “disidente” del siglo XXI y necesita asilo/protección contra la
única superpotencia que queda, no existe esencialmente ninguna
posibilidad. Incluso después de que tres países latinoamericanos,
indignados ante las acciones de Washington, extendieron ofertas de
protección a Snowden, hay que considerarlas como una nueva categoría de
asilo limitado. Después de todo, la mayor potencia en el planeta ha
demostrado, desde el 11-S, que está perfectamente dispuesta a hacer
cualquier cosa por su definición de “seguridad” o la protección de su
sistema de seguridad. La tortura, el abuso, el establecimiento de
prisiones secretas o “sitios ocultos”, el secuestro de presuntos
terroristas (incluyendo a gente perfectamente inocente) en las calles
de ciudades globales y en las partes pobres del planeta, así como su
“entrega” a las cámaras de tortura de regímenes aliados cómplices, y la
vigilancia secreta de cualquiera en cualquier sitio solo iniciaría una
lista mucho más larga.
Nada sobre la
“cacería internarcional” de Snowden indica que el gobierno de Obama no
estuviera dispuesto a enviar a la CIA o a tipos de operaciones
especiales a “entregarlo” estuviera en Venezuela, Bolivia o Nicaragua,
no importa cuál fuera el coste para las relaciones hemisféricas. El
propio Snowden mencionó esta posibilidad en su primera entrevista con
el columnista Glenn Greenwald de The Guardian. “Yo podría”,
dijo directamente, “ser ‘entregado’ por la CIA”. Esto supone que pueda
llegar a un país de exilio desde algún sitio en el fondo del terminal
internacional del aeropuerto Sheremetyevo de Moscú sin ser interceptado
por Washington.
Es verdad que siguen
existiendo algunos modestos límites incluso para las acciones de una
superpotencia canalla. Cuesta imaginar que Washington lance a sus
secuestradores a Rusia o a China para capturar a Snowden, lo que es
probablemente el motivo por el cual aplica tanta presión sobre ambos
países para que lo entreguen o le presionen para que se vaya. Sin
embargo en el caso de países más pequeños y débiles, aliados, enemigos
o amigos-enemigos, no hay que dudar de la posibilidad ni por un
segundo.
Si Edward Snowden está
comprobando una cosa, es la siguiente: en 2013, el planeta Tierra no es
lo bastante grande para proteger la versión estadounidense de
“disidentes”. En vez de eso más bien parece una gigantesca prisión con
un solo implacable policía, juez, jurado y carcelero.
Teoría de la disuasión por segunda vez
En
los años de la Guerra Fría, las dos superpotencias con armas nucleares
practicaron lo que se llamaba “teoría de la disuasión”, o más
adecuadamente el acrónimo en inglés MAD, “destrucción mutuamente
asegurada”. Hay que verlo como la cara inferior particularmente sombría
de lo que podría haber sido pero no se llamó MAA (asilo mutuamente
asegurado). El conocimiento de que ningún primer ataque por una
superpotencia podría impedir que la otra devolviera el ataque con
fuerza abrumadora destruyendo ambas (y posiblemente el planeta)
parecía, aunque fuera apenas, limitar su enemistad y su armamento. Los
obligaba a librar sus guerras, a menudo por encargo, en las fronteras
globales del imperio.
Ahora, cuando solo
queda uan superpotencia, se ha puesto de moda otro tipo de teoría de la
disuasión. Crucial para nuestra era es la actual creación del primer
Estado global de vigilancia. En los años de Obama, la única
superpotencia invierte un esfuerzo especial en la disuasión de
cualquier miembro de su laberíntica burocracia que muestre el deseo de
permitir que sepamos lo que “nuestro” gobierno hace en nuestro nombre.
Los
esfuerzos del gobierno de Obama para impedir que haya informantes se
están volviendo legendarios. Ha lanzado un programa sin precedentes
para entrenar especialmente a millones de empleados y contratistas para
preparar perfiles de otros empleados en busca de “indicadores de
conducta de amenaza interior”. Se les anima a informar sobre cualquier
“persona de alto riesgo” de la que sospechen que puede estar
planificando una denuncia pública. Los funcionarios del gobierno
también han invertido mucha energía punitiva en el establecimiento de
ejemplos en el caso de informantes que han tratado de revelar alguna
parte del funcionamiento interno del complejo nacional de seguridad.
