El 70% de la población de los países en desarrollo depende de manera directa o indirecta de la agricultura. Esto choca de frente con la negativa de los Estados Unidos de dejar de subsidiar, por ejemplo, a menos de 25 mil cultivadores ricos de algodón de aquel país. Hablar de desarrollo en un contexto de negociaciones comerciales mundiales, sin que Estados Unidos esté dispuesto a dejar de patrocinar a un pequeño y privilegiado grupo de sus agricultores, es dar vueltas en el mismo lugar, como el perro que se busca la cola.
Carolina Escobar Sarti.
Esto significa, dice Joseph Stiglitz, que cientos de miles de cultivadores pobres de algodón del África Subsahariana y de la India, por ejemplo, quedan fuera de la jugada del desarrollo, ya que hay precios más bajos de algodón en el mercado, gracias a la “generosidad” de Estados Unidos con ese grupito de predilectos. Significa, también, que al Gobierno de Estados Unidos le importó poco que la Organización Mundial del Comercio (OMC) haya emitido una resolución sobre la ilegalidad de las subvenciones del algodón en su país.
Por ello es indignante que la OMC siga con la necedad de hacer otra Ronda de Doha para el Desarrollo de negociaciones comerciales en el mundo, cuando los últimos doce años han dejado claro lo innecesario y costoso de estas reuniones. Esta ronda pretende que se negocien dos enormes acuerdos regionales, uno transatlántico y otro transpacífico. ¿Pero no deja clara esta posición de Estados Unidos que las negociaciones entre Estados Unidos-Europa o entre Estados Unidos y los países del Pacífico, menos China, no hablan de libre comercio y que más bien hablan de una política comercial dirigida?Parte sin novedad.
En mi país se dice que “quien tiene más saliva siempre traga más pinol”. Eso significa que no podemos ser ingenuos: en estos contextos, quien tiene la posición de mayor poder es quien va dirigiendo las negociaciones a conveniencia. Y el problema radica justo allí, en esa mesa no nivelada donde se sientan actores de capacidades de decisión y acción tan asimétricas. Esto me recuerda lo que sucedía entre 1950 y 1960, con la famosa “ayuda para el desarrollo”, que se daba en nombre de la democracia. Y me recuerda también los subsidios que sucesivos gobiernos guatemaltecos han otorgado históricamente a sectores económicamente poderosos asociados a la agricultura, que han desarrollado con precisión el arte del llorar, por aquello de que “quien no llora no mama” (del pecho del Estado). Esto ha ido en detrimento de los pequeños y medianos agricultores en la mayoría de los casos.
Una democracia real pide acuerdos comerciales simétricos, nivelados. Estados Unidos no puede pedir a Japón, por ejemplo, que elimine las subvenciones a su producción de arroz, si primero no lo hacen ellos en su país. Un desarrollo real pide que haya reglas financieras y regímenes de propiedad claros, y que los intereses de una nación estén por encima de los intereses mercantiles y empresariales. Todo ello en marcos de transparencia, de cuidado al medioambiente, de libre comercio auténtico, de bienestar social. Déjenme soñar.
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