De
esta manera, el gobierno de Obama ha llevado a cabo más del doble de
enjuiciamientos de informantes que todas las administraciones
anteriores juntas bajo la draconiana Ley de Espionaje de la era de la
Primera Guerra Mundial. También ha perseguido al soldado Bradley
Manning por entregar archivos secretos militares y del Departamento de
Estado a WikiLeaks, intentando no solo encerrarlo de por vida
por “ayudar al enemigo”, sino sometiéndolo además a un trato
particularmente vengativo y abusivo en la prisión militar. Además, ha
amenazado a los periodistas que han publicado material filtrado o han
escrito al respecto y ha realizado inspecciones en los registros
telefónicos y de correos electrónicos de grandes organizaciones
mediáticas.
Todo esto significa una nueva
versión del modo de ver la disuasión mediante la cual un potencial
informante debe saber que se enfrentará a una vida de sufrimiento por
filtrar alguna cosa; en la cual, incluso en los niveles más altos del
gobierno, que consideran hablar con periodistas sobre temas
clasificados deben saber que pueden controlarse sus llamados y
criminalizarse sus murmullos; y en la cual los medios deben saber que
la información sobre temas semejantes no es una actividad saludable.
Este
tipo de disuasión ya parecía cada vez más extremo en su naturaleza; la
reacción ante las revelaciones de Snowden lo llevó a un nuevo nivel.
Aunque el gobierno de EE.UU. persiguió al fundados de WikiLeaks,
Julian Assange, en el exterior (mientras, según las informaciones, se
preparaba para inculparlo en el interior), todos los demás casos de
informantes se podían considerar problemas de seguridad nacional. La
cacería de Snowden es algo nuevo. Con ella, Washington expande
punitivamente al mundo la teoría de disuasión del siglo XXI.
El
mensaje es: no importa dónde estés, no estarás a salvo si violas los
secretos de EE.UU. El caso de Snowden seguramente será un tema de
análisis sobre hasta dónde está dispuesto a llegar el nuevo Estado
global de seguridad. Y la respuesta ya la tenemos: ciertamente muy
lejos. Solo no sabemos exactamente hasta dónde.
Cómo hacer que aterrice un avión para (no) atrapar a un informante
De
ese modo, ningún incidente ha sido más revelador que las restricciones
que hicieron aterrizar el avión del presidente boliviano Evo Morales,
el presidente democráticamente elegido de una nación soberana
latinoamericana que no es enemiga oficial de EE.UU. Las indignadas
autoridades bolivianas lo calificaron de “secuestro” o “atraco
imperialista”. Fue, por lo menos, un acto para el que cuesta imaginar
un precedente.
Los funcionarios de
Washington evidentemente creían que el avión que transportaba al
presidente boliviano de vuelta de Moscú también llevaba a Snowden. Como
resultado, EE.UU. parece que hizo bastante presión sobre cuatro países
europeos (Francia, España, Portugal e Italia) para obligar a dicho
avión a que repostase en un quinto país (Austria). Allí -de nuevo, la
presión de EE.UU. parece que fue el factor crucial– el avión fue
registrado en circunstancias discutibles y no encontraron a Snowden.
Hay
mucho de lo que sucedió que no se sabe, en parte porque no ha habido
informaciones serias por parte de Washington al respecto. Los medios
estadounidenses han ignorado en gran medida el papel de EE.UU. en el
caso del avión, un incidente que en ese país se describe como si no
hubiera ocurrido lo que es obvio. Podría, por lo menos en parte, ser el
resultado de la implacable persecución del gobierno de Obama contra
informantes y filtradores incluyendo hasta los registros telefónicos de
los periodistas. El gobierno ha llegado hasta tal punto en su voluntad
de perseguir a los informantes a través de los periodistas que, como
señaló recientemente Gary Pruitt, presidente de Associated Press,
se están agotando las fuentes sobre la seguridad nacional. Algunas
personalidades claves de Washington temen hablar incluso
extraoficialmente (ahora ese “extra” parece desaparecer
potencialmente). Y las nuevas directrices más “estrechas” del
Departamento de Justicia para tener acceso a los registros de los
periodistas están claramente repletas de agujeros e indudablemente son
poco más que decoración.
A pesar de todo,
es razonable imaginar que cuando el avión de Morales despegó de Moscú
hubo altos funcionarios estadounidenses reunidos en una sala de
reuniones (como la del affaire bin Laden), que el presidente estuvo
involucrado y que la gente de inteligencia dijo algo parecido a:
estamos seguros en un 85% de que Snowden se encuentra en ese avión.
Obviamente se tomó la decisión de hacer que aterrizara y se presionó lo
bastante a las personas adecuadas de esos cinco países para obligarlas
a someterse a la voluntad de Washington.
Ciertamente es
posible imaginarlo, ¿pero saberlo? Por el momento, es imposible, y a
diferencia de la incursión en la que mataron a bin Laden, no se ha
publicado una foto de una sala de reuniones triunfal ya que, por
supuesto, no se logró ningún triunfo. Surgen muchas preguntas. ¿Por
qué, por mencionar solo una, no permitió Washington que el avión de
Morales aterrizara y repostara en Portugal, como estaba programado
originalmente, y simplemente forzó a los portugueses a que lo
registraran? Como muchas otras cosas, no lo sabemos.
Solo
sabemos que para obligar a cinco países a someterse de esa manera la
presión de Washington (o de sus representantes locales) tuvo que ser
intensa. Dicho de otra manera: los funcionarios claves de esos países
debieron de darse cuenta rápidamente de que constituían un obstáculo
para la urgente y poderosa misión de la superpotencia del planeta de
atrapar a un fugitivo. Era una necesidad tan urgente que superaba
cualquier otra consideración práctica, y así abrió el camino para que
Venezuela, Bolivia y Nicaragua ofrecieran dar asilo a Snowden con el
apoyo de gran parte del resto de Latinoamérica.
Imaginad
por un momento que se hubiera obligado a aterrizar al avión de un
presidente estadounidense de una manera semejante. Imaginad que un
consorcio de naciones presionadas por China o Rusia, por ejemplo, lo
hicieran y que con el presidente a bordo posteriormente lo registraran
en busca de un “disidente” chino o ruso. Imaginad la reacción en EE.UU.
Imaginad el escándalo. Imaginad las acusaciones de “ilegalidad”, de
“secuestro de avión”, de “terrorismo internacional”. Imaginad la
cobertura continua en los medios. Imaginad la información procedente de
Washington de lo que sin duda se habría calificado de “acto de guerra”.
Por cierto, un escenario semejante es
inconcebible en este planeta unidimensional. Por lo tanto, solo pensad
en el silencio de EE.UU. sobre el incidente de Morales, la falta de
cobertura, la falta de información, la ausencia de indignación, la
falta de choque, la falta de… bueno, prácticamente de todo.
En
vez< de eso, la versión del siglo XXI de la teoría de la disuasión
dominó totalmente, aunque Snowden es la prueba de que la disuasión
mediante la cacería humana, enjuiciamiento, encarcelamiento y cosas
semejantes ha demostrado su ineficacia cuando se trata de filtraciones.
Vale la pena señalar que lo que podrían ser las dos mayores
filtraciones de documentos oficiales de la historia –la de Bradley
Manning y la de Snowden– ocurrieron en un país que está cada vez más
bajo la dominación de la teoría de la disuasión.
Y
sin embargo no hay que pensar que nadie ha sido afectado, que nadie ha
sido intimidado. Considerad, por ejemplo, un ejemplo superior de
reciente información de Eric Lichtblau del New York Times. Su
artículo de portada “En secreto, la corte amplía considerablemente los
poderes de la NSA”, en otro momento podría haber esparcido ondas de
choque por Washington y tal vez por todo el país. Después de todo
reveló que en “más de una docena de dictámenes clasificados” una corte
secreta FISA, que supervisa el Estado de vigilancia estadounidense “ha
creado un cuerpo legal secreto” otorgando a la NSA amplios nuevos
poderes.
Este es el párrafo que debería
haber hecho saltar las alarmas de los estadounidenses: “El Tribunal de
Vigilancia de la Inteligencia Exterior de 11 miembros, conocido como la
corte FISA, solía concentrarse sobre todo en la aprobación de órdenes
de interceptación caso por caso. Pero desde que hace seis años se
instituyeron importantes cambios en la legislación y mayor supervisión
judicial de operaciones de inteligencia, sigilosamente casi se ha
convertido en una Corte Suprema paralela, sirviendo como árbitro máximo
en temas de vigilancia y ha emitido opiniones que es muy probable que
conformarán las prácticas de inteligencia durante muchos años, dijeron
unos funcionarios”.
En la mayoría de los
casos en la historia estadounidense, la revelación de que un tribunal
secreto semejante, que nunca rechaza las solicitudes del gobierno, hace
leyes “casi” al nivel de la Corte Suprema, seguramente habría causado
una protesta en el Congreso y otros sitios. Sin embargo no hubo
ninguna, señal de cuán poderoso e intimidante se ha vuelto el mundo
secreto o de hasta qué punto el Congreso y el resto de Washington han
sido absorbidos por él.
De un modo no
menos impactante –y otra vez sabemos tan poco que hay que leer entre
líneas– Lichtblau indica que más de seis “funcionarios actuales y
antiguos de la seguridad nacional”, tal vez inquietos por la expansión
de los poderes de la FISA, discutieron sus dictámenes "bajo la
condición de anonimato”. Supuestamente, por lo menos uno de ellos (u
otra persona) filtró la información clasificada sobre ese tribunal.
De
manera bastante conveniente, Lichtblau escribió un artículo anónimo. En
vista de que las fuentes ya no cuentan con ninguna seguridad de que sus
registros telefónicos o de correos electrónicos no estén o sean
monitoreados, no tenemos la menor idea de cómo esos personajes se
pusieron en contacto con él o viceversa. Todo lo que sabemos es que,
incluso al lanzar una luz poderosa hacia la oscuridad del universo de
la vigilancia, el periodismo estadounidense ahora también se mueve en
la sombra.
Lo que nos dicen el incidente
de Morales y el artículo de Lichtblau, y lo que apenas hemos
comprendido, es cómo está cambiando nuestro mundo estadounidense. En
los años de la Guerra Fría, enfrentados a un mundo de MAD, ambas
superpotencias se aventuraron “hacia las sombras” para enfrentarse en
su lucha global. Y como en tantas guerras, tarde o temprano los métodos
utilizados en tierras distantes volvieron a casa para atormentarnos. En
el siglo XXI, sin otra potencia importante a la vista, la superpotencia
que queda ha convertido en suyas esas “sombras” a gran escala. Más allá
de la vista del resto de nosotros, comenzó a recrear de una forma nueva
su famoso gobierno tripartito, de controles y equilibrios, que ahora
tiene más de dos siglos. Allí, en esas sombras, los poderes ejecutivo,
judicial y legislativo comenzaron a fusionarse en un gobierno
unicameral en la sombra, parte de una nueva arquitectura de control que
no tiene nada que ver con “del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”.
Un
gobierno en la sombra semejante que confía en tribunales secretos y en
la vigilancia a gran escala de poblaciones, incluyendo la suya,
mientras persigue sus deseos secretos globalmente era exactamente lo
que temían los padres fundadores del país. A fin de cuentas poco
importa bajo qué etiqueta –incluyendo la “seguridad” y la “protección”
estadounidenses– se construye semejante poder gobernante; tarde o
temprano la arquitectura determinará los actos y se hará más tiránico
en el interior y más extremo en el exterior. Bienvenidos al mundo de la
única superpotencia canalla, y agradeced a vuestra buena estrella que
Edward Snowden haya tomado las decisiones que tomó.
Es
escalofriante que algunos aspectos de los gobiernos totalitarios que
desaparecieron en el siglo XX se estén recreando en estas sombras. En
ellas una bestia cada vez más “totalística” sin ser todavía
totalitaria, habiendo llegado su hora, se arrastra hacia Washington
para nacer, mientras los que se atrevieron a echar un poco de luz sobre
el proceso de nacimiento están en la cárcel o son perseguidos por todo
el planeta.
Ahora hemos vivido la teoría
de la disuasión en dos siglos. Una vez se introdujo para detener la
destrucción total del planeta; una vez –y dicen que si la primera vez
es tragedia la segunda es farsa– para disuadir a un pequeño número de
informantes para que no revelen las entrañas del nuevo Estado de
seguridad global. Ya llegamos una vez cerca de una tragedia total. Solo
si pudiésemos estar seguros de que la segunda vez es verdaderamente una
farsa, pero por el momento, que yo vea, nadie se está riendo.
Tom Engelhardt, es cofundador del American Empire Project y autor de “The End of Victory Culture”, una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como de la una novela: “The Last Days of Publishing” y de “The American Way of War: How Bush’s Wars Became Obama’s” (Haymarket Books). Su último libro, escrito junto con Nick Turse es: “Terminator Planet: The First History of Drone Warfare, 2001-2050”.
[Nota: Mi especial agradecimiento a Irena Gross que me hizo pensar en “disidentes” estadounidenses y nuestro planeta prisión].
Copyright 2013 Tom Engelhardt
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/175725/tomgram%3A_engelhardt%2C_can_edward_snowden_be_deterred/#more
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